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LEYENDAS MAPUCHES


Enviado por   •  4 de Agosto de 2017  •  Tarea  •  5.747 Palabras (23 Páginas)  •  258 Visitas

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                                       LEYENDAS MAPUCHES

EL CHONCHÓN

El Chonchón es un pájaro castellano (gris ceniciento), del tamaño de una tagua. Se cree generalmente que es gente que huele a brujería; que después de ponerse unas unturas en la garganta, sale a volar sólo la cabeza alada, dejando el cuerpo en la casa. Al emprender el vuelo dicen: Sin Dios, sin Santa María, y si por equivocación profieren otras palabras, se dan un porrazo madre (una gran caída). Volando se dirigen a la Cueva de Salamanca, cita en San Julián, en cuya cueva celebran el convite o conciliábulo, que termina ya parte para el día (poco antes de amanecer).

En los cantos populares recitan este cuarteto:
Tu padre sería brujo,
como Chonchón se volvía,
y hacía: tué, tué, tué
cuando de noche salía.

      Al oír que pasa volando el Chonchón cerca de nosotros, hay que decir: ¡Pasa Chonchón tu camino!. Si le decimos: ¡Vuelve mañana por sal!, se presenta al día siguiente una mujer vieja y pobre a pedir explicaciones por la broma de la noche anterior.
      Cuando un brujo se ha puesto los untos e ido a volar, dejando el cuerpo en la casa, es necesario que se ponga otros untos cuando haya vuelto, para que se le pegue la cabeza al cuerpo. Si le ocultan el unto o se lo destruyen (el brujo o, lo que es lo mismo, el Chonchón) se mata, aporreándose por el suelo.
       Para aprender a brujo hay que soportar tremendas pruebas de arrojo y repugnancia; y si (el individuo) aguanta, es llevado a un festín tan espléndido como el bíblico de Baltasar, en que el servicio es de oro y plata. Y si recibe un objeto para llevar de recuerdo o se roba una pieza de rico metal, tiene que echarla al fuego para que conserve su valor; si no, se le vuelve estiércol de vaca...
     Para cazar un Chonchón o brujo volando hay que rezar la siguiente oración: ¡San Cipriano va para arriba, San Cipriano para abajo!, repitiendo muchas veces lo mismo y sosteniendo en una mano una vela de bien morir y, en la otra, un cuchillo de cacha de belduque. Con esta manifestación, el Chonchón cae al suelo, donde es cogido y quemado. Cazado así es como se ha visto que es pájaro castellano.

        

Las Aventuras de Chalwa y Curiñancu (relato mapuche) 

                                                                              Por Iván Ancatén

   Las ñancus (águilas) volaban plácidamente en el cielo azul vigilando todo el sur de Chile. Los altos picos, cubiertos de nieves eternas, eran su paisaje predilecto. Con sus alas extendidas volaban, una cerca de la otra, cuidando siempre el hermoso río que nacía de la majestuosa laguna Galletué (lugar de hualles).
      Las águilas, para los mapuches, son guerreros del sol, pues siempre aparecen del este. El sol les enseñó a vivir en lugares montañosos y sus nidos los hacen en sitios abruptos e inaccesibles. Muy cerca de su nido se encuentra siempre el ñancu-lahuen (ñancu: águila; laguen: medicina), un arbusto muy medicinal que sirve para sanar muchas enfermedades. Son muy rápidas en su vuelo y representan el poder y la fuerza. Con su vista microscópica son capaces  de ver un pez en el río desde mucha distancia.

         En el nido aún quedaba un huevo, que se movía buscando la luminosidad del sol; lentamente comenzó a romperse para ver la luz del día, mientras en las alturas un aguilucho era testigo de este nacimiento. Llegaba Curiñancu (águila negra), y el águila sagrada emprendía el vuelo llevando en su pico una pichivilú (serpiente pequeña) como primer alimento para su pequeño retoño, a quien acurrucó entre su plumaje.

