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Escándalo En La Oficina


Enviado por   •  13 de Octubre de 2014  •  5.978 Palabras (24 Páginas)  •  164 Visitas

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Había encontrado a la mujer que quería… y estaba dispuesto a todo por conseguirla

El guapísimo director general de la empresa deseaba a la hija del jefe. Griffin Slater le había hecho el amor a Eva Tremont innumerables veces… pero siempre en su imaginación. Ahora, sin embargo, tenía intención de casarse con ella y tenía un arma secreta con la que pensaba convencerla.

La proposición de Griffin era descabellada… y tentadora. El hombre al que tanto tiempo llevaba manteniendo a distancia le prometía hacer realidad su sueño de ser madre. Pero quizá casarse con él fuera un precio demasiado alto…

Capitulo Uno

-Voy a casarme con él.

«Con el hombre erróneo».

«No, con el hombre correcto», se corrigió Eva, irritada por haber adoptado durante un instante la perspectiva negativa de su padre.

Era verdad que no tenía una sensación instintiva de «perfección» o «destino», pero se dijo que debía dejar de ser tan ilógica.

A lo largo de su carrera como planificadora de fiestas, muchas veces había intuido que las cosas iban mal y luego se habían desarrollado de forma perfec-ta. También había visto cómo eventos que deberían haber resultado perfectos se convertían en terribles desastres.

Decidió para sí que no se podía predecir el futuro, incluso viendo la mirada incrédula y disgustada que le dirigía su padre.

Marcus Tremont se puso en pie y dio una palmada en el enorme escritorio de roble que tenía ante él.

-¡Maldición, Eva! ¿Estás loca? Cárter Newell es una serpiente caza herederas. ¡No recibirás ni un céntimo de mí!

Ella apretó los labios, pero se negó a mostrar cuánto le dolían las palabras de su padre. Había regresado pronto del trabajo, los lunes eran días reunirse con su padre en su biblioteca forrada de madera en la mansión familiar de la exclusiva zona Mili Valley. Se había preparado para la batalla.

-Por suerte -contestó-, no necesitamos ni un cén¬timo tuyo. Eventos de Diseño va muy bien

Su reputación como planificados de fiestas en la zona de la Bahía había crecido mucho en los últimos años Recibía encargos constantes de muchas de las anfitrionas de la al! sociedad de San Francisco, así como de reconocidas asociaciones filantrópicas

-Nunca entenderé qué ves en Cárter Newell –su padre se pasó la mano por el pelo gris.

Habían hablado del tema varias veces, siempre con el mismo resultado. Sin embargo, como el com¬promiso ya era una realidad, ella había tenido la es-peranza de que ese día fuera diferente.

A diferencia de su padre y la gente como el Cárter no consideraba el trabajo como su «amante». Al con¬trario, hacía que ella fuera su prioridad.

-Cárter me quiere-dijo, sin más.

-O a tu cuenta corriente -su padre frunció el ceño.

Ella apretó los dientes. Su padre siempre había de¬mostrado inquietud, suspicacia incluso, cuando le presentaba a sus novios. Suponía que era porque era hija única y su heredera. Con Cárter esa inquietud inicial nunca había cedido. Pero había que tener en cuenta que no había estado cerca del altar con nin¬guno de los novios anteriores...

-¿Cárter tiene trabajo? -siguió su padre-. Refréscame la memoria, Evangeline. ¿A qué se dedica?

Su padre sabía muy bien cómo se ganaba la vida Cárter, pero Eva decidió seguirle el juego.

-Cárter es asesor financiero independiente.

La primera vez que había mencionado la profe¬sión de Cárter, unos meses antes, había creído que contaría con la aprobación de su padre. Marcus Tremont respetaba la idea de sacar provecho a un dólar.

Sin embargo, la reacción de su padre había sido ti¬bia. Y cuando ella empezó a insinuar que se estaba planteando casarse con Cárter, esa tibieza había ini¬ciado un descenso en picado.

-Tonterías -afirmó su padre, haciéndose eco del escepticismo que había manifestado en ocasiones an¬teriores-. Eso es un título decorativo que oculta su verdadera profesión de seductor de herederas.

-¡Cárter procede de una familia de dinero! -a pe¬sar de que no había sido su intención, estaban repi¬tiendo argumentos que nunca habían llevado a nada. Sintió que se avecinaba un dolor de cabeza.

-Procedía de una familia de dinero -contraatacó su padre-. El alardea de manejar el dinero de otra gente porque no tiene ninguno propio.

-¡Eres imposible! -ese comentario la hartó-. Sólo porque los Newell ya no son tan ricos como eran, ¡crees que Cárter es un cazafortunas!

Mientras lo decía, lamentó su tendencia a sonar como una adolescente rebelde siempre que discutía con su padre.

-Créeme, Eva. No hay nadie más tenaz que una persona que intenta mantener su situación económi¬ca en la vida y evitar una caída hacia el abismo.

Ambos habían levantado la voz y Eva decidió dejar de intentar que el anuncio de su boda se convirtiera en un momento feliz.

-¿Dónde está el anillo? -preguntó su padre con brusquedad, mirando su mano-. No veo ninguno.

-Aún no lo tengo.

La expresión de su padre dejó muy claro lo que opinaba: «¿Ves? ¿Qué más pruebas necesitas?».

-Ah, no, de eso nada -intervino ella, antes de que pudiera expresar sus pensamientos-. Vamos a elegir¬lo juntos.

-¿Con qué? -inquirió su padre-. ¿Con un présta¬mo del banco?

Ella suponía que el compromiso no sería oficial hasta que tuviera un anillo, pero se negaba a que la discusión con su padre se centrara en algo meramen¬te simbólico.

Llamaron a la puerta y ambos se volvieron.

-Adelante -ladró su padre.

La puerta se abrió y entró Griffin Slater. Eva en¬tornó los ojos.

Griffin Slater. La mano derecha de su padre.

A ojos de su padre, si alguien tenía las credenciales perfectas para marido, ése era Griffin.

Griffin Slater la disgustaba intensamente. Había sido así desde que lo conoció, hacía una década, cuando empezó a trabajar para Tremont Holding In-mobiliario.

Al principio apenas había sido consciente de su existencia; no era más que otro recién salido de la universidad de Stanford que aprendía las bases del negocio inmobiliario con pretensiones de ascender.

Sin embargo, con treinta y cinco años era más jefe que empleado, sobre todo porque la avanzada edad de su padre le obligaba a ir soltando las riendas del imperio familiar.

Además, Griffin era un recordatorio constante de sus carencias como única heredera de su padre. No había demostrado ningún interés por la empresa fa-miliar y había iniciado sus propios negocios en cuan¬to acabó sus estudios en la universidad de Berkeley.

Eva era muy consciente de que mucha gente con¬sideraba su campo de trabajo

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