HISTORIA DE LAS BIBLIOTECAS DEL MUNDO
Enviado por Silvia V. Guereñú • 25 de Octubre de 2016 • Resumen • 10.656 Palabras (43 Páginas) • 377 Visitas
Introduccion
Fred Lerner en “HISTORIA DE LAS BIBLIOTECAS DEL MUNDO” pone de manifiesto que “la historia de las bibliotecas es la historia de una de las instituciones humanas más antiguas, casi tanto como la historia misma”. En sí, es la historia del saber universal, que ha transitado por una larga evolución y ha tenido sus tropiezos.
Desde un comienzo, ha estado íntimamente ligada a la escritura; y aun hoy, lo sigue estando. La escritura pudo ser inventada como una forma de llevar registro de las propiedades inmuebles y de las deudas; con el correr del tiempo, los poetas, los sacerdotes y los profetas le encontraron nuevas utilidades. Es probable, que los poetas al escribir lo hicieran para sí mismos, de modo, que llevarían registros de sus pensamientos, como una herramienta para recordar. Así, se dieron cuenta que la escritura les otorgaba una forma de trascender en el tiempo y en el espacio. Les permitía llegar a un público distante, ya sea en tiempo como en espacio. De igual modo, este público obtenía, a través de ella, la posibilidad de acceder a los pensamientos y experiencias de los hombres de otros lugares y épocas. Así que, la palabra escrita hizo que fuera posible preservar el pasado, el presente y el futuro. En consecuencia, que el hombre reuniera y organizara los registros, y que, luego, cuando fuera el momento necesario recurriera a ellos, lo que dio origen a las bibliotecas.
Gracias a esto, los registros escritos se transformaron en una forma de sostener una visión antigua y de expresar el orden del presente. Poco a poco, el conocimiento se convirtió en sinónimo de poder, y quienquiera que lo controlase se hizo poseedor de un gran tesoro.
LAS PRIMERAS BIBLIOTECAS
Bibliotecas de la antigua Mesopotamia
Tanto Fred Lerner como Hyalmar Blixen, coinciden en que la inteligencia humana surgió en Súmer y en el delta de Egipto. Alrededor del 3500 a.C., los sumerios –en el sur de Mesopotamia– establecieron y organizaron los primeros centros de cultura, inventaron la escritura, hicieron nacer la historia, el pensamiento, el arte e intentaron explicarse el mundo de acuerdo a sus creencias y conocimientos de la época; y para saciar su curiosidad crearon el mito. Entre las primeras ciudades que erigieron están: Obeid, Uruk, Mari, Ur, etc.
De ellos, sólo subsistió la literatura. Hoy día contamos con algunos de sus documentos gracias a que la arcilla cocida en un clima seco tiene mayores probabilidades de perdurar que otros, por ejemplo: el papiro o escritos con tinta sobre cuero o sobre hojas de palmera.
El tipo de escritura que utilizaron recibía el nombre de “cuneiforme”, esto es, por las formas que dejaba impresas sobre la arcilla húmeda los sellos o punzones, una vez que ésta se secaba ya fuera en un horno o al sol. Las escrituras más antiguas que tenemos de ellos se remontan hace 4000 años, y fueron llevadas a cabo por los burócratas de los templos, con el único objeto de registrar transacciones económicas. Con el transcurso del tiempo, la escritura fue mutando (en un principio, eran de carácter pictográfico; luego, fueron ideogramas, y, más tarde, varios de estos ideogramas se usaron como fonogramas), por lo que se volvió una organización muy difícil de aprender, y esto ayudó a perpetuar el poder de los escribas –que, a la vez, eran sacerdotes a cargo de los templos.
Los sumerios eran cultos e inteligentes y fueron los maestros de la humanidad junto con los egipcios. Cada ciudad constituía un pequeño reino. Su economía se basaba en el cultivo de granos, y el sostenimiento de ésta dependía de un elaborado sistema de irrigación y de un gobierno centralizado. Como muestra del poder de sus gobernantes las ciudades sumerias no se encontraban amuralladas. Los artesanos constituían una clase muy numerosa, y había comerciantes que se dedicaban a importar madera, piedra y metales de tierras lejanas. La actividad comercial, en gran medida, era organizada y dirigida por los templos, pues los gobernantes sumerios eran reyes y sacerdotes.
