Ensayo De Salvador Távora
Enviado por lalip • 23 de Junio de 2012 • 2.122 Palabras (9 Páginas) • 472 Visitas
El teatro no tiene más que una historia, literaria y burguesa. Ésta es una afirmación contundente, que asumo y que refrenda el nacimiento y desarrollo del teatro en nuestra civilización occidental. Siendo un hecho tan evidente, estaba tan oculto entre los textos que dan noticias del proceso del arte dramático, que no lo tuve en consideración hasta, ya en pleno ejercicio de mi trabajo, contactar mis ideas sobre el arte escénico con las reflexiones y las sorpresas que provocaron la aparición de mi primer espectáculo y entender, por razones que explicaré en seguida, que la
singularidad que críticos y especialistas asignaban a mi perspectiva teatral no era producto de ninguna genialidad, ni obedecía a una actitud rebelde que viniera a cuestionar, conscientemente, el hecho dramático tradicional sino que, sencillamente, se debía a que mi encuentro con el teatro se había producido por caminos distintos del de la literatura y muy alejado de los sectores burgueses o pequeño burgueses que elaboraban y consumían entre ellos, con la cara vuelta a los gustos populares, sus productos teatrales. Cuando diseñé mentalmente mi primer esquema escénico para construir un espectáculo teatral, sabiendo mucho de valores artísticos de comunicación y muy poco de los valores literarios calificados de teatrales, en los momentos de desaliento me apoyaba, para estimularme en el atrevimiento, en una frase que leí, no recuerdo en qué manifiesto artístico de las utopías comunistas en aquellas lejanas ilusiones del Proletkult ruso, según la cual el futuro del teatro estaba en la mente y en las manos de los hombres que no eran del teatro. En aquel tiempo no era un hombre de teatro. Y aún convencido de que el futuro del teatro no iba a estar en mis manos, me estimuló, al aventurarme en un empeño dramático, el ser un hombre del taller, de los toros, del espectáculo, del arte y la cultura vivencial mediterránea del medio popular andaluz que arrastraba, desde pasados ya mis 25 años, una carga de sensaciones inexpresables, de amarguras, de relaciones naturales con el mundo de los aplastados por diez horas de taller, o por el juego con la muerte en las plazas de toros, o por madrugadas de fiestas flamencas donde el cante que nacía de la rabia y del dolor sólo servía para divertir a los responsables de esos dolores. Todo un bagaje de experiencias vitales que me proporcionaban una perspectiva del arte de la comunicación, con posibilidades de introducir en el hecho del teatro, totalmente asentado en una cultura con claros signos de identidad, asumida por mi vivir y pensar cotidiano, apartada, muy apartada, de esa otra cultura que nace de los libros del saber aprendido, del modelo de vida pequeño burguesa, de aquella otra cultura académica que imperaba como única en el medio teatral a la cual ni tuve acceso ni me refiero a ella en ningún caso en tono peyorativo. Entiendo, tal como escuchamos mil veces de boca de los enterados, que el teatro debe ser y es cultura, pero hay que reflexionar con rigurosidad hasta aclarar qué se entiende por cultura. En primer lugar no hay cultura sino culturas y dentro de cada una de ellas hay que distinguir sin muchos esfuerzos dos: la cultura de la vida, la que uno mama, la que uno siente, la que uno trae en la sangre al nacer, la que determina los comportamientos por la clase a la que se pertenece, la que se enseña al mundo a través del color, de los gestos y los sentimientos, y aquella otra que anticipé en líneas más arriba, la que uno lee, la que uno aprende, la que da títulos y conocimientos. Y con serenidad y sin tensión para afirmarlo, podemos decir que una cosa es la cultura de la vida y otra la cultura del saber, y yo, por mi nacimiento, por mi vida y por mi enfermiza sensibilidad receptiva, pertenecía y pertenezco a esa otra cultura de la vida, acorralada, aplastada, tratada, lamentablemente, con despectiva actitud por la mayoría de los que poseen la cultura que, en el teatro y en tantas otras actividades artísticas, se erige como la única con capacidad autorizada para crear, para establecer modelos: la del intelecto. Una cultura que, por circunstancias históricas, arrastra en el arte perspectivas y gustos pequeño burgueses de las derechas y de las izquierdas. De todo esto es fácil adivinar mi alergia a muchos textos teatrales caprichosos y vacíos, que tienen sus orígenes exclusivamente en las culturas intelectuales, así como también un determinado tipo de teatro «gramático», que no dramático, que nace, por inercia de esa historia literaria y burguesa del teatro, gastada y acabada, convertida en un cadáver cultural al que la administración, con criterios que quieren ser progresistas, se ha empeñado en resucitar. Es fácil adivinar también en mi propuesta escénica, un debate cultural de clase por instalar en los escenarios, en comunión emocional con los espectadores, un nuevo lenguaje teatral mediterráneo, que se desarrolla, con sus aciertos y sus errores, desde otras perspectivas temáticas y estéticas que el lenguaje al uso. Sin codificar aún, elaborándolo, como estamos haciéndolo en la práctica, de cara al público, apartado del libro, y sin teorías pedantes; un lenguaje teatral apoyado en un alfabeto de signos, objetos, personas, elementos diversos, músicas y sonidos, con capacidades de diálogo para la comunicación viva, inmediata y eficaz. La historia de mis once espectáculos dramáticos con La Cuadra, en los casi 25 años de historia de nuestro grupo teatral, son 110 festivales internacionales y cerca de tres mil actuaciones en 26 países; es la historia de una forma de ver, sentir, entender y hacer teatro a partir de una concepción difícil de explicar, como todo aquello que se escapa de uno mismo y, sin saber cómo, se convierte en comunicación. Es como la facultad, ya familiar, de poder expresar sensaciones, agarrando los pensamientos y materializándolos por otras vías de los sentidos antes de que se hagan palabras. Es como un continuo escarbar buscando vías no verbales por sus inequívocas identificaciones, para dar salida al dolor acumulado, a las aspiraciones sociales, a lo que hace vivir y a lo que hace morir, ordenando, disciplinadamente, materiales, con cierta dosis de brujerías o magia. Un universo de olores, cantos, bailes, máquinas, animales, todo lo que considero útil como elementos de comunicación al servicio de las ideas, o de los pensamientos que golpean en la mente gritando por
...