     Curiñancu comenzó a crecer muy rápido y con un cierto temor a volar. Prefería caminar por los alrededores de su nido y mirar los volcanes, que muy juntitos se extendían a sus pies. Eran el copahue, mocho, tolhuaca, llaima y tantos más que adornaban el sur de Chile.
     El pequeño Curiñancu disfrutaba mirando el gran río, que se extendía majestuoso desde la laguna Galletué, donde nacía, buscando su ruta entre las grandes montañas. Observaba el hermoso color del agua, que como una preciosa joya enceguecía sus ojos con el resplandor.

     Siempre le gustaba merodear dando pequeños vuelos, buscando los picos más fáciles y siguiendo consejos de sus padres de no arriesgar su vida hasta que sus alas estuvieran firmes para sostener su cuerpo. Sin embargo, Curiñancu prefería caminar; encontraba más seguras sus piernas, que ya empezaban a desarrollar músculos.

     Un día en que sus padres salieron a recorrer otras montañas, Curiñancu decidió intentar un vuelo más largo que lo habitual. Con el kurruf (viento) en contra, y a pesar de sus desesperados aleteos, muy cansado, se fue en picada hacia el abismo profundo. Al chocar con la tierra, un pequeño rasguño en su ala dejó escurrir unas gotas de sangre y, así, a muy mal traer, logró levantar sus ojos y observar frente a sí al carnicero más grande de América Latina, con sus garras listas para embestir. Observó sus tremendos músculos y sus colmillos tan blancos como la nieve. En este encuentro se da cuenta que no es comida para él. El pangui (puma, león entre los mapuches) pudo distinguir que era el águila sagrada y, al acercarse a Curiñancu, lentamente comenzó a lamer sus heridas y, luego, con su pelaje aleonado, a cubrir del frío a Curiñancu, dejándolo dormir hasta recuperarse.

     Horas después, al despertar tan fortalecido, Curiñancu y el pangui estrechan una profunda amistad. En ese momento, entre esas grandes montañas, el Ñancu decide quedarse en la tierra y transformarse en el gran guerrero de la montaña sagrada del sur de Chile.
     Con su amigo, el pangui, recorren montañas y valles. Llegan a los pies del volcán Llaima y allí deciden construir su kuramalal (fortaleza de piedra). Para el frío, Curiñancu sube al volcán Llaima a traer kitral (fuego) y puede así mantener su hogar caliente. Muchos animales vienen a visitarlos, y cada uno de ellos les enseña algo de su sabiduría. Llegó el pakarwa (sapo) y le dio la clave de los grandes saltos, como él lo hace. También llegó la vilu (serpiente) y le mostró cómo camina y cómo en cada primavera cambia su ropaje. Además, le dijo a Curiñancu que conversara con la kuse llallín (araña) para pedirle que le teja un pantalón. Así, Curiñancu decide llamar a la kuse llalín, la que llegó caminando con sus largas patas y se dedicó por un momento a inspeccionar el kuramalal, como ideando lugares donde tejer sus redes. Curiñancu le solicita un pantalón bien firme, y la kuse llallín le teje uno de color negro, comolo usan los grandes guerreros.

      Así transcurre la vida de Curiñancu, hasta que un día, luego de recorrer sus dominios, comunica a sus amigos que ha decidido bajar al valle y conocer más allá de donde pueden ver sus ojos. Convertido en adulto, Curiñancu hablará con el rere (pájaro carpintero) para que le enseñe a construir un wampu (barcaza) y pueda seguir el rumbo que lleva el gran río sagrado. El rere es un gran carpintero y le habla a Curiñancu del viejo pehuén (árbol de la Araucanía; sagrado y sustento de los pehuenches, gente del pehuén), que soporta fuertes kurruf, capaces de mover una montaña y que dura mil años.

