Enrique Anderson Imbert. Cuentos de amor, de locura y de muerte
Enviado por • 12 de Enero de 2015 • Resumen • 1.757 Palabras (8 Páginas) • 360 Visitas
Cuentos de amor, de locura y de muerte
Cuentos de amor, de locura y de muerte se publicó en 1917. Es su primer libro importante: el que lo revela como uno de los mayores cuentistas hispanoamericanos. Lo integran quince piezas que pueden clasificarse así: las seis primeras y las dos últimas son de ambiente urbano; las otras siete, de monte.
El volumen se abre con "Una estación de amor", que es, por su extensión y estructura, un relato más que un cuento: no refiere un hecho sino que desarrolla una historia. Una historia en gran parte autobiográfica: la del malogrado idilio juvenil del autor con Ana María Jurkowski. Con este asunto elabora el tema de la pérdida de la pureza y la inocencia. La narración —a nuestro juicio bien lograda— nos muestra vívidamente la primera experiencia sentimental que dejó una marca profunda en el alma del escritor.
"El solitario" es el relato de un matrimonio desigual y mal avenido. El conflicto desemboca en un desenlace melodramático.
También tiene un final impresionante La gallina degollada", de fuerte crudeza naturalista y uno de los más terribles cuentos "con efecto" (efecto de horror) escritos por Quiroga.
La muerte de Isolda desarrolla una historia de amor sobre un fondo de música wagneriana y con elementos fantásticos que traen de nuevo el recuerdo de Poe.
"Los buques suicidantes" intenta una explicación psicológica al viejo tema de los enigmáticos "barcos fantasmas, esas naves halladas al garete y sin ningún tripulante a bordo, inexplicablemente desiertas. Es lo que podríamos llamar un cuento “extraño “atendiendo a esa clasificación que aparta lo extraño tanto de lo real cotidiano como de lo sobrenatural o extraordinario y lo adscribe al "realismo mágico".
Enrique Anderson Imbert distingue entre narraciones sobrenaturales y extrañas. En las primeras, dice, el narrador permite que en la acción irrumpa de pronto un prodigio. Se regocija renunciando a los principios de la lógica y simulando milagros que trastornan las leyes de la naturaleza. Por lo contrario, en las narraciones extrañas el narrador, en vez de presentar la magia como si fuera real, presenta la realidad como si fuera mágica. Y agrega: "Entre la disolución de la realidad (magia) y la copia de la realidad (realismo) el realismo mágico se asombra como si asistiera al espectáculo de una nueva creación. Visto con ojos nuevos a la luz de una nueva mañana, el mundo es, si no maravilloso, al menos perturbador. En esta clase de narraciones los sucesos, siendo reales, producen la ilusión de irrealidad."
En esta pieza no hay, en rigor, una ruptura de la realidad, como ocurre en lo fantástico, sino una visión inédita y más profunda de la realidad. Está desenvuelto según la lógica de la narración enmarcada, tan frecuente en uno de los maestros de Quiroga: Guy de Maupassant.
"El almohadón de pluma" es otro cuento de horror. Con respecto a su genealogía, se ha recordado también el precedente de Poe, aunque se reconocen ciertas diferencias. John A Crow señala: "En estos tres cuentos (se refiere a "La gallina degollada", "El almohadón de pluma" y "La miel silvestre") Quiroga sigue pareciéndose a Poe en su afición al horror, pero se diferencia radicalmente del cuentista yanqui en el uso que hace de estos temas Pon insiste en la nota del horror desde el primer párrafo, y logra un efecto creciente acumulativo; Quiroga se contiene con calculada anticipación hasta la crisis donde se desata en una terminación explosiva.
José Enrique Etcheverry, después de un minucioso y agudo análisis del texto, formula algunas precisiones a la opinión de Crow. Puede hablarse, dice, de un doble uso del horror en esta pieza. El primero, el visible a primera vista, responde sin duda a la mecánica que Crow ha señalado. "Pero el horror más profundo es el que se instala en las relaciones del matrimonio Jordán y late subyacente a lo largo del relato, impregnando la narración entera. La estridencia del final puede disimularlo y sin duda Quiroga no fue ajeno a ese efecto que pretende —y lo logra magistralmente— despistar al lector desprevenido. Ese segundo uso del horror —más sutil, más alambicado, más cumplidamente artístico— es el que separa definitivamente a Quiroga de su ilustre predecesor norteamericano.
Los cuentos que lo ejemplifican son los que conceden a Quiroga su honda vigencia literaria. Este relato del año 1907 (o sea, de los comienzos de Quiroga en la difícil disciplina del cuento breve), siendo como es un logro de primera magnitud, anticipa frutos más sazonados en que el horror confiere al relato su más entrañable significado.
"Nuestro primer cigarro" recrea con gran frescura y vigor un momento de la niñez de Quiroga y de su vida familiar. Por ello, vale no sólo literariamente sino también como significativo documento biográfico y psicológico. En esta evocación de la infancia predomina el tono humorístico, pero se deja entrever —como lo ha señalado sagazmente Rodríguez Monegal— la ansiedad del niño huérfano de padre y que ha sufrido otra pérdida afectiva: la de la madre, cuyo segundo matrimonio él debió de haberlo vivido como un abandono.
Cierra el volumen "La meningitis y su sombra", un singular y romántico idilio entre el protagonista narrador y una joven de la aristocracia porteña que, en el delirio de la enfermedad, le declara su amor.
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