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El criterio histórico de categoría de nación


Enviado por   •  19 de Octubre de 2014  •  Trabajo  •  2.016 Palabras (9 Páginas)  •  157 Visitas

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El criterio histórico de categoría de nación implicaba, pues, la importancia decisiva de las instituciones y cultura de las clases gobernantes o minorías selectas preparadas, suponiendo que estas se identificaran o no fueran demasiado incompatibles con el pueblo común. SIN EMBARGO, el nacionalismo se basaba en el hecho de que, sea lo que fuere lo que dijera la historia o la cultura, los pueblos ya tenían su propia identidad y ninguno de estos podía ser explotado y gobernado por otro.

El problema de las identidades colectivas como las del nacionalismo y los integrismos religiosos ha sido uno de los más complejos y con mayor capacidad de desestabilización política al que han tenido hacer frente las sociedades posteriores a la caída del antiguo régimen. Si los conflictos políticos de la modernidad han girado en torno a lo que Claus Offe (considerado uno de los grandes representantes de la segunda generación.) ha denominado conflictos, reparto de recursos, derechos y organización social y definiciones colectivas, parecería que ha resultado más fácil, relativamente, llegar a acuerdos sobre qué tenemos y qué pensamos que sobre qué somos, quizás porque los recursos y los derechos son negociables pero las identidades no. Por lo que se refiere a la nación, disolución de antiguos imperios, guerras de independencia, unidades nacionales, guerras mundiales, nacionalismos separatistas… en todos ellos esta forma de identidad colectiva y organización política ha sido la protagonista principal. Tal como afirma Hobsbawm en la construcción de naciones.

Pocas objeciones caben a la afirmación de que la nación ha desempeñado un papel determinante tanto en el plano político como, quizás sobre todo, en el de las mitologías colectivas en la articulación de las sociedades humanas durante los dos últimos siglos. En un proceso iniciado a partir de la segunda mitad del siglo XVIII en occidente y que posteriormente se ha extendido al resto del planeta, la nación ha terminado por convertirse en la forma hegemónica y excluyente de identidad colectiva de la modernidad y en la principal, si no única, fuente de legitimación del poder político. Así lo reconoce explícitamente el ordenamiento jurídico internacional que considera a las comunidades nacionales como los únicos sujetos colectivos capaces de ejercitar determinados derechos políticos, el de auto determinación por ejemplo, que por el contrario se niegan a otro tipo de colectividades, sean religiosas, ideológicas, económicas, históricas o mero fruto de la voluntad de los individuos que las componen. La nación se dibuja en el horizonte mental del hombre moderno como una realidad insoslayable, que configura y determina todos los aspectos de la vida colectiva, desde el carácter de las personas hasta las formas de expresión artística. Ser miembro de una nación se ha convertido en una necesidad ontológica capaz, pareciera, de condicionar por completo nuestra forma de ser y estar en el mundo. A partir de finales del siglo XVIII nación y progreso se convirtieron en las nuevas religiones de occidente, desplazando al cristianismo como base del mito, la estética y la moralidad, las tres funciones de la religión según Hegel. Puede afirmarse que la historia de los dos últimos siglos en occidente, y a partir del siglo XX en el conjunto del planeta, es la historia de las naciones e, incluso, que de los grandes mitos de la modernidad el progreso, el triunfo de la razón, la lucha de clases, la nación es el único que parece haber sobrevivido indemne a las grandes convulsiones históricas del último siglo, de manera que la bondad de la nación como forma natural y deseable de organización social sigue gozando de un amplio consenso en la mayoría del planeta.

La mejor prueba de esta hegemonía del paradigma de lo nacional en el mundo contemporáneo la tenemos en que si preguntásemos a varias personas, no definidas a priori como nacionalistas, sobre los siete puntos que según Smith definen el nacionalismo, a saber: la humanidad se divide naturalmente en naciones; cada nación posee su carácter peculiar; el origen de todo poder político es la nación, el conjunto de la colectividad; para conseguir su libertad y autorrealización, los hombres deben identificarse con una nación; las naciones sólo pueden realizarse plenamente dentro de sus propios estados; la lealtad hacia el Estado nación se impone sobre otras lealtades; y la principal condición de la libertad y la armonía globales consiste en el fortalecimiento del Estado nación, 3 es muy probable que la mayoría se mostrase de acuerdo con muchas, si no con todas, estas afirmaciones. Es decir, que considerasen que la nación es la forma “natural” de organización de la vida política, que los hombres son fruto de la nación en la que nacen y que el respeto y reconocimiento de los derechos nacionales es condición indispensable para una vida internacional armoniosa. La nación goza, pues, de un alto consenso colectivo tanto sobre su realidad como sobre la bondad de su existencia. Es, sin duda alguna, la respuesta más exitosa a los problemas identitarios y de legitimación del ejercicio del poder en las sociedades posteriores a la caída del antiguo régimen. La centralidad de la nación en la organización política de la modernidad ha ido acompañada de la asunción de un cierto carácter de naturalidad.

Si en el plano socio económico las sociedades burguesas se han imaginado a sí mismas como “naturales”, liberadas al fin de las trabas que en el pasado habían impedido el libre desarrollo de las potencialidades humanas, el fin de la historia tiene un largo pasado, antes en el plano político la nación ha tenido que asumir el mismo carácter, el fin de la historia seria, en este caso, la organización política de la humanidad en naciones, entendidas como unidades naturales, existiendo en el tiempo al margen incluso de la propia voluntad de los individuos que las componen, cuya finalidad última seria su conversión en estados; la nación seria la respuesta histórica concreta a los problemas de identidad y de legitimación del ejercicio del poder creados por el desarrollo de la modernidad.

Sobre la historicidad de la nación no merece la pena de tenerse demasiado. Afirma que la nación como cualquier otra forma de organización social, desde la familia occidental hasta los grupos de edad de una tribu africana, es una construcción histórica, nacida en un tiempo y un espacio determinado y carente por completo de la naturalidad con que la vistió el nacionalismo

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