      Curiñancu sabe que el rere es el mejor conocedor de las maderas, porque se pasa toda su vida taladrando árboles y, por lo tanto, seguirá su consejo. Sube a las montañas a buscar el tronco. Luego, sobre sus hombros fornidos lo lleva a sus uñas, dando forma a su wampu. En un día muy hermoso, cuando la embarcación está lista y el sol empieza a iluminar las montañas, Curiñancu decide lanzar su wampu al agua. Todos sus amigos lo vienen a despedir; el pangui quedará a cargo de toda la montaña, la kuse llallín ha quedado encargada de cuidar la ruka (casa), para lo cual ha tejido una poderosa red en la entrada. Curiñancu ya está listo para partir.

     Muy pronto domina su nave, y desde la orilla lo contemplan sus amigos mostrando en sus ojos mucha emoción. De esta forma, Curiñancu inicia su viaje llevando su wampu hacia la desembocadura. Busca la corriente que lo llevará por nuevos torrentes y peligros que deberá afrontar entre las colinas.

     De pronto, al pasar por un torrente, Curiñancu vio que algo salpicaba al lado de su wampu. Los grandes saltos llamaron su atención. Decide saludar:

-Marri Marri Chalwa (hola salmón)
-Marri Marri Curiñancu (hola Curiñancu)
-¿Cheu amualmi feula? (¿Dónde vas ahora?)
-Amuy lafquenmeu (Voy en busca del mar)
-Amuyu Curiñancu (Vamos los dos, Curiñancu)
-¡Feley! (Está bien!)

     Así, los dos deciden viajar juntos. El Chalwa comienza a relatar a Curiñancu que sus padres conocieron el Lafquen (mar). Le contó que allí el agua es salada y que ellos recorrieron enormes distancias, que fueron a varios países y que volvieron a la montaña sagrada cuando iba a nacer. Le dijo que toda su familia hacía estos recorridos y que sus padres, ya muertos, dejaron sus espíritus en la montaña. Curiñancu comprende ahora la vida del salmón (antes era su alimento predilecto). Conversan sobre la pureza y frescura de las aguas en la montaña y el Chalwa recuerda con alegría los rápidos de ese río querido, donde podía dar grandes saltos y jugar sin límite. El Chalwa ha decidido cuidar el viaje de Curiñancu, por lo que se adelanta de vez en cuando y va dirigiendo la barcaza.

     Por las noches descansan en los remansos del río, mientras las estrellas brillan en el cielo infinito. En los acantilados y laderas de las montañas, como enormes gigantes petrificados, la hermosa kuyen (luna) se refleja como en un gran espejo de plata. El Chalwa salta feliz mientras caza algunos mosquitos y acompaña la divertida aventura de Curiñancu, quien recuerda su infancia de halcón sintiendo el kurruf en su plumaje. Se saludan todos los días:

-Marri Marri Chalwa (Hola salmón)
-Marri Marri Curiñancu (Hola Curiñancu)
-¿Kumelekaimi? (¿Cómo estás?)
-Kumelen (Estoy bien)
-¿Ayukuleimi? (¿Estás feliz?)
-May (Sí)
-Amuyu Lafquenmeu (Vamos al mar)
-Feley (Bien)

     Entre los remansos juegan a distinguir los árboles nativos que adornan el contorno del Leufu (río). Las hermosas flores entre las rocas parecen fósforos relucientes por las corrientes. De pronto los ruidos anuncian los rayos. El Chalwa va dirigiendo el wampu, mientras el agua al chocar con la balsa- levanta mucha espuma.
    Un día, en forma inesperada, el cielo se empieza a oscurecer, anunciando la proximidad de una tormenta y el inicio de un gran peligro para la aventura. La lluvia comienza a hacer estragos en las colinas y el Leufu se convierte en un torrente turbio por las pequeñas cascadas de barro que se han formado. Curiñancu espera hábilmente el tralka (trueno) y el llifke (relámpago) para avanzar, gracias a lo cual descubren un refugio para pernoctar y protegerse de la lluvia. Curiñancu utiliza la luz de la luciérnaga para iluminar la caverna, y recuesta su cuerpo en la tibieza de la tierra para reposar y dormir. Al otro día, nadie hubiera pensado que la lluvia había estado presente:

