LA CONCEPCIÓN DE LA EDUCACIÓN
Enviado por jessaraque • 19 de Enero de 2014 • 9.598 Palabras (39 Páginas) • 314 Visitas
EL CURRÍCULO INTEGRAL
Hemos señalado que el currículo es el primer intento para plasmar en la realidad la concepción de la educación. Esta es el hontanar de todos los esfuerzos que se ordenan luego dentro de lo que hemos llamado la Tecnología Educativa. Resulta insoslayable, por tanto, exponer nuestra concepción de la educación, como premisa para entender lo que es el currículo y, sobre todo, lo que es el currículo integral. De este modo, la pregunta: ¿Qué es el currículo? tiene que ir precedida por la pregunta: ¿Qué es la educación?, o bien: ¿Qué concepción tenemos de la educación? Lo que sigue no pretende ser un tratado de Filosofía de la Educación ni de Pedagogía General. Lejos de nuestra intención se halla el invadir esos terrenos. El presente capítulo esclarecerá del modo más sencillo las preguntas planteadas en el párrafo anterior como fundamento indispensable para entrar luego en nuestro tema: el currículo.
1. LA EDUCACIÓN ES UN PROCESO DE HOMINIZACIÓN
La educación, en su más amplia acepción (no como proceso que se cumple únicamente
en la escuela, sino también –y muchas veces preponderantemente– en el grupo humano) intenta que se desenvuelvan en cada educando las capacidades y características propias del ser humano. Es decir, intenta que el hombre sea realmente
hombre. En tal virtud, es un proceso de hominización.
a) En efecto, para que el ser que nace pueda llegar a ser hombre realmente se requiere antes que nada que pueda alimentarse adecuadamente y que haya cuidado de su salud y que se ejercite corporalmente, para así tener un desarrollo orgánico óptimo. En nuestra América Latina, donde la pobreza y, más aún, la pobreza crítica amenaza a millones de adultos y de párvulos, estos requisitos somáticos no se cumplen ni lejanamente. Ocurre lo mismo, parcialmente, en los países industrializados. Mientras esta lacra subsista, difícilmente la proclamada democracia será real, y lo que es peor no habrá verdadera educación.
b) Pero este desarrollo orgánico logrado, será inútil, si el ser no puede vivir paralelamente la eclosión de sus capacidades síquicas. El recién nacido posee las más simples: ver, palpar, succionar, sentir dolor, experimentar hambre o sed, etc. Pero todo lo más complejo (observar con deliberación, recordar, calcular, imaginar, pensar, hablar, hacer reflexiones, amar, decidir, y demás actos) sólo aparece y se consolida poco a poco. Educar es, en parte, presentar las motivaciones que hagan posible el desarrollo de estas capacidades y su adecuado empleo. No hacerlo o hacerlo mal pueden generar el debilitamiento, la desviación, el enfriamiento y aún el bloqueo de estas capacidades. Obviamente capacidades como las indicadas están en cada ser en potencia. La educación no puede inventar capacidades inexistentes, sino incentivarlas. No estamos en la utópica situación de aquel personaje de Giraudoux que persiguió toda su vida ver un color diferente de los ya conocidos.
c) Acción primerísima para que el hombre llegue a ser ‘humano’ en su plenitud –y en la actualidad escandalosamente olvidada–, es el entregar a los nuevos seres el dominio de la capacidad del lenguaje. Los padres cumplen a este respecto una labor encomiable, pero que se les hace crecientemente difícil, debido a las contingencias de la vida actual. Y clama al cielo que los institutos educativos, desde la primaria hasta la Universidad –salvo contadas excepciones–, ignoren lo que es dar a sus alumnos el ejercicio de la lengua. El lenguaje –esta posibilidad cuasi mágica y misteriosa la forjó el hombre en el fondo de los tiempos, extrayéndola de su naturaleza, donde yacía latente. Fue, al decir de Lewis Mumford, “la ocupación sostenida y henchida de propósito de los primeros hombres desde el momento en que emergieron”1, es decir, desde hace cuatro millones de años2. Contribuyeron a su concreción la capacidad significante de los humanos, y, como apunta Mumford, la relación madre-hijo, los movimientos y necesidades corporales y los ritos de la tribu. El hombre es un ser que pugnaba y que pugna por expresarse, es ‘ens exprimens’ y además es ser que luchaba y lucha por captar mensajes de otros seres supuestamente iguales a él, no en el sentido de acopiar información, sino en el más profundo de comprenderla y sentirse partícipe: es pues ‘ens communicans’ y, en tal virtud, único, a lo que sabemos, en el planeta. El impulso irrefrenable a expresarse y comprender las expresiones de otros, que todo humano posee, determina, cuando surgen impedimentos para hacerlo, una impotencia tal que el ser se hunde en la desesperación y en la agresividad, como innúmeros casos lo atestiguan. Cuando faltan los órganos que permiten el lenguaje en todo o en parte, y tal ausencia en alguna forma puede ser superada (por ejemplo, la ceguera, y asimismo la ceguera y la sordera, pueden ser vencidas por procedimientos
tactiles, acompañadas de la voz o sin ella), quienes sufren tales minusvalías, al poder manifestarse a otros y lograr comunicación con ellos, experi-mentan una apertura exhilarante al mundo que los rodea. Pudo el hombre, quizás, haber empleado cualquier medio para expresarse y aprehender ajenas expresiones, como en aquel delicioso cuento de Chesterton en que el Padre Brown y su amigo excéntrico se enzarzan finalmente en una danza, una jiga extraña que todos miraban sorprendidos...: es que estaban conversando. Pero el aparato laríngeo y todo lo conectado con él se hallaba más a la mano y con una extraordinaria multiplicidad de modulaciones. El uso de la lengua no vale solamente por las significaciones que trasmite, sino que, al lado de los significados, toda ella, su fonética, cadencia, énfasis, matices, asociaciones evocadas, hacen vivir a cada hombre o mujer el mundo de su grupo, les da la certeza de la múltiple realidad en conexión con la cual transcurre su existencia. El dominio de la lengua implica, como manifiesta Hymes, “el aspecto ‘creativo’ del lenguaje, esto es, la habilidad del que lo usa para implementar nuevas sentencias que sean apropiadas a las situaciones particulares”3, lo cual no puede alcanzar quien tiene un mal ejercicio de la lengua: surgen así las expresiones ambiguas, o torpes, las oscuridades, las frases inadecuadas, las proposiciones no elaboradas, o
insuficientes, etc. Y en el orden de la comprensión, el que carece del dominio necesario no acertará a interpretar las palabras que escucha o que lee hasta representarse con razonable claridad la situación que el otro expresó. Conjetúrese cuán disminuidos quedan, en estas condiciones, los miembros de las generaciones nuevas. Es como si se troncharan diversas o muchas de las antenas con que aprehender la realidad y diversos o muchos canales para expresar su cosmos interior y exterior. Desgraciadamente en Latinoamérica
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