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El preso q mira a su hijo, por mario benedett


Enviado por   •  25 de Enero de 2014  •  379 Palabras (2 Páginas)  •  233 Visitas

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El preso q mira a su hijo, por mario benedett…

Cuando era como vos me enseñaron los viejos

y también las maestras bondadosas y miopes

que libertad o muerte era una redundancia

a quien se le ocurría en un país

donde los presidentes andaban sin capangas.

Que la patria o la tumba era otro pleonasmo

ya que la patria funcionaba bien

en las canchas y en los pastoreos.

Realmente no sabían un corno

pobrecitos creían que libertad

era tan solo una palabra aguda

que muerte era tan solo grave o llana

y cárceles por suerte una palabra esdrújula.

Olvidaban poner el acento en el hombre.

La culpa no era exactamente de ellos

sino de otros más duros y siniestros

y estos sí

cómo nos ensartaron

en la limpia república verbal

cómo idealizaron

la vidurria de vacas y estancieros

y cómo nos vendieron un ejército

que tomaba su mate en los cuarteles.

Uno no siempre hace lo que quiere

uno no siempre puede

por eso estoy aquí

mirándote y echándote

de menos.

Por eso es que no puedo despeinarte el jopo

ni ayudarte con la tabla del nueve

ni acribillarte a pelotazos.

Vos ya sabés que tuve que elegir otros juegos

y que los jugué en serio.

Y jugué por ejemplo a los ladrones

y los ladrones eran policías.

Y jugué por ejemplo a la escondida

y si te descubrían te mataban

y jugué a la mancha

y era de sangre.

Botija aunque tengas pocos años

creo que hay que decirte la verdad

para que no la olvides.

Por eso no te oculto que me dieron picana

que casi me revientan los riñones

todas estas llagas, hinchazones y heridas

que tus ojos redondos

miran hipnotizados

son durísimos golpes

son botas en la cara

demasiado dolor para que te lo oculte

demasiado suplicio para que se me borre.

Pero también es bueno que conozcas

que tu viejo calló

o puteó como un loco

que es una linda forma de callar.

Que tu viejo olvidó todos los números

(por eso no podría ayudarte en las tablas)

y por lo tanto todos los teléfonos.

Y las calles y el color de los ojos

y los cabellos y las cicatrices

y en qué esquina

en qué bar

qué parada

qué casa.

Y acordarse de vos

de tu carita

lo ayudaba a callar.

Una cosa es morirse de dolor

y otra cosa es morirse de vergüenza.

Por eso ahora

me podés preguntar

...

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