En una esquina de la habitación, escondida, con los ojos cerrados; una carta en la mano izquierda y lágrimas en las mejillas. Me encuentro ahí, abrumada, sola y aterrada, rogando porque no vuelva nunca más aquello que heló mi cuerpo y dejo mis recuer

La otra cara del amor. (Cuento del miedo)

Por María Rivera.

En una esquina de la habitación,  escondida, con los ojos cerrados; una carta en la mano izquierda y lágrimas en las mejillas. Me encuentro ahí, abrumada, sola y aterrada, rogando porque no vuelva nunca más aquello que heló mi cuerpo y dejo mis recuerdos llenos de dolor y angustia.

Eso que vi ni tiene nombre, no tiene rostro; no es una persona pero es más que una cosa. Si, no es algo pero tampoco alguien. Y me miró con lastima, con odio; sin decir nada aulló en contra de mi sonrisa provocando las más intensas lágrimas que he podido sentir, para sentir satisfacción al ver mi reciente caída emocional y física.

Tomó mi único recuerdo feliz, mi último destello de vida y con gran crueldad y gozo lo rompió en pequeños e infinitos pedazos de papel cubiertos de lagrimas, besos y palabras. Tomó el único pedazo de vida que poseía y se deshizo de él para siempre, dejándome aquí... con rencor, dolor y temor, tomó mis recuerdos y los dejó en angustia.

No sé cómo lo hizo pero logró matarme de la manera más lenta y dolorosa posible, aún cuando solíamos coexistir y colaborar en la creación de nuevas palabras,  de nuevas esperanzas; aun así decidió matarme y cuando menos lo esperaba se tornó en un ente tan obscuro, macabro y terrible.

 Ese mismo ente que hoy me asecha, que me despierta cada noche con el corazón en mano y la esperanza rota; que ahora vive rodeado de flores muertas, obscuridad y soledad, que en cada comentó me atormenta, me humilla y destruye. ¿Qué pasó con la esperanza que alguna vez me ayudó a construir? ¿Por qué ahora se aferra en destruirla?

No entiendo lo qué pasa y realmente no me importa, lo único que quiero es salir de aquí, dormir sin pensar, no recordar, no sentir, no mirar más. Quiero que me deje en paz, aunque se lleve mi felicidad de por medio, pero que no vuelva más; que no me visite, que no me mire  ni me conozca ese ente desolador.

 Porque al final del día nunca entenderé cómo el amor termino derrotándome e hipócritamente terminó por tomar los recuerdos que él mismo creó para destruirlos en mi cara, creando un dolor eterno en mí y acechándome cada noche hasta matarme.

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