Fernando de herrera y la poesia luminica amorosa.
Enviado por Vpca • 25 de Marzo de 2017 • Ensayo • 2.842 Palabras (12 Páginas) • 687 Visitas
LA LUZ EN FERNANDO DE HERRERA
1. La relación entre la luz y el amor
En la poesía de Fernando de Herrera podemos observar numerosas relaciones del amor con la luz, incluso llegando a concebir a este como “fuego o luz”. De esta manera, Herrera relaciona a la luz con el tópico del ignis amoris, centrándose en la capacidad lumínica del fuego. También muestra una oposición entre el fuego o la luz y el hielo o el frío. Esta dualidad le sirve al autor para mostrar la contraposición neoplatónica del amor como motor del alma, como alma encendida, con la postura desdeñosa de la amada, propia del amor cortés y de la que también se sirvió el petrarquismo. El amante es un amante entregado a un amor no correspondido, un amante que teme el rechazo de una dama que se muestra fría, que apaga su llama, pues ella no le ama. Pero a pesar de ser consciente de este rechazo, el amante no desiste, pues la belleza de su amada y el amor que siente hacia ella le elevan. Así, encontramos más elementos neoplatónicos, pues se nos muestra un amor desinteresado, que no exige una correspondencia. El siguiente poema es una clara ejemplificación de este concepto:
En vano error de dulce engaño espero,
i en la esperança de mi bien porfío,
i aunque veo perder m’, el desvarío
me lleva del Amor a donde muero.
Ojos, de mi desseo fin posstrero,
sola ocasión del alto furor mío:
tened la luz, romped aqueste frío
temor que me derriba en dolor fiero.
Porque mi pena es tal, que tanta gloria
en mí no cabe, i desespero cuando
veo qu’el mal no devo merecello;
Pues venço mi passion con la memoria
con la onra de saber, penado,
que nunca a Troya ardió tanto fuego (Herrera, Soneto XV).
En relación con el “amor como fuego” aparecen numerosas referencias al campo léxico de las quemaduras. Muchas veces, ese poder irradiador de los ojos de la amada encandila tanto a la voz poética, que su alma se abrasa con el amor tan intenso que siente. En el siguiente soneto no solo vemos la identificación directa con el fuego, sino que también encontramos imágenes que lo representan, como el Etna. Además, la voz poética sufre por este amor no correspondido, pues lo vemos las lágrimas que son capaces de apagar ese fuego.
Cesse tu fuego, Amor, cesse ya, en tanto
que respirando de su ardor injusto,
pruevo a sentir este pequeño gusto
de ver mi rostro umedecido en llanto.
Que nunca el alto Edna con espanto
los grandes miembros i el rebelde busto
del impio que cayó con rayo justo
puede encender, ni nunca encendió, tanto.
No amortiguan mis lágrimas tu fuego,
antes avivan su furor creciendo,
aunque vençan del Nilo la corriente.
Si suelto en agua, rompo el nudo luego,
¿qué más te agrada desatallo ardiendo?
¿es menos mal lo qu’es más diferente? (Herrera, Soneto LXXVII).
Para que esta relación entre el alma y el amor sea fácilmente reconocible, en muchas ocasiones se relaciona con el pecho, apareciendo como “pecho abrasado”. El pecho es el lugar donde se encuentran el corazón y el alma de la voz poética, dejando ver así que no es simplemente un amor visual, material, sino que trasciende más allá para llegar a una realidad intangible. Esto guarda relación con el primer tipo de amor que nombrábamos en la introducción, el contemplativo, pues el objetivo del amor es llegar a la belleza divina, a la verdadera belleza, la eterna.
En los siguientes versos, vemos cómo la llama del amor va consumiendo el alma del poeta y cómo la abrasa. Pero aparece algo aún no mencionado y que también aparece en el soneto anterior, la personificación petrarquista del amor para dirigirse a la amada.
¿Cuál fiero ardor, cuál encendida llama,
que duramente me consume el pecho,
por estas venas mías se derrama?
Abrasado ya estoy, ya estoy deshecho,
cese, Amor, el rigor de mi tormento;
basten los males qu' en mi alma as hecho (Herrera, Elegía II, vv. 1-6).
2. La relación entre la luz y la amada
La luz pronto se identificó con la amada, incluso relacionándola con el carácter lumínico del Sol, dando lugar así al tópico de la “Dama Sol”. Esta caracterización de la amada como Sol guarda estrecha relación con el contexto del propio siglo XVI, con la aparición de la teoría heliocéntrica de Copérnico. La amada, además de iluminar al poeta con su virtud y amor, será el centro de la vida de este. En la poesía, esta posición heliocéntrica será más metafísica que física.
Aunque esta relación entre el Sol y la amada aparece con frecuencia en muchos poemas, hay una obra que destaca por su singularidad: las Soliadas de Don Diego Félix de Quijada y Riquelme, quien muestra en toda su obra “las propiedades del sol material aplicadas a otro sol más hermoso”. La labor desempeñada por Quijada y Riquelme no es otra que “escribir sobre las propiedades del sol y fundirlas con sus preocupaciones amorosas”, creando así “un corpus poético girando alrededor de un «argumento» […] completamente desconocido en la poesía española de todos los tiempos” (Blecua, 1990, pp.190-191). El propio autor, a través de sus sonetos, expone claramente su intención:
Pródigo resplandor en cielo avaro
me dio de sus defectos experiencia,
indio padezco al sol, y en su presencia
propiedades del sol al sol comparo (Soneto XXXIX, vv.1-4).
Pero esta identificación amada-Sol no aparece representada siempre de la misma manera, sino que en cada poema aparece con una forma o matiz diferente. Aunque podemos encontrar tantas ocurrencias de este tópico como poemas, sí que se repiten ciertos esquemas o fórmulas. En Herrera encontramos tres grandes bloques en los que se pueden englobar gran parte de su obra: los epítetos de luz, la posición elevada de la amada y el poder irradiador de la mirada.
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