El Adolescente Y Su Responsabilidad Con La Vida
Enviado por 59531102 • 13 de Mayo de 2014 • 3.437 Palabras (14 Páginas) • 575 Visitas
Estas reflexiones constituyen el resultado de ciertas experiencias que venimos trabajando desde hace años en torno al problema de la infancia y la juventud en la época actual y que se vinculan a la enorme responsabilidad que tenemos que asumir como adultos frente a la forma en que nos interpelan nuestros jóvenes.
El psicoanálisis está convocado a participar en este debate que, finalmente, recae sobre la responsabilidad. Sobre la nuestra y sobre la de los jóvenes también.
1. Lo que cambia y lo que no, en la definición de la adolescencia
A partir de la Revolución Francesa la distinción de un período situado entre la infancia y la edad adulta se ha impuesto progresivamente. Fueron los señores de la Ilustración quienes empezaron a dedicarle una atención especial a esa época de la vida y a intentar diseñar una educación adecuada o específica para esos años. Rousseau decía algo muy sugerente respecto a la adolescencia: “Nosotros nacemos -por así decir- dos veces. Una para existir, y la otra para vivir. Una para la especie, y la otra para el sexo”. Podemos suscribirlo hoy mismo, porque se trata de una constante estructural. En el siglo XVIII, época de la Revolución Francesa, aparece la distinción entre todos los ciudadanos -es el momento de la Declaración de los Derechos del Hombre- la distinción a partir de las edades de la vida. Antes de la revolución había otras distinciones: la nobleza, el clero, el Estado, etc… Con los Derechos del hombre se eliminan las diferencias entre la ciudadanía y, a la vez, se establece una democratización de las edades de la vida. Y por lo tanto, surge la necesidad de pensar la educación que se podía y se debía dar a los jóvenes, de modo tal que, en el futuro, pudieran ser Buenos ciudadanos.
No parece que esta preocupación esté muy lejana de las nuestras, aunque su forma es, ciertamente diferente. ¿Cómo podemos hacer para favorecer que los jóvenes sean civilizados, buenos ciudadanos, para que conozcan los beneficios de participar activamente en una comunidad, aunque eso sea al precio de ciertos deberes que la comunidad requiere para poder gozar de sus beneficios?. Es un hecho que la época actual se caracteriza fundamentalmente por demandas reivindicativas, por enunciados diversos del “tengo derecho a”. Y no parece como “políticamente correcto” el mencionar los deberes, las obligaciones que conlleva, porque estamos inmersos en un estado general de permisividad, de laxitud respecto a las leyes, a las normas y en la que las éticas de la renuncia ya no son eficaces. Vivimos en un clima de desconcierto general respecto de la función de la autoridad, de lo que está permitido y de lo que no, con unos límites difíciles de establecer. El psicoanálisis está convocado a participar en este debate que, finalmente, recae sobre la responsabilidad. Sobre la nuestra y sobre la de los jóvenes también.
…la responsabilidad es una posición y por lo tanto no puede demandarse, se asume o no.
No podemos aceptar que a los menores de edad, ya sean niños o adolescentes, no se les pueda exigir ninguna responsabilidad, pero a partir de esta toma de posición el problema surge al intentar definir respecto a qué y de qué modo convocarles a una responsabilidad subjetiva. Pero la responsabilidad es una posición y por lo tanto no puede demandarse, se asume o no.
¿Cómo crear las condiciones para que dicha posición sea posible? Se ha producido un abismo entre los adultos y los jóvenes. Habitualmente, ellos dicen que están hartos de nosotros, de los adultos. Hartos, agobiados de demandas, de obligaciones, de tareas. El adolescente, el niño, es permanentemente mirado por el Otro, que lo evalúa, lo vigila: A ver si se droga, a ver si se cuida de los peligros del SIDA, a ver si hace los deberes, a ver si…. Se trata de una presión muy fuerte que también puede formularse en imperativos del adulto sobre el joven del tipo, “hablemos”, “dime qué te pasa”, lo que en muchas ocasiones determina que no encuentren otra solución sino escapar, huir de esa presencia constante de las expectativas y demandas del adulto.
2. La adolescencia es una crisis subjetiva
A partir de la Revolución Francesa, durante el siglo XIX, y aún más en el siglo XX, la adolescencia es caracterizada como una época de crisis, crisis psicológica por la transformación del cuerpo; y crisis vista desde el punto de vista social por la peligrosidad potencial atribuida a los jóvenes. A tal punto que Lombroso llegó a decir que cuando se ve a dos jóvenes juntos, seguramente están haciendo algo malo. La idea de que había que vigilar de cerca a la juventud, que se consideraba potencialmente peligrosa, fue cobrando fuerza. Como consecuencia, la conducta de los jóvenes se definía por la ocultación, por amistades y lecturas clandestinas. Gran parte de la actividad artística, de la poesía, de ciertas novelas se hicieron así, a escondidas.
Era habitual la escritura de un diario, donde se registraban las cosas más secretas, que era preciso hurtar al conocimiento de los adultos. Por otra parte, las revueltas juveniles, desde las producidas en los colegios, hasta los fenómenos de bandas urbanas, han ocupado siempre a los científicos, a los pedagogos, a aquellos que diseñaban cómo hacer para orientar a la juventud. Se trataba de cuidar esa potencialidad peligrosa porque, a la vez, podía convertirse en una potencialidad positiva si se conseguía dirigirla correctamente.
…¿cómo hacer para que los jóvenes se interesen en el saber, en la cultura, en los símbolos, en la obra de la civilización. Ésta es la gran apuesta.
Al final del siglo XIX, fue escrita una obra, que es para nosotros una referencia fundamental, El despertar de la primavera, de Wedekind. Es una pieza de teatro en la cual se plantean los dilemas estructurales, intemporales del adolescente. En cada uno de los personajes, se ven reflejadas distintas maneras de vivir lo que se denomina el conflicto de la adolescencia, lo fundamental de ese momento de la vida, que se suele llamar “crisis de la adolescencia”. Podemos conservar el término de crisis porque, finalmente, podemos decir que es una crisis del deseo, una crisis de la identidad. El sujeto debe pasar de hablar y comportarse, de habitar un cuerpo infantil, a tener que hablar, comportarse, habitar un cuerpo adulto y sexuado. Esa es la gran prueba imposible de eludir, un acontecimiento irreversible.
Pero no existe ninguna respuesta prefabricada para poder resolver esta crisis subjetiva, cada uno debe afrontarla y encontrar una resolución particular. No existe una ley matemática que establezca cómo los chicos se juntan con las chicas, una ley que precise cómo regular los encuentros sexuales de los seres que hablan. Por esa razón
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