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Flores En El Atico


Enviado por   •  10 de Marzo de 2012  •  10.823 Palabras (44 Páginas)  •  1.464 Visitas

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Jet

[Novela]

Biblioteca

V.C.

ANDREWS

V.C.

ANDREWS

FLORES EN EL ATICO

Traducción de

Jesús Pardo

PLAZA & JANES EDITORES, S.A.

DEBOLSILLO

Título original: Flowers in the Attic

Diseño de la portada: Depto. de Diseño del Grupo Editorial

Plaza & Janés

Fotografía de la portada: © SuperStock

Primera edición: abril, 2001

© 1979, Virginia Andrews

Bailarina, letra de Bob Russel y música de Carl Sigman, Editores TRO-the Cronwell Music, Inc. & Harrison Music (ASCAP). Reimpreso con permiso.

© de la traducción: Jesús Pardo

© 1981, Plaza & Janés editores, S. A.

Edición de bolsillo: Nuevas Ediciones de Bolsillo, S. L.

Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del «Copyright», bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos.

Printed in Spain — Impreso en España

ISBN: 84-8450-506-5 (vol. 182/1)

Depósito legal: B. 18.335 - 2001

Impreso en Litografía Rosés, S. A.

Progrés, 54-60. Gavá (Barcelona)

P 805065

LISTA DE PERSONAJES

Christopher FOXWORTH, conocido como Do-LLANGANGER, hijo de Alicia Foxworth y hermanastro de Malcolm Foxworth.

Corinne FOXWORTH/DOLIANGANGER, esposa y sobrina de Christopher.

Christopher DOLIANGANGER, hijo mayor de Christopher y Corinne.

Catherine DOLLANGANGER, hija de Christopher y Corinne.

Carrie y Cory DOLLANGANGER, gemelos, hijos de Christopher y Corinne.

Olivia FOXWORTH, madre de Corinne.

Malcolm FOXWORTH, padre de Corinne.

Bart WINSLOW, pretendiente de Corinne.

Mickey, un ratoncillo.

PRIMERA PARTE

¿Acaso dice la arcilla a su alfarero:

Qué haces?

ISAÍAS, 45-9

PRÓLOGO

Es muy propio el atribuir a la esperanza el color amarillo, como el sol que raras veces veíamos. Y al ponerme a copiar del viejo Diario que escribí durante tanto tiempo para estimular la memoria, me viene a la mente un título, como fruto de la inspiración: Abre la ventana y ponte al sol. Y, sin embargo, dudo en asignárselo a mi historia, porque pienso que somos algo más que flores en el ático. Flores de papel. Nacidos con tan vivos colores, ajándonos, cada vez más desvaídos, a lo largo de todos esos días interminables, penosos, sombríos, de pesadilla, cuando nos tenía presos la esperanza, y cautivos la codicia. Pero nunca pudimos teñir de color amarillo ni siquiera una sola de nuestras flores de papel.

Charles Dickens solía empezar con frecuencia sus novelas con el nacimiento del protagonista, y, como era uno de mis escritores favoritos, y también de Chris, yo solía imitar su estilo lo máximo posible, en la medida de mis fuerzas. Pero Dickens fue un genio, nacido para escribir sin dificultad, mientras que yo, cada palabra que escribo, la escribo con lágrimas, con mala sangre, con amarga bilis, bien mezclado todo ello con vergüenza y culpabilidad. Pensaba que hubiese sido mejor no sentir nunca vergüenza o culpabilidad, que esos sentimientos eran pesos que otros debían soportar. Han pasado los años y ahora soy más vieja y más prudente, y estoy mejor dispuesta también a aceptar lo que me depare el futuro. La tempestad de ira que una vez estalló en mi interior ha ido cediendo, de manera que ahora ya puedo escribir, espero, con veracidad y con menos odio y prejuicio de lo que habría sido posible hace unos años.

De manera que, como Charles Dickens, en esta obra de «imaginación» me ocultaré a mí misma detrás de un nombre supuesto, y viviré en lugares falsos, y pediré a Dios que los que deberían haberse sentido fulminados cuando leyeron lo que tengo que decir, apenas se sientan heridos, y, ciertamente, Dios, en su infinita misericordia, hará que algún editor comprensivo imprima mis palabras, haciendo con ellas un libro, y me ayude a contar toda la terrible verdad.

ADIÓS, PAPÁ

Cuando era joven, al principio de los años cincuenta, creía que la vida entera iba a ser como un largo y esplendoroso día de verano. Después de todo, así fue como empezó. No puedo decir mucho sobre nuestra primera infancia, excepto que fue muy agradable, cosa por la cual debiera sentirme eternamente agradecida. No éramos ricos, pero tampoco pobres. Si nos faltó alguna cosa, no se me ocurre qué pudo haber sido; si teníamos lujos, tampoco podría decir cuáles fueron sin comparar nuestra vida con la de los demás, y en nuestro barrio de clase media nadie tenía ni más ni menos que nosotros. Es decir que, comparando unas cosas con otras, nuestra vida era la de unos niños corrientes, de tipo medio.

Nuestro padre se encargaba de las relaciones públicas de una gran empresa que fabricaba computadoras, con sede en Gladstone, estado de Pennsylvania, con una población de doce mil seiscientos dos habitantes. Nuestro padre tenía mucho éxito en su trabajo, porque su jefe venía con frecuencia a comer a casa y alababa mucho el trabajo que papá parecía realizar tan bien.

«Es ese rostro tuyo, tan norteamericano,

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