-¿Kumleimi Curiñancu, Umaueimi? (¿Cómo estás Curiñancu, dormiste bien?)
-May (sí)
-¿Ayukuleimi? (¿Estás feliz?)
-Amuyu wenuy (Vamos los dos,amigo)

     Siguen su viaje muy felices en compañía del antu (sol) y el kurruf; sin embargo, repentinamente su alegría se ve truncada, pues al girar en un recodo de las montañas más altas, un gigante les espera para cortarles el paso. Ambos están perplejos. Una inmensa mole de cemento tiene aferrada para sí toda el agua del leufu y sólo deja escurrir una pequeña cantidad por su boca, mucho menor al cauce original. Los amigos se quedan mirando y comentan:

-¿Chumngechi rupay, Curiñancu? (¿Cómo pasaremos, Curiñancu?)
-Ñochi, ñochi, Chalwa (Calma, calma, salmón)

    Curiñancu piensa rápidamente. Debe terminar su viaje, pero no puede dejar a su amigo en la mitad del camino al Lafquen. De improviso, mirando al Chalwa, exclama: ¡Marrichiweu! (¡Lo tengo!)... vadearemos este lugar y pasaremos entre aquel bosque de canelos y lingues. Yo moveré la nave y más abajo nos uniremos al leufu. El Chalwa, sin embargo, no estaba tranquilo (¿Pero, cómo iré yo, Curiñancu, si no puedo estar mucho tiempo fuera del agua?).
    No te preocupes-, le contestó Curiñancu. Colocaré dentro del wampu una cierta cantidad de agua del leufu; tú saltarás dentro, y así nos llevará a ambos. El Chalwa, emocionado, le responde: Qué inteligente eres, gran capitán, guerrero de la montaña; yo me entristecí pensando en que hasta aquí no más te acompañaría en el viaje. Acepto encantado tu plan).

   Curiñancu, entonces, dirige su wampu hasta la orilla. Allí se baja y comienza a echar agua. Una vez completada una cantidad suficiente, le pide al salón que salte y, como en una pecera, se zambulle muy feliz. Curiñancu ha comenzado a deslizar la canoa por entre los árboles; las hojas caídas le son de gran ayuda, luego de amarrar la embarcación con los hilos de su chiripa (pantalón), que tan firmemente había tejido la kuse llaullín para él.
    Trabajosa ha sido la labor para Curiñancu; ha vadeado la gran mole de cemento, creada para detener al gran río Bío Bío, cortándole velocidad y fuerza. Sin embargo, lo que más entristece a Curiñancu es ver cómo la muralla aquella aprisiona al gran leufu, y cómo tanta naturaleza va quedando sumergida bajo el agua. Bosques de canelos, pehuenes, avellanos y todo el bosque nativo existente en esa zona descansan bajo el nuevo caudal creado por el huinca (hombre).
    Curiñancu regresa a las márgenes del río buscando su camino. Piedras descomunales obstruyen su paso, mientras el diminuto cauce sigue persistiendo en llegar al océano. Hasta que lo logra. Ahora está preparado con su amigo Chalwa para seguir la aventura, que estará llena de sorpresas.

    Más abajo se encuentra con muchos pueblos, y con gran tristeza observa cómo se han ido depositando en el caudal los nuevos desperdicios de las ciudades. Curiñancu advierte a su pequeño amigo Chalwa de los cuidados que deberá tener con su alimentación, y le dice que vea cómo el hombre de hoy va destrozando la tierra, sus recursos, y cómo las empresas van arrojando sus desechos contaminantes en el lecho del río sagrado.
   Los amigos llegan donde el río se une con el mar. En este lugar, a Curiñancu se le hace más difícil manejar su embarcación por el oleaje. El Chaiwa debe tomar un tiempo para aclimatar su cuerpo a esta nueva agua, muy salada y picante. Pero, muy felices empiezan a descubrir todo un mundo de nuevos amigos. Curiñancu y el Chaiwa están contentos, a pesar de todo. La gaviota marinera y la nutria les dan la bienvenida, además de la cholga y los locos que están aferrados al roquerío. Ellos van saludando a todos los que ven. Saludan a la jaiba con su elegante caminar; a la tortuga con su inmensa caparazón a cuestas, su lento caminar y tierna mirada; a las truchas y jureles. Conocen al pez volador, que les ha presentado al pez luna y al pez sol y a la sierra. El calamar se ofrece como voluntario para impulsar el bote y darle velocidad, mientras el Chalwa se ríe de los notables bigotes de su amigo el lobo marino. Una foca saluda a los recién llegados, mientras que un delfín ha empezado a saltar junto a su wampu. Curiñancu saluda amablemente a la ballena austral, y en sus ojos ve las lágrimas y la melancolía de quien ha perdido a muchos de sus familiares por la salvaje persecución del hombre civilizado.

