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LA LARGA LUCHA CONTRA EL NARCOTRAFICO


Enviado por   •  29 de Agosto de 2012  •  5.397 Palabras (22 Páginas)  •  493 Visitas

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historia de Colombia es la historia de una prolongada postergación de la única aventura digna de ser vivida, aquella por la cual los colombianos tomemos verdaderamente posesión de nuestro territorio, tomemos conciencia de nuestra naturaleza -una de las más hermosas y privilegiadas del mundo-, tomemos conciencia de la magnífica complejidad de nuestra composición étnica y cultural, creemos lazos firmes que unan a la población en un orgullo común y en un proyecto común, y nos comprometamos a ser un país, y no un nido de exclusiones y discordias donde unos cuantos privilegiados, profundamente avergonzados del país del que derivan su riqueza, predican día y noche un discurso mezquino de desprecio o de indiferencia por el pueblo al que nunca supieron honrar ni engrandecer, que siempre les pareció "un país de cafres", una especie subalterna de barbarie y de fealdad.

La primera traición a ese sueño nacional la obraron los viejos comerciantes que, preocupados sólo por sus intereses privados, se impusieron en el gobierno de la joven república para bloquear toda posibilidad de una economía independiente, y permitieron que el país siguiera siendo un mero productor de materias primas para la gran industria mundial y un irrestricto consumidor de manufacturas extranjeras. Así como nuestras sociedades coloniales habían provisto a las metrópolis de la riqueza con la cual construyeron sus ciudades fabulosas y desarrollaron su revolución industrial, así nuestro acceso a la república no impidió que siguiéramos siendo los comparsas serviles de esas economías hegemónicas, y siempre hubo entre nosotros sectores poderosos interesados en que no dejáramos de serlo. Ello les rendía beneficios: siempre hubo una aristocracia parroquial arrogante y simuladora que procuraba vivir como en las metrópolis, disfrutando el orgullo de ser mejores que el resto, de no parecerse a los demás, de no identificarse con el necesario pero deplorado país en que vivían. Nunca he dejado de preguntarme por qué los que más se lucran del país son los que más se avergüenzan de él, y recuerdo con profunda perplejidad el día en que uno de los hijos de un expresidente de la república me confesó que la primera canción en español la había oído a los 20 años. Allí comprendí en manos de qué clase de gente ha estado por décadas este país. Aquellos príncipes de aldea con vocación de virreyes sólo salían a recorrerlo cuando era necesario recurrir a la infecta muchedumbre para obtener o comprar los votos.

También desde el comienzo, a pesar de que han sido poquísimos los casos de guerras entre naciones en este continente, se generó una tradición de privilegios para el estamento militar, porque los gobiernos, que casi siempre descuidaban la suerte de las muchedumbres humildes, necesitaban brazo fuerte y pulso firme a la hora de conjurar rebeliones. Y ello resulta a su modo razonable, porque cuando se construye un régimen irresponsable y antipopular se hace absolutamente necesaria la fuerza para mantener a cualquier precio un orden o desorden social que el pueblo difícilmente defendería como suyo. ¿Quién ignora aquí que las grandes mayorías de Colombia no tienen nada que agradecerle al Estado tal como está constituido, y que por ello no están tan dispuestas como en otros países a entregarle sus jóvenes? Es triste recordar que durante mucho tiempo las clases privilegiadas, las más defendidas por el Estado, pagaron para librar a sus hijos del servicio militar que los pobres tenían que cumplir irremediablemente. Y es verdad que los jóvenes deploran tener que ir a un ejército cuya principal función es enfrentarse con su propio pueblo. Todo Estado tiene que demostrar su legitimidad, su desvelo por la gente, para merecer la adhesión y la lealtad de su pueblo, y es un axioma que si el pueblo no es patriótico es porque el Estado no le da buen ejemplo.

Grandes esfuerzos históricos intentaron cumplir la tarea imperiosa de afirmarse en una tradición y construir una patria. De los primeros y más valiosos fue la Expedición Botánica, que empezó a revelar al mundo la exuberancia de nuestra flora tropical y que despertó en una generación el sorpresivo orgullo de pertenecer a los inexplorados trópicos de América. Una de las consecuencias de esa Expedición fue el movimiento de Independencia, pero la Reconquista frustró la paciente labor de tantos sabios y artistas, y dos siglos después la Expedición Botánica sigue siendo una obra inconclusa. Colombia posee, según es fama, la mayor diversidad de pájaros del mundo, pero es tan inconsciente de sus riquezas que el libro más completo sobre las variedades de aves colombianas, <I>Birds of Colombia<D>, no está traducido al español. En la segunda mitad del siglo XIX emprendió sus tareas la Comisión Corográfica, y sin embargo aún hoy Colombia sigue siendo un país sin un proyecto territorial, sin un plan de desarrollo sensato y propio, sin un censo aprovechado de sus recursos. El Estado, omnipotente a la hora de imponer tributos y de reprimir descontentos, es la impotencia misma a la hora de impedir saqueos, de moderar depredaciones y de proteger el patrimonio. Y ello porque en realidad no es un Estado que represente una voluntad nacional, y que pueda apoyarse en ella para esas grandes decisiones que exigen en nombre de todos poner freno a la codicia de unos cuantos, sino que representa sólo intereses mezquinos y está hecho para defenderlos, a veces, incluso, con ferocidad.

Verdad es que grandes poderes externos estuvieron interesados desde siempre en mantener nuestra economía en condiciones desventajosas, que les permitieran realizar aquí sus negocios en los mejores términos. Para la gran industria mundial fue una prioridad garantizar su provisión de materias primas, y mantener aquí una clase privilegiada en condiciones de consumir productos de importación. Una de las verdades que no sabría explicar con claridad a mi amiga es por qué y de qué manera el gobierno norteamericano apoyó siempre a los partidarios colombianos del libre cambio, que abrían nuestras fronteras a sus productos, e incluso patrocinó siempre a alguno de los bandos en las guerras civiles que desgarraron a Colombia durante el siglo XIX. Ella sentirá la extrañeza de que los colombianos seamos desventurados, pero difícilmente entenderá que no hemos estado solos en la construcción de nuestra penuria, que muchas veces su propio Estado participó en la preparación y el diseño de nuestro caos actual. Cuando se pensaba que el urgente canal interoceánico centroamericano pasaría por Nicaragua, los Estados Unidos patrocinaron la aventura de William Walker y se apresuraron a reconocer su increíble gobierno de mercenarios. Sólo el clamor indignado del continente impidió que Nicaragua se convirtiera, por la vía del zarpazo, en un estado más de la Unión

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