Quienes se hallaban encargados de administrar los templos necesitaban llevar registros de sus tierras y cosechas; ya que esta constituía una forma de registrar de modo permanente sus posesiones y deudas, ya que el templo iba a perdurar pero sus siervos no lo harían. Este servicio era proporcionado por los escribas.
Los registros antiguos se depositaban en salas especiales destinadas a preservarlos; por lo general, no tenían puertas y había que descender una escalera para ingresar en ellas. En estos lugares se guardaban las tablillas en cajas de madera, canastas o receptáculos de ladrillos. Cada contenedor tenía adherida una tablilla que indicaba la fecha y la lista de su contenido. Como hoy en día, estos templos producían más registros de los que podían albergar.
Se almacenaban textos de himnos, plegarias y oraciones que llegado el momento se empleaban para la educación de los escribas y, además, servían a un propósito solemne. El bienestar del pueblo sumerio estaba sujeto a la buena voluntad de los dioses, para ello era imprescindible asegurar que las alabanzas y peticiones se cumplieran en la forma establecida.
Alrededor del 1900 a.C., la lengua sumeria fue sustituida por la acadia (lengua de uso cotidiano). Sus escribas preservaron con sumo cuidado los textos religiosos sumerios y los registros legales e históricos. Reunieron listas de signos y glosarios bilingües para uso cotidiano y para el adiestramiento de los futuros escribas. Estas actividades, se realizaban cada vez que sucedía un cambio cultural.
Los libros no tenían títulos. Para poder identificarlos se utilizaba el “incipit”, es decir, las primeras palabras de un texto; éste identificaba el objeto físico –se refería a la tablilla de arcilla y no el trabajo literario. Cuando un libro ocupaba más de una tablilla, al final de cada una se encontraba el incipit de la siguiente. Los bibliotecarios mesopotámicos confeccionaban “catálogos” de sus bibliotecas en tablillas de arcilla, y allí, registraban los incipit de varias tablillas.
Según Hyalmar Blixen, en un principio las bibliotecas eran una dependencia del templo, el ziggurat o pirámide escalonada, y más tarde, se tornaron independientes; incluso, llegaron a estar en propiedades particulares. Los libros estaban encerrados entre tapas, también de arcilla. En ellas se podían encontrar, incluso, rollos de papiros, provenientes de Egipto. Los arqueólogos que han trabajado en Mesopotamia han encontrado miles de tablillas de barro y descubierto bibliotecas casi intactas. A pesar de que las bibliotecas de la zona eran de papiro y de pergamino, y se destruyeron ya sea por fuego, la humedad o el vandalismo, las bibliotecas de arcilla quedaron intactas. Para él, algunos reyes mesopotámicos fueron verdaderos bibliófilos, y cita una carta, inscrita en una tablilla, dirigida al bibliotecario Borsipa, en donde se le ordena a éste que consiga todos los libros que puedan enriquecer la biblioteca del rey, aún cuando éstos estuvieran en poder de particulares o en otras habitaciones públicas, sobre todo aquellas que no se hallen en Asiria. Se puede observar que muchas veces para abastecer de libros a las bibliotecas se recurría al despojo de otras; inclusive, existía el préstamo interbibliotecario, especialmente cuando una ciudad era sometida y, sobre todo, sí era un centro venerable –religioso o cultural. Por ejemplo, la biblioteca de Babilonia remitía sus textos a la Biblioteca de Nínive, donde eran copiados y luego devueltos, pero muchas veces lo que se devolvía era las copias. Al parecer, esto se debía al material empleado, debido a que éste era más fácil de adquirir y las copias eran más abundantes. Sin embargo, quien no cumplía con las reglas de la biblioteca, permanecía sujeto a la maldición de los dioses –recurso muy utilizado para proteger toda propiedad privada o pública de Mesopotamia. Asimismo, había libros que sólo podían ser consultados en la biblioteca; mientras que, otros podían retirarse de allí con la sola condición de que serían devueltos al día siguiente. Algunas inscripciones nos señalan que el lector tenía libre acceso al propio estante, y que podía tomar por sí mismo las tablillas con la condición de volverlas a colocar en el mismo sitio.
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