    Más allá vuela el pelícano, que los detiene y le dice a Curiñancu que vuelva rápido a su tierra porque hay allí contaminación. En las grandes extensiones de mar hay esparcidas negras aguas, donde cientos de peces mueren por el petróleo. Liquidan sus pulmones y mueren lentamente con sus cuerpos ennegrecidos y pegajosos.
Pero, lamentablemente, la advertencia ha sido muy tarde. Curiñancu encuentra a su amigo Chalwa moribundo en la superficie del agua (Grande ha sido el pago por conocer otras tierras, por conocer otros mares-, piensa).
-Yo te llevaré a la tierra, querido amigo Chalwa. Debemos hallar alguna solución a tu enfermedad.
     Al depositar a su amigo en el suelo, Curiñancu anhela tener sus alas de águila para poder llevarlo donde alguna machi (curandera sabia de la cultura mapuche). Con este deseo, por un instante Curiñancu cierra sus ojos aguiluchos y empieza a sentir cómo la basa del viento lleva su espíritu hasta el Nahuelbuta. Allí existe un ñankura (piedra del águila) donde los más poderosos jefes mapuches enterraban a sus seres queridos en un eltun (cementerio). Recuerda Curiñancu que allí crece una planta resucitadora de los moribundos el latue-, que debe usarse sólo antes de que se le aleje el espíritu al enfermo. En tanto, su amigo Chalwa aún mueve su cola, dando así señales de vida.

   Curiñancu se arrodilla y pide a Chau Dios, creador de todo el universo, que por única vez y con el propósito exclusivo de sanar a su amigo, lo deje volar. El Padre Dios, al verlo tan acongojado, le devuelve sus alas. Curiñancu se convierte así, nuevamente, en un águila ligera. Con sus alas extendidas y su mirada microscópica se eleva hacia el cielo infinito en busca de la gran Nahuelbuta, de la montaña del tigre y el ñankura con su provisión del latue.
    Curiñancu va rompiendo el aire y las nubes. Recuerda los riscos y las montañas, su vida de águila y a sus padres. Observa conmovido la cordillera de Nahuelbuta, que protege al hombre del mar. Piensa en el Padre Dios, que ha dotado de tanta belleza la inmensidad de las tierras mapuches.
    Al fin llega y ve las flores que parecen resguardar el espíritu de Caupolicán, Lautaro y Galvarino. Pidiendo permiso a la naturaleza, escoge la más alta y vigorosa, e inicia rápidamente el regreso. No hay cansancio ni pereza. Su plumaje hermoso, como suave seda, adorna el cielo celeste y, al tocar nuevamente la orilla del río, se convierte en el antiguo guerrero de la montaña. Estruja la planta, y con pequeñas gotas va reviviendo a su amigo. Limpia su cuerpo con una suave alga y, lentamente, Chalwa, su compañero, revive, moviendo su cuerpo.

    Curiñancu está feliz. Lágrimas de felicidad brotan de sus ojos. Agradece a Chau Dios por ser tan bondadoso con él, y se compromete a extremar los cuidados de su amigo. Sube a su wampu y, con el impulso del calamar, continúa junto a Chalwa su travesía por los mares. Tras sí dejan estelas de alegría y muchos, muchos amigos, que pudieron apreciar el gran corazón de Curiñancu en su paso por aquel lugar.

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