EL AVIÓN DE LA BELLA DURMIENTE
Enviado por epidemik09 • 16 de Octubre de 2014 • 651 Palabras (3 Páginas) • 252 Visitas
EL AVIÓN DE LA BELLA DURMIENTE
Era bella, elástica, con una piel tierna del color del pan y los ojos de almendras verdes, y
tenía el cabello liso y negro y largo hasta la espalda, y una aura de antigüedad que lo
mismo podía ser de Indonesia que de los Andes. Estaba vestida con un gusto sutil:
chaqueta de lince, blusa de seda natural con flores muy tenues, pantalones de lino crudo,
y unos zapatos lineales del color de las bugambilias. «Esta es la mujer más bella que he
visto en mi vida», pensé, cuando la vi pasar con sus sigilosos trancos de leona, mientras
yo hacía la cola para abordar el avión de Nueva York en el aeropuerto Charles de Gaulle
de París. Fue una aparición sobrenatural que existió sólo un instante y desapareció en la
muchedumbre del vestíbulo.
Eran las nueve de la mañana. Estaba nevando desde la noche anterior, y el tránsito era
más denso que de costumbre en las calles de la ciudad, y más lento aún en la autopista,
y había camiones de carga alineados a la orilla, y automóviles humeantes en la nieve. En
el vestíbulo del aeropuerto, en cambio, la vida seguía en primavera.
Yo estaba en la fila de registro detrás de una anciana holandesa que demoró casi una
hora discutiendo el peso de sus once maletas. Empezaba a aburrirme cuando vi la
aparición instantánea que me dejó sin aliento, así que no supe cómo terminó el
altercado, hasta que la empleada me bajó de las nubes con un reproche por mi
distracción. A modo de disculpa le pregunté si creía en los amores a primera vista. «Claro
que sí», me dijo. «Los imposibles son los otros». Siguió con la vista fija en la pantalla de
la computadora, y me preguntó qué asiento prefería: fumar o no fumar.
— Me da lo mismo — le dije con toda intención—, siempre que no sea al lado de las once
maletas.
Ella lo agradeció con una sonrisa comercial sin apartar la vista de la pantalla
fosforescente.
— Escoja un número — me dijo,—: tres, cuatro o siete.
— Cuatro.
Su sonrisa tuvo un destello triunfal.
— En quince años que llevo aquí — dije primero que no escoge el siete.
Marcó en la tarjeta de embarque el número del asiento y me la entregó con el resto de
mis papeles, mirándome por primera vez con unos ojos color de uva que me sirvieron de
consuelo mientras volvía a ver la bella. Sólo entonces me advirtió que el aeropuerto
acababa de cerrarse y todos los vuelos estaban diferidos.
— ¿Hasta cuándo?
—Hasta que Dios quiera — dijo con su sonrisa—. La radio anunció esta mañana que será
la nevada más grande del año.
Se equivocó: fue la más grande del siglo. Pero en la sala
...