Flores En El Atico
Enviado por elenavidales • 22 de Noviembre de 2011 • 642 Palabras (3 Páginas) • 3.236 Visitas
Era desconcertante la curiosa manera que tenía mi hermano de observarme y de estudiar mis reacciones. Di media vuelta, para ocultarle mis sentimientos, pero él seguía viéndome. Se me acercó y me cogió la mano, diciéndome, como lo habría hecho papá:
—Cathy, todo acabará saliendo bien, seguro que hay una explicación la mar de sencilla para todo lo que a nosotros nos parece tan complicado y misterioso.
Me volví despacio hacia él, sorprendida de que se me hubiera acercado para consolarme, y no para tomarme el pelo.
—¿Y por qué crees tú que la abuela nos tiene tanta manía? ¿Y por qué también el abuelo nos la tiene? ¿Qué es lo que hemos hecho?
Él se encogió de hombros, tan desconcertado como yo, y, con su mano todavía cogida a la mía, dimos la vuelta los dos al tiempo para examinar de nuevo el ático. Incluso nuestros ojos, no acostumbrados a tales cosas, se daban cuenta de dónde se habían añadido partes nuevas a la antigua casa. Vigas gruesas y cuadradas dividían el ático en varias secciones, y yo me dije que, si nos metíamos por aquí y por allá, acabaríamos dando con algún lugar donde se pudiera respirar tranquilamente aire fresco.
Los gemelos estaban empezando a toser y estornudar. Tenían fijos en nosotros sus ojos azules y resentidos, por obligarles a estar donde no querían.
—Mira, mira —dijo Christopher, cuando los gemelos empezaban de verdad a quejarse—, se pueden abrir las ventanas una pulgada o así, lo bastante para dejar entrar un poco de aire fresco, y nadie se dará cuenta desde abajo de una abertura tan pequeña.
Enseguida me soltó la mano y corrió hacia las ventanas, saltando sobre cajas, baúles, muebles, luciendo su habilidad, mientras yo permanecía inmóvil, apretando la mano de mis dos hermanos pequeños, que estaban aterrados de encontrarse allí.
—¡Venid a ver lo que he encontrado! —gritó Christopher, a quien ya no veíamos, con voz vibrante de emoción—. ¡No tenéis idea de lo que he encontrado!
Corrimos hacia donde estaba, ansiosos de ver algo emocionante, maravilloso, divertido, y resultó que lo que había encontrado era una habitación, una verdadera habitación, con paredes de yeso, que nunca habían sido pintadas, pero con un techo de los de verdad, no de vigas al descubierto. Se diría que era una clase, con pupitres que tenían delante otro más grande.
Había encerados en tres de las paredes, colgando sobre estanterías bajas, llenas de libros viejos y polvorientos que mi eterno investigador de todas las ciencias se había puesto a inspeccionar inmediatamente, agachándose y leyendo los títulos en voz alta.
Los libros le entusiasmaban, porque sabía que, con ellos, podía escapar al séptimo cielo.
A mí me atrajeron los pupitres pequeños, donde se leían, arañados, nombres como Jonathan, 11 años, 1864, y Adelaida, 9 años, 1879. ¡Oh, qué vieja era la casa
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