El hombre sin mirada, un ensayo acerca de la soledad nocturna.
Enviado por kamu kinzoku • 12 de Septiembre de 2018 • Ensayo • 909 Palabras (4 Páginas) • 88 Visitas
.-EL HOMBRE SIN MIRADA.-
En la calle del boulevard principal de una ciudad monocromática del occidente, junto a la avenida desposeída de emolumento alguno, podía observarse a una distancia cenital, entre cierzos monzónicos a una silueta despectiva con forma de hombre… Se mantenía vivo ante las inclemencias provenientes del puerto que se asomaba cercano a la ciudad. De complexión risiblemente delgada, aquel hombre se desplazaba entre los pasos peatonales.
Por las madrugadas prendía una clandestina fogata en la cual invitaba ratas, murciélagos y la luna… de los tres mencionados, asistían todos. En tal amena y modesta invitación, bebían del sesgo de humedad en las hojas de árboles que goteaban aire por las noches. Comían hasta la saciedad del frio fruto de los manzanos rebeldes que botaban de forma tardía sus cosechas.
Toda historia por contar y que servía para amenizar la velada, era aprobada por el consenso parlamentario de la muchedumbre de luciérnagas y cigarras marchando con silbidos de aprobación. Cuan gratas eran las estancias en ese lugar… era saborear las virtud en su mas amplio y adepto esplendor. ¿Era aquello La castidad estoica de la virtud? – En efecto que lo era… Nada se renegaba por la representación teatral de las apariencias. Ahí todos eran genuinos ¡Como me gustaba estar ahí! pero al llegar el sol y el albor de la mañana, todo cambiaba. Se llegaba el momento de guardar todo el jaleo y ocultar el hospicio noctambular a la vista de peatones y transeúntes merodeadores.
La luna se marchaba al poniente mientras el sol se encaminaba al oriente para poder en algún momento del día, contrastar sus caminos… mientras tanto, las luciérnagas dormían entre la hierba y las cigarras perdían la voz. La silueta del empedernido hombre se marchaba junto al humo que desprendían los mojados escombros y chiriviscos sobrevivientes al fuego; se marchaba con una lata entre sus manos, con la esperanza marchitando sus pasos y en búsqueda de comida empobrecida, se dirigía a los mercados, ofreciendo únicamente la fuerza de sus brazos para sostener grandes y abultados contenedores de incalculable volumen… era así como se ganaba un momento mas entre la batalla del hambre y el sustento “porque no solo de iluminación vivirá el hombre” se pronunciaba por sí y para sí.
Y transcurrían las escabrosas horas en el reloj de catedral. El hombre escuchaba atento sabiendo que en su hospicio le echaban de menos… y al marcar la enorme aguja en punto de las seis de la tarde, se disponía a regresar, y siempre había quien en su camino se atravesaba y ofrecía de su pan, obsequiaba de su vino y sin giño que refutase su humildad, él lo aceptaba. El vino servía por las noches para apaciguar los delirios y llegar con somera plenitud de nuevo a la madrugada, el pan se utilizaba para adormecer las hambrientas viseras que exclamaban por sustento; tanto del hombre como de los invitados que se congregaban en derredor de la acogedora fogata.
...