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El Don Del Aguila


Enviado por   •  22 de Septiembre de 2011  •  10.721 Palabras (43 Páginas)  •  939 Visitas

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EL DON DEL ÁGUILA

CARLOS CASTANEDA

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ÍNDICE

PRÓLOGO 2

PRIMERA PARTE: EL OTRO YO

I. LA FIJEZA DE LA SEGUNDA ATENCIÓN 3

II. VIENDO JUNTOS 10

III. LOS CUASIRRECUERDOS DEL OTRO YO 17

IV. EL TRANSBORDE DE LOS LINDEROS DEL AFECTO 23

V. UNA HORDA DE BRUJOS IRACUNDOS 30

SEGUNDA PARTE: EL ARTE DE ENSOÑAR

VI. PERDER LA FORMA HUMANA 37

VII. ENSOÑANDO JUNTOS 43

VIII. LA CONCIENCIA DEL LADO DERECHO Y DEL LADO IZQUIERDO 50

TERCERA PARTE: EL DON DEL ÁGUILA

IX. LA REGLA DEL NAGUAL 57

X. EL GRUPO DE GUERREROS DEL NAGUAL 62

XI. LA MUJER NAGUAL 70

XII. LOS NO-HACERES DE SILVIO MANUEL 76

XIII. LA COMPLEJIDAD DEL ENSUEÑO 81

XIV. FLORINDA 88

XV. LA SERPIENTE EMPLUMADA 99

APÉNDICE

SEIS PROPOSICIONES EXPLICATORIAS 95

PRÓLOGO

A pesar de que soy antropólogo, ésta no es, estrictamente, una obra de antropología; sin embargo, tiene sus raíces en la antropología cultural, puesto que se inició hace años como una investigación de campo en esa disciplina. En aquella época yo estaba interesado en estudiar los usos de las plantas medicinales entre los indios del suroeste de los Estados Unidos y del norte de México.

Mi investigación, con los años, se transformó en algo más, como consecuencia de su propio impulso y de mi propio crecimiento. El estudio de las plantas medicinales fue desplazado por el aprendizaje de un sistema de creencias que daba la impresión de abarcar cuando menos dos culturas distintas.

El responsable de este cambio de enfoque en mi trabajo fue un indio yaqui del norte de México, don Juan Matus, quien más tarde me presentó a don Genaro Flores, un indio mazateco del México central. Los dos eran adeptos practicantes de un antiquísimo conocimiento, que en nuestros días se le llama, comúnmente, brujería y que se considera una forma primitiva de ciencia médica y psicológica, siendo en realidad una tradición de practicantes insólitamente disciplinados y de prácticas extraordinariamente sofisticadas.

Los dos hombres se convirtieron en mis maestros más que en mis informantes, pero yo aún así persistía, de una manera desordenada, en considerar mi tarea como un trabajo antropológico; pasé años tratando de deducir la matriz cultural de ese sistema; perfeccionando una taxonomía, un patrón clasifica¬torio, una hipótesis de su origen y diseminación. Todos resul¬taron esfuerzos vanos ante el hecho de que las apremiantes fuerzas internas de ese sistema descarrilaron mi búsqueda in¬telectual y me convirtieron en su participante.

Bajo la influencia de estos dos hombres poderosos mi obra se ha transformado en una autobiografía, en el sentido de que me he visto forzado, a partir del momento en que me volví participante, informar lo que me ocurre. Se trata de una auto¬biografía peculiar porque yo no estoy tratando con lo que me sucede como hombre común y corriente, ni tampoco con los estados subjetivos que experimento durante mi vida cotidiana. Más bien, he informado sobre los eventos que se despliegan en mi vida, como resultado directo de la adopción que hice de un conjunto de ideas y de procedimientos ajenos a mí. En otras palabras, el sistema de creencias que yo quería estudiar me ha devorado, y para proseguir con mi escrutinio tengo que pagar un extraordinario tributo diario: mi vida como hombre de este mundo.

Debido a estas circunstancias, ahora me enfrento al proble¬ma especial de tener que explicar lo que estoy haciendo. Me encuentro muy lejos de mi punto de origen como hombre occidental común y corriente o como antropólogo, y antes que nada debo reiterar que éste no es un libro de ficción. Lo que describo es extraño a nosotros; por eso, parece irreal.

A medida que penetro más profundamente en las compleji¬dades de la brujería, lo que en un principio parecía ser un sis¬tema de creencias y de prácticas primitivas ha resultado ahora un mundo enorme e intrincado. Para poder familiarizarme con ese mundo. y para poder reportarlo; tengo que utilizar mi persona de modos progresivamente complejos y cada vez más refinados. Cualquier cosa que me ocurre ya no es algo que pueda predecir, ni algo congruente con lo que los demás an¬tropólogos conocen acerca del sistema de creencias de los indios mexicanos. Consecuentemente me encuentro en una posición difícil; todo lo que puedo hacer bajo las circunstan¬cias es presentar lo que me sucede a mí, tal como ocurrió. No puedo dar otras garantías de mi buena fe, salvo reafirmar que no vivo una vida dual y que me he comprometido a seguir los principios del sistema de don Juan en mi existencia cotidiana.

Después de que don Juan Matus y don Genaro Flores juzga¬ron que me habían explicado su conocimiento a satisfacción suya, me dijeron adiós y se fueron. Comprendí que a partir de entonces mi tarea consistía en reacomodar yo solo lo que aprendí de ellos.

A fin de cumplir con esta tarea regresé a México y supe que don Juan y don Genaro tenían otros nueve aprendices: cinco mujeres y cuatro hombres. La mayor de las mujeres se llamaba Soledad; la siguiente era María Elena, apodada la Gor¬da; las tres restantes: Lidia, Rosa y josefina, eran más jóvenes y se les conocía como "las hermanitas". Los cuatro hombres, en orden de edades, eran Eligio, Benigno, Néstor y Pablito; a los tres últimos les llamaban "los Genaros" porque estuvieron muy allegados a don Genaro.

Yo ya sabía que Néstor, Pablito y Eligio, quien había desa¬parecido del todo, eran aprendices, pero me habían hecho creer que las cuatro muchachas eran hermanas de Pablito, y que So¬ledad era su madre. Conocí a Soledad superficialmente a tra¬vés de los años y siempre la llamé doña Soledad, como signo de respeto, ya que en edad era la más cercana a don Juan. También me habían presentado a Lidia y a Rosa, pero nues¬tra relación fue demasiado breve y casual para permitirme comprender quiénes eran en realidad. A la Gorda y a Josefina sólo las conocía por su nombre. Conocí a Benigno, pero no te¬nía idea de que estaba relacionado con don Juan y don Genaro.

Por razones incomprensibles para mí, todos ellos parecían haber estado aguardando, de una manera u otra, mi retorno a México. Me informaron que se suponía que yo debía de tomar el lugar de don Juan como su líder, su nagual. Me dijeron que don Juan y don Genaro habían desaparecido de la faz de la tierra, al igual que Eligio. Las mujeres y los hombres creían que los tres no habían muerto, sino que habían entrado en otro mundo distinto

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