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Guasipungo


Enviado por   •  15 de Mayo de 2014  •  2.210 Palabras (9 Páginas)  •  355 Visitas

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Cuando la obra se inicia, don Alfonso Pereira, dueño de la hacienda Cuchitambo, salió colérico una mañana de su casa dando un portazo y mascullando una veintena de maldiciones.

Su hija, una niña inocente de diecisiete años, había sido deshonrada por un cholo de apellido Cumba: “Tonta. Mi deber de padre.

Jamás consentiría que se case con un cholo. Cholo por los cuatro costados del alma y del cuerpo. Además… El desgraciado ha desaparecido. Carajo…”, terminó diciendo Alfonso Pereira mientras coadyuvaba su mal humor los recuerdos de sus deudas, sobre todo los diez mil sucres que le debía a su tío Julio Pereira.

No tardó éste en avecinarse al sobrino para hacer efectivo su cobro. Sabiendo que el sobrino no tenía el dinero adeudado, don Julio Pereira se apresuró a proponerle un “negocio”.

Le dijo que Mr. Chapy, el gerente de la explotación de la maderera en el Ecuador, ofrecía traer maquinarias para explotar las excelentes madreras habidas en sus propiedades, lo cual exigiría limpiar de huasipungos (huasi: casa; pungo: puerta; parcela de tierra que otorga el dueño de la hacienda a la familia india por parte de su trabajo diario) las orillas del río.

Fueron muchas las objeciones que Alfonso Pereira puso a las proposiciones del tío, pero aun sabiendo que se metía en la boca del lobo, cedía al fin, ante el recuerdo de su honor manchado.

En pocas semanas don Alfonso Pereira arregló cuentas y firmó papeles con el tío y Mr. Chapy.

Y una mañana salió de Quito con su familia llegando a los pocos días al pueblo de Tomachi.

La mitad del camino fueron cuatro indios quienes tuvieron que llevar sobre sus espaldas a don Alfonso, a su mujer doña Blanca Chaique de Pereira, madre de la distinguida familia, un jamón que pesaba lo menos ciento setenta libras.

Todo el camino el pensamiento de Lolita se centró en el recuerdo del indio al que ella se había entregado por amor, y que hasta ese momento no se explicaba por qué la había abandonado a su suerte.

Rápidamente Alfonso Pereira visitó a muchos conocidos que el servirían para llevar a cabo su proyecto comprar, a base de engaños las tierras de los indios.

Para esto contaba con el párroco del pueblo in gran aliado, hombre ambicioso que protegido por su sotana, era capaz de las más bajas acciones a cambio de una comisión.

Al poco tiempo, nació el hijo de Lolita, y como a la madre se le secó la leche, los esbirros al servicio de don Alfonso, se encargaron de buscar entre las indias la más apropiada para que diera de lactar al recién nacido.

El cholo Policarpio, para congraciarse con su patrón, recurría a las acciones más inicuas. Con tal de satisfacer a su amo, Policarpio desechaba en el acto a todas aquellas indias que tenían hijos desnutridos, que eran la mayoría como consecuencia de los constantes cólicos y diarreas que les provocaba la mazamorra guardada, las papas y ollucos descompuestos que tenían que ingerir sumidos en una miseria execrable.

En pocos meses Alfonso Pereira terminó con el dinero que su tío le había dado; al saber que la leña y el carbón de madera tenían gran demanda ordenó iniciar la explotación en los bosques de la montaña.

El cholo Gabriel Rodríguez, conocido como el Tuerto Rodríguez fue encargado de dirigir los trabajos así como de mantener la disciplina de los indios, que en su mayoría fueron arrancados de sus hogares para cumplir con tan inhumano trabajo.

Toda la peonada caía producto de la modorra del cansancio, sobre ponchos donde los piojos, las pulgas y hasta las garrapatas lograban hartarse de sangre.

Cada cierto tiempo una treintena de indios eran arreados como bestias a limpiar la quebrada grande donde el agua se atoraba en los terrenos altos y había que limpiar el cauce del río.

De lo contrario, los fuertes desagües de los deshielos y de las tempestades de las cumbres romperían el dique se formaba constantemente con el lodo, precipitando hacia el valle una creciente turbia capaz de desbaratar el sistema de riego de la hacienda y arrancar con los huasipungos a las orillas del río.

Los indios cuando sufrían algún accidente eran tratados con desgano y negligencia, uno de ellos, Andrés Chilinquinga, se hirió en el pie con el hacha cuando cortaba leña.

Fue tratado por un curandero quien tomó el pie hinchado del enfermo y en la llaga purulenta repleta de gusanillos y de pus verdosa estampó un beso absorbente, voraz, de ventosa.

Las quejas y espasmos del enfermo desembocaron pronto en un grito ensordecedor que le dejó inmóvil precipitándolo en el desmayo.

El curandero estaba seguro que al extraer esa masa viscosa de fetidez nauseabunda, había alejado del enfermo los demonios que estrangulaban la conciencia de la víctima. Andrés quedó cojo y fue destinado a labor de espantapájaros.

Las indias no estaban exentas de los vejámenes de don Alfonso, quien algunas veces, en combinación con el cura, abusaban de éstas. Dentro del compromiso que don Alfonso Pereira tenía con su tío y con Mr. Chapy, estaba el de construir un camino por el cual se transportaría las cosechas a la capital.

Para ello contaba con la ayuda incondicional de los hermanos Rusta, de Jacinto Quintana y otros cholos influentes entre la indiada que estaban dispuestos a secundar cualquier bajeza del patrón, con tal de obtener alguna ganancia.

Centenares de indios fueron sometidos con engaños a cumplir aquella ardua empresa que arrastraría a muchos de ellos a la tumba.

Al comienzo accedieron de buena gana a tan difícil tarea, ; pero el mal trato, la mala alimentación y el castigo físico, creó un rápido descontento Jugo de caña fermentado en galpones con orines, carne podrida y zapatos viejos, fue repartido por orden de don Alfonso entre la indiada pro provocar el embrutecimiento alcohólico necesario para el máximo rendimiento.

A los pocos que se resistían a las inhumanas condiciones de trabajo, el Tuerto Rodríguez se encargaba de flagelarlos a punta de látigo, para luego obligarlos a beber aguardiente mezclado con zumo de hiera mora, orín a de mujer preñada, gotas de limón y excremento molido de cuy. Era un brebaje preparado por e l mismo Tuerto y que él llamaba “medicina”.

Los cholos tenían algunas preferencias, en cambio los indios debían soportar los peores trabajos, como aquél, en que perdieron la vida muchos al intentar drenar un pantano por donde debía pasar el camino.

El cura cumplía su trabajo a la perfección prometiendo grandes cuentos en las penas del purgatorio y del infierno

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