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El Baúl De Las Palabras pérdidas


Enviado por   •  14 de Diciembre de 2011  •  2.378 Palabras (10 Páginas)  •  598 Visitas

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EL BAÚL DE LAS PALABRAS PERDIDAS

Luna… ese es mi nombre, mis padres dijeron que me pusieron este nombre para que pudiera estar siempre al lado de las estrellas. Son unos consentidores, siempre han sido muy especiales conmigo, el día de mí matrimonio, creo que ellos eran más felices que yo. Tengo un esposo encantador y dos hijos maravillosos, el mayor se casó con una mujer extraordinaria hace poco, y ese evento tan importante fue quien me llevó a relatar esta corta pero impactante historia, la historia de una mujer que realmente supo dar su vida.

En una mañana cualquiera, antes del matrimonio de mi hijo mayor, estaba organizando el desván, este iba a ser el hogar temporal de esta nueva pareja, mientras podían pasarse a su nuevo apartamento. Me paré en la entrada de ese lugar, parecía tan lúgubre, oscuro, lleno de cosas, desordenado -Dios cuántas cosas, no voy a acabar nunca!- era lo único que pensaba en esos momentos.

Saqué todo; un armario viejo que igual contenía ropa de épocas pasadas, bien pasadas, juguetes de cuando mis hijitos estaban muy chiquis, había muchos objetos que me llenaban de recuerdos, los cuales iba apartando para mirar donde los ubicaría en mi casa, eran unos tesoros; en fin, un sinnúmero de cosas que iba separando para botar, donar o ubicar en mi casa. Ya casi terminando encontré un baúl, no muy grande, era del tamaño suficiente para que le cupieran documentos, la verdad no recuerdo haberlo visto nunca, pero a mí me encanta ver cuántas fotos y diarios encuentro, así que lo dejé para el final y poder disfrutar a plenitud los tesoros que encontraría allí.

Así fue, encontré mil tesoros, fotos de mis abuelos paternos y maternos, fotos de mis padres, fotos mías cuando estaba recién nacida, gateando, caminando, jugando, bailando, en paseos, mejor dicho “la colección”. En el fondo de este pequeño y muy elaborado baúl, encontré una carta, eso sí que me generaba curiosidad, tomé el sobre, lo abrí, saqué todo su contenido, varias hojas amarillas por el paso del tiempo, las desdoble, eran escritas a mano, con una letra hermosa, su fecha ya no se veía, estaba muy borrosa, era bastante antigua. Me acomodé en el piso, recostada contra la pared, a mí lado una taza grande de café, pues el deleite de esta carta igual debía ser acompañado con un sabor muy agradable a mi paladar, cuando comienzo a leerla, esto fue lo que encontré:

Esta carta te la escribo con las últimas fuerzas que me quedan después de haber cumplido la promesa que te hice el día que yo creí el más feliz de mi vida: “hasta que la muerte nos separe”.

Este es el momento para hacer el recorrido y entender el porqué de esta situación. Hoy recuerdo cuando te conocí, eras tan guapo, tan caballero, tan elegante, educado, inteligente, eras el mejor hombre del mundo –bueno, según mis ojos ciegos, hoy más que nunca comprendo aquel refrán que dice “no hay peor ciego, que aquel que no quiere ver”-.

Inició nuestro romance, éramos la pareja show, tú tan guapo y yo tan linda, todos nos envidiaban, todos comentaban lo bien que nos veíamos juntos, bueno, algunas veces te molestabas un poco cuando hablaba de más con mis amigos, me regañabas porque parecía que fuera un poco coqueta, y claro, tenías toda la razón, si yo te tenía a ti, todo para mí, pues así debía ser de mí hacia ti, única y exclusivamente toda para ti. Uhmmm que tonta, tu actitud me decía tantas cosas y yo no me daba cuenta de nada…

Los días, meses pasaban y me fui enamorando locamente de ti, dependía de tus sueños, tus deseos, tus ilusiones; ya sabes fui educada para ser la mujer perfecta, debía ser habilidosa y entender cada mensaje oculto de tus actos, palabras, actitudes e incluso de tus silencios; por supuesto, cada comportamiento tuyo lo debía interpretar perfectamente y así hacer todo lo humanamente posible e imposible para que esta hermosa relación continuaría así, como en un cuento de hadas.

Por fin, por fin llegó el día más anhelado de mi vida, el día en que vestida de blanco recorría en un altar el sendero maravilloso para dar el SI, esta sencilla palabra que cambiaría mi vida, que haría realidad mis sueños e ilusiones, el mundo color rosa, además recuerda, allí te hice la mayor promesa de vida que se puede dar: Hasta que la muerte nos separe. Todo era felicidad, la gente aplaudía, nuestras familias estaban radiantes, el día y la noche fueron las más espectaculares, que más le podía pedir yo a la vida. Era tan feliz, estaba con el hombre de mi vida sellando un pacto de amor perfecto con un apasionante beso!!!. Luna de miel… la mejor, la que había soñado: junto a ti.

Dos semanas, tan solo dos semanas de vida matrimonial feliz, porque una mañana te enojaste al no encontrar toda tu ropa lavada, planchada y organizada, tenías una reunión tan importante y debías irte con tu mejor gala; todo por culpa mía, que inepta, que inservible, que estúpida y mil palabras más me dijiste sin dejar de acompañarlas con varios golpes; te arreglaste con lo que encontraste y saliste apresurado y yo llorando lo único que pensaba: “tengo la culpa, tengo la culpa”, pero aún así te perdoné y esa noche me entregué a ti como nunca, sin importar que aún mi cuerpo estaba adolorido y maltratado, pero es que yo sabía que todo había sido mi culpa.

Y entre tantas entregas apasionadas y llenas de amor llegó el fruto tan anhelado, bueno por mí, porque para ti siempre fue un estorbo, un malestar, mi niño te incomodaba, no te gustaban sus gritos, sus juegos, sus preguntas, sus necesidades. Lo único que mi hijito representaba para ti era un estorbo.

Los golpes continuaron junto con tu muy enriquecido léxico, nunca en mi vida había escuchado tantas palabras tan feas juntas y dichas por una sola persona hacia otra, pero yo tan ingenua siempre te creía el “perdóname, nunca más va a volver a suceder, entiéndeme estaba tan estresado, te amo, tú eres la mujer de mi vida”, necesitaba creerte, necesitaba oír esas palabras en tu voz, pues te amaba, te amaba como el primer día, te amaba con pasión y locura y no podía dejarte, no me importaba tener que ocultar los golpes en mi cuerpo, las cicatrices en mi cara, el dolor inmenso de mi corazón. Además, si me separaba ¿qué dirían de mí? ¿Para dónde cogería? ¿Qué le diría a mi hijito? ¿Cómo suplir tu ausencia? Pues aunque de buen padre no tenías nada, mi bebé necesita de la tan importante imagen paterna.

Y así pasó mucho tiempo, justificando tu comportamiento agresivo y abusivo, además, tus palabras rebotaban constantemente en mi cerebro: “Tú me hiciste hacerlo; Solo lo hago por tu bien; Solo recibes lo que mereces; A mí me duele más que a ti;

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