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Espoleada por un frío penetrante, Mercy Griggs azotó con su látigo el lomo de la yegua


Enviado por   •  13 de Abril de 2015  •  536 Palabras (3 Páginas)  •  180 Visitas

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Espoleada por un frío penetrante, Mercy Griggs azotó con su látigo el lomo de la yegua. El animal aceleró el paso y tiró sin esfuerzo del trineo sobre la nieve compacta. Mercy se arrebujó aún más en el cuello alto de su chaquetón de piel de foca y enlazó las manos dentro del manguito, en un vano esfuerzo por protegerse del frío ártico.

Era un día claro, sin viento, y brillaba un sol pálido que, desterrado por la estación a su trayectoria sur, luchaba por iluminar el paisaje nevado, sojuzgado por el cruel invierno de Nueva Inglaterra. Incluso a mediodía los troncos de los árboles deshojados proyectaban largas sombras de color violeta que se extendían hacia el norte. Masas congeladas de humo colgaban inmóviles sobre las chimeneas de las granjas dispersas, como petrificadas contra el azul cielo polar.

Mercy había viajado durante casi media hora. Después de salir de su casa, situada al pie de la colina Leach, en el Royal Side, se había dirigido hacia el sudoeste por Ipswich Road.

Había cruzado los puentes sobre los ríos Frost Fish, Crane y Cow House, y en ese momento entraba en el barrio de Northfield de la ciudad de Salem. Desde aquel punto, el centro de la ciudad sólo distaba tres kilómetros.

Pero Mercy no iba a la ciudad. Cuando dejó atrás la granja de Jacob, vio el lugar al que se dirigía. Era la casa de Ronald Stewart, un próspero comerciante y naviero. Lo que había arrancado a Mercy de su cálido hogar en un día tan frío era la preocupación propia de un buen vecino, mezclada con cierta curiosidad. En aquel momento, la casa de los Stewart era la fuente de las habladurías más interesantes.

Detuvo la yegua frente a la casa y contempló el edificio.

Sin lugar a dudas, era una buena muestra de que el señor Stewart era un comerciante perspicaz. Se trataba de un edificio impresionante, con multitud de gabletes, paredes de chilla parda, y rematado por un tejado de la mejor pizarra. Los cristales en forma de diamante de las numerosas ventanas eran de importación. Lo más impresionante de todo eran los trabajados pinjantes que colgaban de las esquinas de la planta superior. En conjunto, la casa parecía más adecuada para el centro de la ciudad que para el campo.

Mercy aguardó, confiada en que las campanillas del arnés del caballo habrían anunciado su llegada. A la derecha de la puerta principal había otro caballo con su trineo, lo cual daba a entender que ya habían llegado otras visitas. El caballo estaba cubierto por una manta. De sus fosas nasales brotaban intermitentes oleadas de vapor que se desvanecían al instante en el aire seco.

Mercy no tuvo que esperar mucho rato. La puerta se abrió casi de inmediato y en el umbral apareció una mujer de unos veintisiete años, cabello oscuro como ala de cuervo y ojos verdes. Mercy sabía que era Elizabeth Stewart. Acunaba en sus brazos un mosquete. Una multitud de rostros infantiles curiosos

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