Etica Y Hombre
Enviado por anac30 • 27 de Septiembre de 2012 • 1.947 Palabras (8 Páginas) • 474 Visitas
LA ÉTICA Y EL HOMBRE
Jaime Rodríguez-Arana Muñoz
Catedrático de Derecho Administrativo
Subsecretario de Administraciones Públicas
Probablemente nunca, a lo largo de toda la historia, tantos han hablado tanto de ética.
¿Por qué de repente un interés tan generalizado por las normas que deben regir íntimamente,
si podemos hablar así, nuestro comportamiento? No pretendo dar una respuesta exhaustiva a
esta cuestión, simplemente apuntar lo que a cualquiera de nosotros posiblemente le ha pasado
por la cabeza con su sola mención.
En el interés actual por la ética hay razones circunstanciales, como pueden ser los
escándalos que nos sirve, con mayor o menor intensidad y frecuencia, la prensa diaria en todo
el mundo. Hay razones políticas en este interés desusado, porque la ética se ha convertido en
un valor de primer orden, o cuando menos -hay que admitirlo, nos guste o no-, como un
cierto valor para el mercadeo político. Además, hay también situaciones de desconcierto, ante
las nuevas posibilidades que ofrece la técnica, que exigen una respuesta clarificadora. Pero
hay una razón de fondo que pienso que justifica plenamente el interés por las cuestiones éticas,
e intentaré ahora referirme a ella con un poco de detenimiento.
En efecto, son incontestables los síntomas de que se están produciendo profundísimos
y vertiginosos cambios en los modos de vida del planeta, hecho que se pone particularmente
en evidencia en las sociedades avanzadas de occidente, o en aquellas otras de dispares
ámbitos geográficos que, con mayor o menor éxito, se han adaptado a las denominadas
exigencias occidentales de vida. Estos cambios en los modos de convivencia son tan extensos,
y se manifiestan con tal intensidad en las diversas áreas del entero existir -desde la producción
y la comunicación, por ejemplo-, que muy bien podemos estar asistiendo, como muchos
pensadores han apuntado, a un cambio de civilización.
Digamos que una manifestación de todo esto, una experiencia personal de la que
todos podemos dar cuenta por su viveza y continuidad, es la incertidumbre y la perplejidadque colectivamente padecemos ante el futuro. Así, cuando algún experto se atreve a hacer
prospectivos sobre el desarrollo de la actividad humana a la vista de los cambios tecnológicos
y sociales que se desarrollan ante nuestros ojos, nos describe panoramas que parecen
pertenecer, más que a una realidad inmediata, a la ciencia-ficción. Y sin embargo están ahí,
tan próximos, que a la vuelta de pocos años, poquísimos años en algunos aspectos, se nos
muestran superados por la aceleración vertiginosa de los acontecimientos.
Todo el elenco -inacabable- de cambios en la estructura técnica de nuestra sociedad
se traduce -de ahí hemos partido- en transformaciones profundas, entre otras cosas, en
nuestros modos de vida. Y con ellos se produce un derrumbamiento de los valores
tradicionales, o más exactamente cabría decir, de los valores de la sociedad tradicional,
entendiendo aquí tradicional en el sentido de una sociedad cerrada y rígidamente estructurada.
Se ha hablado mucho de la contraposición entre sociedades tradicionales y
sociedades abiertas, y sin pretender entrar ahora en el pormenor de la cuestión, digamos que,
efectivamente, es posible discernir en la sociedad que estamos configurando una serie de
rasgos que la caracterizan en oposición con el modelo social que se va quedando atrás. La
democracia, con todo lo que tiene de perfectible en los modos en que la articulamos, parece
afortunadamente afianzarse universalmente como forma de organización de la vida política; al
menos esa tendencia es clara. La participación en la vida pública por parte de todos los
miembros de la sociedad se enriquece progresivamente, sobre todo en las sociedades
avanzadas, posibilitándose la integración de los individuos en la vida social a través de un
tejido asociativo cada vez más rico. El pluralismo alcanza todos los órdenes de la vida,
extendiéndose a la cultura, caracterizándose así nuestras sociedades como sociedades
multiculturales. La remodelación y desformalización de los roles sociales más característicos
de la sociedad tradicional contribuye, en algún sentido, a crear estructuras más equitativas y
más respetuosas con la condición personal de todos los miembros de la sociedad. La
ampliación del tiempo de vida, debido a las mejores condiciones de nuestra existencia y a los
adelantos médicos y sociales, está provocando un incremento temporal de dos segmentos de
la vida humana, la vejez y la juventud, con un inaceptable desplazamiento y marginación de sus
integrantes.
En fin, es de tal dimensión la avalancha de cambios, y en algunos aspectos es tal la
obsolescencia de los criterios y modos de organización social pretéritos, que podríamos
afirmar que los valores tradicionales han quebrado totalmente.
Sin embargo no debemos seguir adelante sin hacer una importante salvedad a esta
afirmación, una salvedad que ya he apuntado antes, y que nos introduce en una cuestión que a
mí, personalmente, me resulta del máximo interés para su análisis, aunque lo limitado del
tiempo me impida tratarla como se merecería. Digo esto al hilo de una frase que de seguro han
tomado en consideración en más de una ocasión y que a mí me resulta sumamente sugestiva.
Me refiero a aquella aseveración de Eugenio D'Ors, de que “todo lo que no es tradición es
plagio”.
Lo que parece que ha entrado en quiebra, de acuerdo con lo dicho anteriormente, son
los valores de la sociedad tradicional, pero siguen con una vigencia renovada, más profunda,
más exigente, los valores humanos, los valores que en el sentido d'orsiano de la expresiónpodríamos llamar “tradicionales”. Porque para mí resulta una evidencia histórica, una evidencia
empírica y una evidencia racional -si no es demasiado atrevimiento tanta evidencia- que el
hombre no puede, en ningún caso, partir de cero. Sólo un angelismo ingenuo o un pretencioso
y exacerbado racionalismo puede hacernos creer que somos capaces de empezar desde la
nada, como si el ser humano tuviera capacidad de retrotraerse al momento en que un
antepasado nuestro fue capaz de alumbrar para los mortales caminos inéditos con el uso
incipiente de una inteligencia novedosa. En absoluto.
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