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Elogio y reproche de los límites


Enviado por   •  13 de Marzo de 2018  •  Ensayo  •  1.521 Palabras (7 Páginas)  •  143 Visitas

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Elogio y reproche de los límites

  Dentro de la frontera de la ficción —incluso eso puede ser discutible— de la extraña y hermosa novela Océano mar, de Alessandro Baricco, el singular personaje doctor Bartleboom trabaja obcecado en su Enciclopedia de los límites verificables en la naturaleza con un apéndice dedicado a los límites de las facultades humanas, diserta e intenta medir para delimitar con precisión los puntos, físicos o no, que constituyen los límites en categorías varias, por ejemplo: el lugar donde acaba el mar o el momento en que comienza la noche. Creo firmemente que en el podio de los mejores escenarios que puede tener el destino de una novela que hayamos leído está el haber constituido una semilla, que algo (y eso dando rienda suelta a la ambición) de la idea original que generó se quede en la memoria; puede que sea una escena, o tal vez un concepto. Sé, por haberlo verificado, que no somos una minoría de lectores a los que esa idea del personaje obsesionado con atrapar, retratar o definir los límites nos suele permanecer años después, aun cuando se hayan borrado otras historias de ese libro. Entonces podemos decir que hemos llegado a algo significativo, que nos reclama la atención; recordar suele ser una buena pista de lo que es importante, porque la emoción facilita el recuerdo y tiene algo de sabiduría escondida, nos da un indicio sobre el conocimiento oculto.

   La propia novela tiene un cuerpo difuso, el contexto es evanescente, no se menciona si es contemporáneo ni se explicita el escenario, y tampoco aclara si las reglas de realidad están alteradas, aunque se sugiere. El mismo tema de la novela es difícil de precisar. O sea, los límites no son claros. Nosotros proyectamos, y el autor nos otorga una gran libertad para que lo hagamos sin perder de vista ese relato tan impreciso que señala como tema, como quien pasa por ahí, la precisión. En ciertas conferencias que Umberto Ecco impartió en Harvard a principio de los noventa (después editadas por Lumen con el título de Seis paseos por los bosques narrativos) habló sobre narrativa (¿no terminan casi todas, y os, las escritoras dedicando un buen esfuerzo a disertar sobre ese territorio que también es fronterizo?), señalando que quien lee juega el papel activo para llegar al significado, no lo hace el texto. No somos conscientes, pero al leer ponemos mucho más que lo que nos dan. No sólo es territorio que exploren escritores de ficción o ensayistas, sino que también es un terreno fértil para la investigación universitaria; hay multitud de estudios controlados, hipótesis sobre el modo en que construimos los modelos de situaciones y elaboramos inferencias sobre lo que viene señalado o evocado. El consenso es claro: en un texto lo importante es lo que aportamos, pero necesitamos un anclaje, una referencia. Y en la mayoría de los textos éste es claro. Pero en esa novela —y en algunas otras— se explora ese equilibrio, hace avanzar algo más la conveniencia del lugar (¿lugar?) en el que colocar ese límite. En casi todos los límites se muestran de una manera algo más clara dos pulsiones a las que no conviene ignorar porque impregnan casi todo lo humano: la libertad frente a la seguridad.

  Necesitamos ejercitar nuestra libertad, pero precisamos la seguridad que nos da el marco que señalan los márgenes. Sabemos, por referencias o por experiencias, que la ausencia de límites (no sólo, pero especialmente) en niños pequeños puede llegar a ser tan desastrosa como privar de la libertad en una medida que avasalle. En los alrededores de esa línea difusa que marca el confín entre esas dos grandes fuerzas es donde ocurre lo que necesitamos para avanzar de un modo juicioso. Tal vez por eso es un territorio que fascina a los espíritus curiosos. Quizá por eso recurrimos a ellos para reclamar que nos traten de otra manera o volvemos a explorarlos cuando decidimos hacer caso a nuestro impulso de crecer. Además el lugar donde colocamos esa frontera nos da pistas sobre quiénes somos y cómo nos presentamos a los demás. En estos meses vuelve a tener una gran presencia un debate cuya vuelta parece perpetua: los límites en el humor. Es un tema que llama a la beligerancia casi invariablemente y esta vez el motivo no es más luminoso; estamos explorando un terreno inédito, la experimentación de ciertas consecuencias —en especial judiciales— por publicar mensajes en la red de twitter o que se derivan de la difusión mediática a través de las nuevas tecnologías. En general en los debates que se llevan el foco las posiciones suelen ser muy marcadas y dejan poco espacio a considerar el punto de vista contrario: por un lado algunos reclaman respeto y denuncian la humillación que conlleva un comentario, un chiste o una declaración (más o menos descontextualizada) y por otro los hay quienes valoran el humor como instrumento contra el poder, herramienta, por cierto, que acepta muy mal los límites. Pero ambas posturas suelen obviar el gigantesco reverso que esconde lo que sugiere la parte escondida del iceberg. Lo que para algunos representa el sano ejercicio del humor para otros es una acción deliberada con el objetivo dañar, que reclama límites legales. Cuando irrumpe en el debate el territorio de los sentimientos la razón queda maniatada y el propio debate se resiente. Entonces parece que se hable de conceptos diferentes, y tal vez esa sea una de las claves: son dimensiones diferentes. Tal vez el aspecto legal no deba mezclarse con lo que podamos interpretar como normas de convivencia. Muchas y muchos militantes de la posición que aboga por la libertad se escandalizan (es una reacción y una respuesta lícita y lógica) cuando interpretan que el motivo de otra acción es únicamente hacer daño. Poco después de la trágica muerte de Bimba Bosé no pocos usuarios se hicieron eco de ciertos mensajes repugnantes que, sin duda, se vertieron con el único objetivo de dañar, en los que había una burla ante su enfermedad y muerte. Muchos pedían actuar a la fiscalía. He ahí un aspecto interesante del debate, porque conlleva definir límites con un criterio que, tal vez, no sea tan fácil de categorizar. Si alguien hace un chiste sobre la muerte de un personaje notorio de un régimen dictatorial como Carrero Blanco hay una actitud y un mensaje; si alguien hace un comentario (supongo que habrá quien lo llame chiste) sobre la muerte de un personaje que representa un modo de estar en el mundo como Bimba Bosé, con unos valores que a ciertas personas les escandalizan, también está significándose. En ambos casos, para lanzar el mensaje o para sentir la ofensa, estamos aportando. Estamos haciendo las inferencias que el contenido del mensaje sólo sugiere. ¿Es lícito solicitar acción ante algo que representa una diferencia tan difícil de precisar (por más que entienda la diferencia en la voluntad)? No es exactamente una pregunta retórica, yo no lo tengo claro. Definir los límites puede ser un recurso práctico, pero aunque resulte contraintuitivo pues deberíamos considerar las diferentes dimensiones por separado (la actitud que nos merecen esas actuaciones, la dimensión legal, la que supone la educación y las reglas de convivencia…), me temo que esa pretensión de marcar bien los límites supondría un proceso muy tortuoso al que el simplismo le sentaría muy mal.

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