El desarrollo emocional adolescente
Enviado por leglashe • 4 de Septiembre de 2014 • Síntesis • 3.695 Palabras (15 Páginas) • 322 Visitas
El desarrollo emocional adolescente
El amor sólo comienza a desarrollarse
cuando amamos a quienes no necesitamos
para nuestros fines personales.
E. Fromm
La adolescencia
Recordar la propia juventud es algo siempre interesante. Cuando se es joven, y se vive rodeado de otros jóvenes en el
ambiente escolar o en la familia, parece quizá que a todos aguarda un destino parecido. Pero si recordamos aquellos
años nuestros, y vemos cómo fue pasando el tiempo, y cómo fue fraguando nuestra vida personal y la de nuestros amigos
y compañeros, y cómo nuestros destinos iban serpenteando por unas rutas que quizá ahora, años después, nos
parecen sorprendentes, comprendemos enseguida que la adolescencia es una etapa decisiva en la historia de toda
persona.
Los sentimientos fluyen en el adolescente con una fuerza y una variabilidad extraordinarias. La adolescencia es la edad
de los grandes ánimos y de los grandes desánimos, de los grandes ideales y de los grandes escepticismos. Una etapa
en la que emerge quizá una imagen propia inflexible y contradictoria, con frecuentes dudas y largas y difíciles batallas
interiores.
Muchos experimentan, por ejemplo, una amarga sensación de rebeldía por no poder controlar sus propios sentimientos.
Se sienten tristes y desalentados, o incluso resentidos y culpables, quizá porque son demasiado perfeccionistas e
inquisitivos, y quieren verlo todo con una claridad que la vida no siempre puede dar. Quieren entrar en su vida afectiva
con mucho ímpetu, y pretenden salir luego de ella seguros e inamovibles, con todas sus ideas como en letra de molde,
como aquellas viejas planas de caligrafía de los primeros años del colegio, limpias y sin la menor tachadura. Y al chocar
con la complejidad de sus propios sentimientos, se encuentran como inundados por una tristeza grande, y pueden sentir
incluso ganas de llorar, y si les preguntas por qué están así, es fácil que respondan desolados: no lo sé.
A esa edad hay muchas cosas que ordenar dentro de uno mismo. Hay quizá muchos proyectos y, con los proyectos,
desilusiones e inseguridades. Y no hay siempre una lógica y un orden claros en su cabeza. Se mezclan muchos
sentimientos que pugnan por salir a la superficie. Las preocupaciones de la jornada, la rumiación de recuerdos pasados
que resultan agradables o dolorosos, y que quizá estén deformados en un ambiente interior enrarecido, todo eso
confluye en su mente cada día como en una torrentera, mezclando las aspiraciones más profundas del espíritu con los
impulsos más bajos del cuerpo.
Y en medio de esa amalgama de sentimientos, algunos de ellos opuestos entre sí, va cristalizando el estilo emocional del
adolescente. Día a día irá consolidando un modo propio de abordar los problemas afectivos, una manera de
interpretarlos que tendrá su sello personal, y que con el tiempo constituirá una parte muy importante de su carácter.
El descubrimiento de la libertad interior
Parte importante de ese proceso de maduración del adolescente es su progresivo descubrimiento de la libertad interior.
Al principio, es fácil que identifique obligación con coacción, que perciba la idea del deber como una pérdida de libertad.
Sin embargo, con el tiempo va cobrando conciencia de que en su vida hay elementos que le acercan a su desarrollo
más pleno, y otros que, en cambio, le alejan de él. Advierte que, con la conducta personal, unas veces se teje y otras
se desteje; que ha de distinguir mejor entre lo que le apetece y lo que le conviene; y que si no procura hacer lo que debe
hacer, no logrará ser verdaderamente libre.
Descubre que si su libertad
elige la insolidaridad,
o si elige dejándose dominar por la pereza,
o elige desde la soledad del propio egoísmo,
será una libertad vacía.
Percibir el deber como una obligación coactiva es uno de los errores más graves que acechan el proceso de su
desarrollo emocional. Por eso, debe comprender pronto que actuar conforme al deber es algo que nos perfecciona; que
si aceptamos nuestro deber como una voz amiga, acabaremos asumiéndolo de modo gustoso y cordial.
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Y descubrimos entonces
que el gran logro de la educación afectiva
es conseguir en lo posible
unir el querer y el deber.
Así, además, se alcanza un grado de libertad mucho mayor.
La felicidad no está en hacer
lo que uno quiere,
sino en querer
lo que uno debe hacer.
Así nos sentiremos ligados al deber, pero no obligados, ni forzados, ni coaccionados, porque percibiremos el deber como
un ideal que nos lleva a la plenitud. Goethe decía que no nos hacemos libres por negarnos a aceptar nada superior a
nosotros, sino por aceptar lo que está realmente por encima de nosotros. Percibir el deber como ideal constituye una
de las mayores conquistas de la verdadera libertad.
Esto puede apreciarse en situaciones muy variadas. Por ejemplo, el hombre sometido a sus apetencias es un hombre
que vive recluido en una interioridad egoísta, que tendrá una enorme dificultad para dirigir la atención fuera de sí mismo.
Una persona acosada por los deseos hasta el extremo de no poder dominarlos, es una persona incapaz de percibir los
valores que reclaman su primacía sobre esas apetencias, y será por eso una persona falta de libertad.
¿A qué tipo de deseos y apetencias te refieres?
Me refiero a dejarse absorber por la pereza, el desorden, el egoísmo, una ambición insana, una vida sexual desordenada,
el alcohol, etc. Son cosas bien distintas.
Pero todas coinciden en que
al principio no exigen nada:
invitan a dejarse llevar,
lo prometen todo,
pero al final te dejan vacío y triste.
Se trata de una dinámica que, al no ser exigente, parece concederlo todo a quien se entrega a ella. Pero quien cede a
la sugestión fascinadora de buscar la felicidad por esos atajos, con el tiempo se encontrará defraudado y se dará
cuenta de que ha equivocado el camino.
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