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Iconicidad


Enviado por   •  2 de Octubre de 2012  •  6.682 Palabras (27 Páginas)  •  413 Visitas

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Iconicidad: la virtualización de la mirada

Platón y los orígenes del discurso sobre la iconicidad. La aparición del fantasma.

“La condición sine qua non para que haya imagen es la alteridad.”

Serge Daney

La iconicidad estudia la evolución de la imagen a través de los tiempos, es decir, toma como objeto particular de investigación los íconos que ayudan al hombre, en cada época de la historia, a mirar el mundo real. Podemos considerar a Platón como el primero en articular un discurso sobre la iconicidad. En el corazón de su filosofía se encuentra la teoría de las ideas, incomprensible si no se le interpreta desde el punto de vista de una teoría de la imagen. En el Sofista, la teoría platónica de la imagen se expone con lucidez insuperable . Según Platón, el sofista es un productor de imágenes, un fabricante de íconos , a partir de los cuales ejerce, a sus anchas, el arte de la apariencia. El sofista se vale del lenguaje (de la retórica) para hacer ver a los demás lo que realmente no es, de manera que su influencia sobre la juventud se debe básicamente a la capacidad (virtus) de encuadrar la mirada (“los ojos del alma”) con argumentos y de suplantar lo verdadero por su apariencia, lo que lo hace un maestro y mago en el arte mimético.

Platón asume la iconicidad a partir de una escala jerárquica que asciende del mundo visible al inteligible. Valiéndose de un método de distinción riguroso, establece la diferencia entre la entidad y sus proyecciones, el modelo y las copias, la esencia y las apariencias. “En términos muy generales, el motivo de la teoría de las Ideas debe ser buscado por el lado de una voluntad de seleccionar, de escoger. Se trata de producir la diferencia. Distinguir la «cosa» misma y sus imágenes, el original y la copia, el modelo y el simulacro”. La dialéctica platónica remite inevitablemente al interrogante ontológico sobre el ícono, es decir, intenta esclarecer el modo de ser peculiar de la imagen partiendo de sus manifestaciones visibles e inteligibles.

Platón consideraba que las imágenes retóricas creadas por el sofista eran análogas a las que producían los pintores, teniendo en común la capacidad de hacer pasar al ícono como la cosa misma, volviendo lo ilusorio real y lo falso verdadero. De ahí la necesidad de preguntar por la naturaleza de la imagen, ya que no es comprensible de suyo que pueda suplantar a lo real. Vista de este modo, la iconicidad se mide por su grado de realidad, es decir, por su proximidad al modelo, lo que, sin duda, caracteriza la teoría mimética clásica. Cuando en el diálogo El sofista se plantea la pregunta ¿qué es una imagen?, Teeteto responde en un primer momento acudiendo al ejemplo del reflejo en el agua o en el espejo, mientras que el Extranjero alude a otro tipo de imágenes que no son precisamente reflejos. Sin duda, Teeteto concibe las imágenes desde una perspectiva naturalista, habla de la imagen real, del ícono que se asemeja lo más posible al objeto o, mejor, que no puede sino reflejarlo. En un segundo intento por definir el ser de la imagen, Teeteto piensa lo icónico como copia de un original, puesto que el ícono remite siempre, por semejanza, al objeto que refleja.

El extranjero, por su parte, se refiere a un tipo de imagen que no involucra la percepción, ya que su esencia es inteligible y no visible. “La imagen acarrea con ello la afirmación de que el no-ser es de alguna manera, contra la sentencia de Parménides que sostiene que el no-ser no es.” La imagen enlazaría al ser con el no-ser, pero, para salvar el problema, Platón recurre al argumento de la participación de la imagen en el ente, como su otro: “El no-ser se presenta en la imagen como un ser-otro () que entra en juego como el punto de partida intermedio entre la realidad del ente y lo que no es en absoluto” . Como muy bien lo expresaría el crítico de cine Serge Daney: “la condición sine qua non para que haya imagen es la alteridad”.

La imagen no expresa lo verdadero en cuanto tal, no tiene el ser sino por referencia al modelo, en cuanto copia de un objeto original. La teoría icónica que de esto se deriva, la del arte mimético, exige a la imagen mantener el referente o denotatum del que es proyección, es decir, preservar su condición de intermediaria entre el ser y el no-ser, o su peculiar forma de ser en tanto que otro. Pero, a través del extranjero, Platón parece ir mucho más lejos, al distinguir dos clases de íconos diferentes, la copia y el simulacro . A diferencia de la copia, el simulacro no se asemeja al modelo. Su potencial icónico revela el no- ser mismo de la imagen. Aparece entonces un tipo de ícono cuya tendencia es la completa aparencialidad y no la semejanza al objeto ni a la idea, abriendo paso a una producción de imágenes que rebasa los límites de la imitación o la representación. La iconicidad contemporánea está comprometida de lleno con la simulación, porque, al privilegiar lo visual, privilegia la pura visibilidad de la imagen.

En las fronteras de lo icónico, el simulacro (imagen virtual), al que Platón veía con justificada reserva, termina convirtiéndose en el tipo de ícono predominante. La teoría platónica de las Ideas, que en su desarrollo revela el fantasma, constituye, no obstante, un verdadero esfuerzo por mantener la imagen amarrada al referencial, para salvar así el régimen logocéntrico de la representación, sustentando la relación del simulacro con el modelo, no con el objeto. Así pues, aunque reconozca la complejidad del problema, Platón define al simulacro como el ícono que participa del ser y del no-ser al mismo tiempo. El modo de ser del simulacro no es el parecer o la semejanza, como en el caso de la copia, sino el aparecer. Con la simulación la imagen no hace otra cosa que aparecer. El simulacro no semeja lo real, sino que lo suplanta, lo reproduce o redobla, al tomarse a sí mismo como objeto. Como ha mostrado el profesor Carlos Másmela: “El simulacro es la constatación y consolidación de la imagen como imagen. Él no puede ser realmente igual a lo que representa, justamente porque como portador del no-ser mantiene en sí la realidad de su poder ser-otro. El simulacro imita la idea, no el objeto aparente.” Lo que quiere decir que su iconicidad ya no radica en la suplantación de su denotatum por el parecido. En cuanto puro aparecer, el simulacro despoja a la imagen de alteridad, instaurando la identidad del no-ser consigo mismo, lo que da lugar a un problema ontológico bastante complejo.

En el Sofista puede verse claramente la transición histórica de una mirada naturalista, cimentada sobre la imagen real, en la que la iconicidad obedece a la simetría entre la copia y el objeto visible (expresada en este diálogo a partir de la teoría un tanto ingenua del primer argumento de Teeteto),

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