Estructura Del Codigo Penal De La Federacion
Enviado por oscar2324 • 27 de Enero de 2012 • 2.294 Palabras (10 Páginas) • 825 Visitas
SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
JUANA RAMÍREZ DE ASBAJE
Conocemos algunos datos de la vida de sor Juana gracias, fundamentalmente, a tres textos: la carta a Manuel Fernández de Santa Cruz, obispo de Puebla, Respuesta a Sor Filotea de la Cruz; la carta que dirigió a el padre Núñez, su guía espiritual y la biografía que el jesuita Diego Calleja escribió a modo de aprobación de Fama y obras póstumas del Fénix de México, Décima Musa, poetisa americana..., el tercer tomo de sus obras, publicado en Madrid en 1700.
Juana Ramírez de Asbaje nació en 1648 [1] en San Miguel de Nepantla (México). Fue hija natural de Isabel Ramírez de Santillana y de Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuca. Tuvo cinco hermanos, según refiere el testamento de su madre, en el que se nos dice que tuvo seis hijos, todos naturales: los tres primeros de Pedro Manuel de Asbaje y los otros tres de Diego Ruiz Lozano.
Se poseen pocos datos acerca de su infancia. Todo lo que conocemos de sus primeros años de vida es lo que ella misma relata en la Respuesta, de la que extraemos que Juana era una niña inquieta, muy despierta y curiosa, con una extraordinaria sed de conocimiento:
[...] no había cumplido los tres años de mi edad cuando enviando mi madre a una hermana mía, mayor que yo, a que se enseñase a leer [...] me encendí yo de manera en el deseo de saber leer, que engañando, a mi parecer, a la maestra, le dije que mi madre ordenaba me diese lección. Ella no lo creyó, porque no era creíble; pero, por complacer el donaire, me la dio [...] y supe leer en tan breve tiempo, que ya sabía cuando lo supo mi madre.
Teniendo yo después como seis o siete años, y sabiendo ya leer y escribir [...], oí decir que había Universidad y Escuelas en que se estudiaban las ciencias, en Méjico; y apenas lo oí cuando empecé a matar a mi madre con instantes e importunos ruegos sobre que, mudándome el traje, me enviase a Méjico, en casa de unos deudos que tenía, para estudiar y cursar la Universidad.
y un sentimiento de disciplina y responsabilidad extraño para su corta edad:
[...] me abstenía de comer queso, porque oí decir que hacía rudos, y podía conmigo más el deseo de saber que el de comer, siendo éste tan poderoso en los niños.
Empecé a deprender gramática, en que no creo no llegaron a veinte las lecciones que tomé; y era tan intenso mi cuidado, que siendo así que en las mujeres -y más en tan florida juventud- es tan apreciable el adorno natural del cabello, yo me cortaba de él cuatro o seis dedos, midiendo hasta dónde llegaba antes, e imponiéndome ley de que si cuando volviese a crecer hasta allí no sabía tal o tal cosa que me había propuesto deprender en tanto que crecía, me lo había de volver a cortar en pena de la rudeza. [...] que no me parecía razón que estuviese vestida de cabellos cabeza que estaba tan desnuda de noticias, que era más apetecible adorno. [2]
Asimismo, Octavio Paz cree que es muy probable que no llegara a conocer a su padre, siendo su abuelo materno, Pedro Ramírez, y el amante de su madre, Diego Ruiz Lozano, las únicas figuras paternas de la niña Juana. La falta de su padre y la presencia extraña del padrastro, según Paz, llevaron a Juana a buscar refugio en los libros, con los que salía de su soledad. Esto, por supuesto, son hipótesis, no obstante, lo que sí sabemos con certeza es que fue su abuelo quien la inició, a través de su biblioteca, a un mundo intelectual del que formaría parte hasta el final de sus días: "despiqué el deseo en leer muchos libros varios que tenía mi abuelo, sin que bastasen castigos ni reprensiones a estorbarlo"[3]
Más tarde, en 1656, a la edad de ocho o diez años, Juana fue a vivir a México con unos parientes, con los que estuvo alrededor de ocho años. Juana irá creciendo, tanto física como intelectualmente, hasta conformarse una joven bella e inteligente. Las palabras de Calleja así lo explican:
Volaba la fama de habilidad tan nunca vista en tan pocos años; y al paso crecía la edad, se aumentaba en ella la discreción por los cuidados al estudio y su buen parecer con los de la naturaleza sola, que no quiso esta vez encerrar tanta sutileza de espíritu en cuerpo que la envidiase mucho, ni disimular como avarienta tesoro tan rico escondido entre tierra tosca. [4]
Asimismo, la misma sor Juana nos da noticia de sus cualidades describiéndose a través del personaje de Leonor de Los empeños de una casa:
Inclinéme a los estudios
desde mis primeros años
con tan ardientes desvelos,
con tan ansiosos cuidados,
que reduje a tiempo breve
fatigas de mucho espacio.
[...]
Era de mi patria toda
el objeto venerado
de aquellas adoraciones
que forma el común aplauso;
y como lo que decía,
fuese bueno o fuese malo,
ni el rostro lo deslucía
ni lo desairaba el garbo,
llegó la superstición
popular a empeño tanto,
que ya adoraban deidad
el ídolo que formaron.
(vv. 307-33, acto I)
En 1664 llegan a México los nuevos virreyes, los marqueses de Marcera, don Antonio Sebastián de Toledo y doña Leonor Carreto (1664-1673). Ese mismo año Juana entró al servicio de la marquesa con el título de "muy querida de la señora virreina", como asegura el padre Calleja [5]. Será durante su estancia en la corte cuando Juana escriba sus primeros poemas.
Más tarde, a los 19 años, ingresa como novicia en el convento de San José de las Carmelitas Descalzas. Pero Juana abandona rápidamente la orden por ser sumamente severa, regresando al palacio virreinal. Finalmente, el 24 de febrero de 1669, ingresa en el convento de San Jerónimo, menos estricto que el primero. A partir de este momento Juana Ramírez será sor Juana Inés de la Cruz.
SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ
Según nos cuenta la misma sor Juana en su Respuesta, se metió a monja porque "para la total negación que tenía al matrimonio, era lo menos desproporcionado y lo más decente que podía elegir" [6]. Pero, al mismo tiempo, debemos tener presente, como se encarga de señalar Octavio Paz, que "estaba incapacitada para el matrimonio por falta de dote, de padre y de nombre"[7] , situación que, unida al deseo de "querer vivir sola; de no querer ocupación obligatoria que impidiese el sosegado silencio"[8] de sus libros, explica fácilmente su decisión de tomar los hábitos.
Como ya he mencionado, la familia de sor Juana no poseía el dinero suficiente para pagarle una dote, necesaria tanto para contraer matrimonio como para ingresar como religiosa en un convento.
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