El horla Guy de Maupassant
Enviado por Nuktal • 8 de Octubre de 2012 • Monografía • 8.146 Palabras (33 Páginas) • 581 Visitas
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El horla
Guy de Maupassant
8 de mayo
¡Qué hermoso día! He pasado toda la mañana tendido sobre la hierba, delante de mi casa,
bajo el enorme plátano que la cubre, la resguarda y le da sombra. Adoro esta región, y me gusta
vivir aquí porque he echado raíces aquí, esas raíces profundas y delicadas que unen al hombre
con la tierra donde nacieron y murieron sus abuelos, esas raíces que lo unen a lo que se piensa y
a lo que se come, a las costumbres como a los alimentos, a los modismos regionales, a la forma
de hablar de sus habitantes, a los perfumes de la tierra, de las aldeas y del aire mismo.
Adoro la casa donde he crecido. Desde mis ventanas veo el Sena que corre detrás del
camino, a lo largo de mi jardín, casi dentro de mi casa, el grande y ancho Sena, cubierto de
barcos, en el tramo entre Ruán y El Havre.
A lo lejos y a la izquierda, está Ruán, la vasta ciudad de techos azules, con sus numerosas y
agudas torres góticas, delicadas o macizas, dominadas por la flecha de hierro de su catedral, y
pobladas de campanas que tañen en el aire azul de las mañanas hermosas enviándome su suave y
lejano murmullo de hierro, su canto de bronce que me llega con mayor o menor intensidad según
que la brisa aumente o disminuya.
¡Qué hermosa mañana!
A eso de las once pasó frente a mi ventana un largo convoy de navíos arrastrados por un
remolcador grande como una mosca, que jadeaba de fatiga lanzando por su chimenea un humo
espeso.
Después, pasaron dos goletas inglesas, cuyas rojas banderas flameaban sobre el fondo del
cielo, y un soberbio bergantín brasileño, blanco y admirablemente limpio y reluciente. Saludé su
paso sin saber por qué, pues sentí placer al contemplarlo.
11 de mayo
Tengo algo de fiebre desde hace algunos días. Me siento dolorido o más bien triste.
¿De dónde vienen esas misteriosas influencias que trasforman nuestro bienestar en
desaliento y nuestra confianza en angustia? Diríase qué el aire, el aire invisible, está poblado de
lo desconocido, de poderes cuya misteriosa proximidad experimentamos. ¿Por qué al
despertarme siento una gran alegría y ganas de cantar, y luego, sorpresivamente, después de dar
un corto paseo por la costa, regreso desolado como si me esperase una desgracia en mi casa?
¿Tal vez una ráfaga fría al rozarme la piel me ha alterado los nervios y ensombrecido el alma?
¿Acaso la forma de las nubes o el color tan variable del día o de las cosas me ha perturbado el
pensamiento al pasar por mis ojos? ¿Quién puede saberlo? Todo lo que nos rodea, lo que vemos
sin mirar, lo que rozamos inconscientemente, lo que tocamos sin palpar y lo que encontramos sin
reparar en ello, tiene efectos rápidos, sorprendentes e inexplicables sobre nosotros, sobre
nuestros órganos y, por consiguiente, sobre nuestros pensamientos y nuestro corazón.
¡Cuán profundo es el misterio de lo Invisible! No podemos explorarlo con nuestros
mediocres sentidos, con nuestros ojos que no pueden percibir lo muy grande ni lo muy pequeño,
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lo muy próximo ni lo muy lejano, los habitantes de una estrella ni los de una gota de agua. . . con
nuestros oídos que nos engañan, trasformando las vibraciones del aire en ondas sonoras, como si
fueran hadas que convierten milagrosamente en sonido ese movimiento, y que mediante esa
metamorfosis hacen surgir la música que trasforma en canto la muda agitación de la naturaleza...
con nuestro olfato, más débil que el del perro... con nuestro sentido del gusto, que apenas puede
distinguir la edad de un vino.
¡Cuántas cosas descubriríamos a nuestro alrededor si tuviéramos otros órganos que
realizaran para nosotros otros milagros!
16 de mayo
Decididamente, estoy enfermo. ¡Y pensar que estaba tan bien el mes pasado! Tengo fiebre,
una fiebre atroz, o, mejor dicho, una nerviosidad febril que afecta por igual el alma y el cuerpo.
Tengo continuamente la angustiosa sensación de un peligro que me amenaza, la aprensión de una
desgracia inminente o de la muerte que se aproxima, el presentimiento suscitado por el comienzo
de un mal aún desconocido que germina en la carne y en la sangre.
18 de mayo
Acabo de consultar al médico pues ya no podía dormir. Me ha encontrado el pulso
acelerado, los ojos inflamados y los nervios alterados, pero ningún síntoma alarmante. Debo
darme duchas y tomar bromuro de potasio.
25 de mayo
¡No siento ninguna mejoría! Mi estado es realmente extraño. Cuando se aproxima la noche,
me invade una inexplicable inquietud, como si la noche ocultase una terrible amenaza para mí.
Ceno rápidamente y luego trato de leer, pero no comprendo las palabras y apenas distingo las
letras. Camino entonces de un extremo a otro de la sala sintiendo la opresión de un temor
confuso e irresistible, el temor de dormir y el temor de la cama. A las diez subo a la habitación.
En cuanto entro, doy dos vueltas a la llave y corro los cerrojos; tengo miedo. . . ¿de qué?. . .
Hasta ahora nunca sentía temor por nada. . . abro mis armarios, miro debajo de la cama;
escucho... escucho... ¿qué?... ¿Acaso puede sorprender que un malestar, un trastorno de la
circulación, y tal vez una ligera congestión, una pequeña perturbación del funcionamiento tan
imperfecto y delicado de nuestra máquina viviente, convierta en un melancólico al más alegre de
los hombres y en un cobarde al más valiente? Luego me acuesto y espero el sueño como si
esperase al verdugo. Espero su llegada con espanto; mi corazón late intensamente y mis piernas
se estremecen; todo mi cuerpo tiembla en medio del calor de la cama hasta el momento en que
caigo bruscamente en el sueño como si me ahogara en un abismo de agua estancada. Ya no
siento llegar como antes a ese sueño pérfido, oculto cerca de mi, que me acecha, se apodera de
mi cabeza, me cierra los ojos y me aniquila.
Duermo durante dos o tres horas, y luego no es un sueño sino una pesadilla lo que se
apodera de mí. Sé perfectamente que estoy acostado y que duermo. . . lo comprendo y lo sé. . . y
siento también que alguien se aproxima, me mira, me toca, sube sobre la cama, se arrodilla sobre
mi pecho y tomando mi cuello entre sus manos aprieta y aprieta... con todas sus fuerzas para
estrangularme.
Trato de defenderme, impedido por esa impotencia atroz
...