Jefes Y Cahcorros
Enviado por byron2011_jose • 3 de Junio de 2013 • 1.826 Palabras (8 Páginas) • 361 Visitas
Javier se adelantó por un segundo:
—¡Pito! —gritó, ya de pie.
La tensión se quebró, violentamente, como una explosión. Todos estábamos parados: el doctor Abásalo
tenía la boca abierta. Enrojecía, apretando los puños.
Cuando, recobrándose, levantaba una mano y parecía a
punto de lanzar un sermón, el pito sonó de verdad. Salimos corriendo con estrépito, enloquecidos, azuzados
por el graznido de cuervo de Amaya, que avanzaba volteando carpetas.
El patio estaba sacudido por los gritos. Los de
cuarto y tercero habían salido antes, formaban un gran
círculo que se mecía bajo el polvo. Casi con nosotros,
entraron los de primero y segundo; traían nuevas frases
agresivas, más odio. El círculo creció. La indignación
era unánime en la media. (La primaria tenía un patio
pequeño, de mosaicos azules, en el ala opuesta del colegio.)
—Quiere fregarnos, el serrano.
—Sí. Maldito sea.
Nadie hablaba de los exámenes finales. El fulgor de
las pupilas, las vociferaciones, el escándalo indicaban
que había llegado el momento de enfrentar al director.
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LosJefesLosCachorrosFG.qxd 29/11/07 16:39 Página 9De pronto, dejé de hacer esfuerzos por contenerme
y comencé a recorrer febrilmente los grupos: «¿Nos
friega y nos callamos?». «Hay que hacer algo.» «Hay
que hacer algo.»
Una mano férrea me extrajo del centro del círculo.
—Tú no —dijo Javier—. No te metas. Te expulsan.
Ya lo sabes.
—Ahora no me importa. Me las va a pagar todas. Es
mi oportunidad, ¿ves? Hagamos que formen.
En voz baja fuimos repitiendo por el patio, de oído
en oído: «Formen filas», «a formar, rápido».
—¡Formemos las filas! —el vozarrón de Raygada
vibró en el aire sofocante de la mañana.
Muchos, a la vez, corearon:
—¡A formar! ¡A formar!
Los inspectores Gallardo y Romero vieron entonces, sorprendidos, que de pronto decaía el bullicio y se
organizaban las filas antes de concluir el recreo. Estaban
apoyados en la pared, junto a la sala de profesores, frente a nosotros, y nos miraban nerviosamente. Luego se
miraron entre ellos. En la puerta habían aparecido algunos profesores; también estaban extrañados.
El inspector Gallardo se aproximó:
—¡Oigan! —gritó, desconcertado—. Todavía no…
—Calla —repuso alguien, desde atrás—. ¡Calla,
Gallardo, maricón!
Gallardo se puso pálido. A grandes pasos, con gesto
amenazador, invadió las filas. A su espalda, varios gritaban: «¡Gallardo, maricón!».
—Marchemos —dije—. Demos vueltas al patio.
Primero los de quinto.
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LosJefesLosCachorrosFG.qxd 29/11/07 16:39 Página 10Comenzamos a marchar. Taconeábamos con fuerza, hasta dolernos los pies. A la segunda vuelta —formá-
bamos un rectángulo perfecto, ajustado a las dimensiones del patio— Javier, Raygada, León y yo principiamos:
—Ho-ra-rio; ho-ra-rio; ho-ra-rio…
El coro se hizo general.
—¡Más fuerte! —prorrumpió la voz de alguien que
yo odiaba: Lu—. ¡Griten!
De inmediato, el vocerío aumentó hasta ensordecer.
—Ho-ra-rio; ho-ra-rio; ho-ra-rio…
Los profesores, cautamente, habían desaparecido
cerrando tras ellos la puerta de la sala de estudios. Al pasar los de quinto junto al rincón donde Teobaldo vendía
fruta sobre un madero, dijo algo que no oímos. Movía
las manos, como alentándonos. «Puerco», pensé.
Los gritos arreciaban. Pero ni el compás de la marcha, ni el estímulo de los chillidos, bastaban para disimular que estábamos asustados. Aquella espera era angustiosa. ¿Por qué tardaba en salir? Aparentando valor aún,
repetíamos la frase, mas habían comenzado a mirarse
unos a otros y se escuchaban, de cuando en cuando, agudas risitas forzadas. «No debo pensar en nada», me decía. «Ahora no.» Ya me costaba trabajo gritar: estaba
ronco y me ardía la garganta. De pronto, casi sin saberlo, miraba el cielo: perseguía a un gallinazo que planeaba
suavemente sobre el colegio, bajo una bóveda azul, límpida y profunda, alumbrada por un disco amarillo en un
costado, como un lunar. Bajé la cabeza, rápidamente.
Pequeño, amoratado, Ferrufino había aparecido al
final del pasillo que desembocaba en el patio de recreo.
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LosJefesLosCachorrosFG.qxd 29/11/07 16:39 Página 11Los pasitos breves y chuecos, como de pato, que lo acercaban interrumpían abusivamente el silencio que había
reinado de improviso, sorprendiéndome. (La puerta de
la sala de profesores se abre; asoma un rostro diminuto,
cómico. Estrada quiere espiarnos: ve al director a unos
pasos; velozmente, se hunde; su mano infantil cierra la
puerta.) Ferrufino estaba frente a nosotros: recorría desorbitado los grupos de estudiantes enmudecidos. Se habían deshecho las filas; algunos corrieron a los baños,
otros rodeaban desesperadamente la cantina de Teobaldo. Javier, Raygada, León y yo quedamos inmóviles.
—No tengan miedo —dije, pero nadie me oyó porque simultáneamente había dicho el director:
—Toque el pito, Gallardo.
De nuevo se organizaron las hileras, esta vez con lentitud. El calor no era todavía excesivo, pero ya padecíamos
cierto sopor, una especie de aburrimiento. «Se cansaron
—murmuró Javier—. Malo.» Y advirtió, furioso:
—¡Cuidado con hablar!
Otros propagaron el aviso.
—No —dije—. Espera. Se pondrán como fieras
apenas hable Ferrufino.
Pasaron algunos segundos de silencio, de sospechosa gravedad, antes de que fuéramos levantando la vista,
uno por uno, hacia aquel hombrecito vestido de gris. Estaba con las manos enlazadas sobre el vientre, los pies
juntos, quieto.
—No quiero saber quién inició este tumulto —recitaba. Un actor: el tono de su voz, pausado, suave, las
palabras casi cordiales, su postura de estatua, eran cuidadosamente afectadas. ¿Habría estado ensayándose solo,
12
LosJefesLosCachorrosFG.qxd 29/11/07 16:39 Página 12en su despacho?—. Actos como éste son una vergüenza
para ustedes, para el colegio y para mí. He tenido mucha
paciencia, demasiada, óiganlo bien, con el promotor de
estos desórdenes, pero ha llegado al límite…
¿Yo o Lu? Una interminable lengua de fuego lamía
mi espalda, mi cuello, mis mejillas a medida que los ojos
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