El Triunfo De La Cuestión Social
Enviado por lasprik • 5 de Octubre de 2013 • Monografía • 5.392 Palabras (22 Páginas) • 225 Visitas
1. LA CIUDADANÍA SOCIAL COMO CIUDADANÍA LABORAL: EL TRIUNFO
DE LA CUESTIÓN SOCIAL.
El mercado moderno lejos de ser la extensión del mercado local tradicional –el horizontal mercado de pueblo que idealizan los teóricos de la libre competencia- es la creación de un entramado jurídico que inscribía en la sociedad los nuevos valores, poderes y jerarquías de las burguesías industriales triunfantes. Este Estado liberal disciplinario y ordenancista no tomaba cartas en lo que hoy consideramos como suministro público (y universal) de servicios, y todas sus intervenciones para atajar el subconsumo; por entonces la recién descubierta cuestión social no pasaban de concentrarse en unas mínimas y vergonzantes leyes laborales -inspiradas antes en el pietismo o la caridad que en el más elemental principio de igualdad, justicia o razón social, lo que, cuando más regulaba ciertos colectivos especialmente desprotegidos, como en los casos de la normativa sobre trabajo infantil, femenino, jornadas desproporcionadas de trabajo, etc. Ese Estado cuando acometía algún tipo de función asistencialista tomaba la forma de Estado de pobres, de menesterosos, de beneficencia marginal y degradada para resolver antes un problema de orden público que de reproducción regular de la mano de obra y que indicaba la situación de estrecha coexistencia entre el trabajo y la pobreza que se producía en la sociedad de la primera gran industrialización. Del descompromiso público de la reproducción ordenada de la fuerza de trabajo es buena prueba la hegemonía que tenían las instituciones de características religiosas o pías en la escueta gestión de la cuestión social a través de hospitales, conventos, casas de caridad y socorro, asilos, roperos, sopas de pobres, etc.
Estas funciones de sostenimiento mínimo y remedio paupérrimo se convertían, implícitamente, en formas de disciplina y control social de los amplísimos márgenes del mundo del trabajo, reconocimiento latente de la naturalidad (darwinista) de un orden social regulado por la vulnerabilidad, desprotección radical y semi-indigencia en la que se movía el mundo del trabajo en el modo de regulación prefordista1
Sin embargo, el Estado keynesiano del bienestar supuso, desde mediados del siglo XX, un ensanchamiento de la ciudadanía, hasta tal punto que se llegó a teorizar como una ciudadanía total, que codificaba y normalizaba socialmente a amplios sectores de la población - las nuevas entonces clases obreras blue collars, ligadas a la producción en masa y las nuevas clases medias funcionales white collars, vinculadas a los servicios, a la distribución y circulación mercantil- que a la vez que se estandarizaban y construían simbólicamente sobre una norma de consumo (privado) de masas, se unificaban a partir del suministro de un amplio paquete de salarios indirectos o salarios ocultos dentro de un conjunto de acciones que suponían, al mismo tiempo, elementos eficaces para evitar estrangulamientos de la demanda efectiva, así como la socialización de las bases productivas y reproductivas de la fabricación mercantil, constituyendo una suerte de propiedad social diseminada y mediadora de una red de intercambios de todo tipo.
1
Sobre los orígenes y genealogía intelectual de las políticas sociales modernas relacionadas de manera
cambiante con el mundo del trabajo pueden consultarse dos textos clásicos ya, uno en el ámbito
anglosajón como es el de Piven y Cloward (1971), otro en el contexto francés como es el de Topalov
(1994). 3
La desmercantilización parcial de considerables espacios de las economías
occidentales supusieron a nivel nacional, por tanto, una racionalización del capitalismo
moderno, en el más estricto sentido weberiano del término (burocratización,
juridificación y normalización), con efectos complementarios positivos en la
acumulación económica y la legitimación social. El nuevo consenso democrático o
compromiso histórico de los años gloriosos de la segunda postguerra del siglo XX, traía
consigo una desradicalización del movimiento obrero y un cierto reparto indirecto entre
los sectores intermedios (y bajos) de renta, fraguando un modelo de sociedad del
bienestar donde el pacto keynesiano supuso la aceptación por parte de las ciudadanías
occidentales (y especialmente europeas), de la racionalidad básica del sistema de
producción -el beneficio-, si se compensaba con la socialización parcial y renegociación
activa por parte de los agentes sociales de los costes sociales -externalidades- que se
asumiían, en última instancia, en las esferas públicas2
.
Este proceso de desmercantilización suponía, al fin y al cabo, desvincular
parcialmente el proceso de reproducción y gestión social de la fuerza de trabajo del puro
mercado y con ello, como hemos señalado, el reconocimiento de derechos que no
solamente eran los derechos políticos, sino también los derechos a participar en cierto
grado de distribución social -materializada en bienes públicos-, a la vez, que el
reconomiento del trabajo como identidad central y convención fundante de los Estados
(sociales) contemporáneos. Este Estado funcionaba como relación social -que ajustaba
conflictiva, pero efectivamente acumulación y legitimación social- y se correspondía
con un tipo de intervención que se presentaba en su construcción retórica como la
consecución de una sociedad de la seguridad (frente a la desprotección radical
decimonónica), esto es, de consecución de niveles de vida relativamente asegurados
para ciertos grupos laborales (los trabajadores asalariados masculinos, maduros, fijos,
industriales o administrativos, etc.), según el compromiso político que se deriva del
pacto keynesiano, dada la prioridad nominal del pleno empleo y del reconocimiento
colectivo de los riesgos asociados a la continuidad y la salud laboral internalizados (al
menos parcialmente) por el mismo aparato de Estado.
La cuestión social que desde finales del siglo XIX venían animando a todo el
pensamiento político, ético y jurídico del reformismo ilustrado; tendía simbólicamente a
consolidarse y casi a cerrarse en el ciclo largo de crecimiento que iba de finales de los
cuarenta a finales de los setenta del siglo XX, con la maduración de una norma de
consumo de masas, la tendencia a aceptar públicamente la idea de equidad social y el
intento de buscar un centro social enmarcado en una dinámica centrípeta de generar una
ideología de clases
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