La Ciudad Antigua Resumen
Enviado por claudiaghdez • 8 de Agosto de 2012 • 13.848 Palabras (56 Páginas) • 7.360 Visitas
LA CIUDAD ANTIGUA
ESTUDIO SOBRE EL CULTO, EL DERECHO Y LAS INSTITUCIONES DE GRECIA Y ROMA
Obra mas conocida del gran sociólogo Fustel de Coulanges, publicada en 1864. Constituye una fuente amena y erudita para conocer los sistemas sociales de los pueblos antiguos de Roma y Grecia, así como de los problemas sociológicos derivados de la religión y el derecho.
El autor se propone mostrar bajo que principios y por qué reglas se gobernaron las sociedades griega y romana, asociadas por una misma raza, idiomas salidos de una misma lengua, instituciones comunes. También desea manifestar las diferencias radicales y esenciales que distinguen perdurablemente a estos pueblos antiguos de las sociedades modernas.
Felizmente el pasado nunca muere por completo para el hombre. Bien puede éste olvidarlo, pero siempre lo conserva en si, pues tal como se manifiesta en cada época, es el producto y resumen de todas las épocas procedentes. Si se adentra en si mismo podrá encontrar y distinguir esas diferentes épocas, según lo que cada una ha dejado en él.
LIBRO I
CREENCIAS ANTIGUAS
CAPITULO I
CREENCIAS SOBRE EL ALMA Y LA MUERTE
Hasta los últimos tiempos de la historia de Grecia y Roma se vio persistir entre el vulgo un conjunto de pensamientos, y usos, que indudablemente, procedían de una época remotísima. De ellos podemos inferir las opiniones que el hombre se formo al principio sobre su propia naturaleza, sobre su alma y sobre el misterio de su muerte. Las generaciones antiguas, mucho antes que hubiera filósofos, creyeron en una segunda existencia después dela actual, consideraron la muerte, no como una disolución del ser, sino como un mero cambio de vida.
Gracias a los pensamientos y a las costumbres que se conocen a cerca de Grecia y Roma en sus últimos tiempos, podemos conocer las ideas que tenía el hombre en un principio acerca del alma y de la muerte.
Ellos creían que después de esta vida existía una segunda debajo de la tierra, creían que el cuerpo y el alma seguían unidas en aquella otra vida, por lo cual enterraban a los muertos con ciertas pertenencias, ropas, animales, y hasta personas esclavas que creían podían necesitar en esa vida, porque les había sido de utilidad en ésta.
Debido a ciertas creencias, surgió la necesidad de dar sepultura y oraciones a los muertos, ya que creían que si un alma no tenía sepultura se convertiría en un alma errante y molestaría a los vivos por medio de apariciones, por lo que debían rendir ciertos ritos en los que daban ofrenda y depositaban comida, leche, vino, perfumes, etcétera, en honor al muerto y si alguien probaba de los alimentos que se les llevaba se creía que estaba condenado al hambre perpetua. Era costumbre, al fin de la ceremonia fúnebre, llamar tres veces al alma del muerto por el nombre que había llevado. Se le deseaba vivir feliz bajo tierra; se escribía en la tumba que él reposaba allí. Jamás se prescindía de enterrar con el los objetos de que, según se suponía, tenia necesidad. De esta creencia primitiva se derivo la necesidad de la sepultura. Para que el alma permaneciera en esta morada subterránea, que le convenía para su segunda vida, era necesario a que el cuerpo al que estaba ligada quedase recubierto de tierra. El alma que carecía de tumba no tenia morada, vivía errante, se convertía pronto en malhechora.
La antigüedad entera estaba persuadida de que sin la sepultura el alma era miserable, y que por la sepultura adquiría la eterna felicidad. Las formulas de la ceremonia fúnebre, puesto que sin ellas las almas permanecían errantes y se aparecían a los vivos, es que por ellos se fijaban y encerraban en las tumbas, y así como habían formulas que poseían esta virtud, los antiguos tenían otra con la virtud contraria: la de evocar a las almas y hacerlas salir momentáneamente del sepulcro.
Se temía menos a la muerte que a la privación de la sepultura, ya que se trataba del reposo y la felicidad eterna. En las ciudades antiguas la ley infligía a los grandes culpables un castigo reputado como terrible: la privación de la sepultura. Hay que observar entre los antiguos se estableció otra opinión sobre la mansión de los muertos, se figuraron una región, también subterránea pero infinitamente mayor que la tumba, donde todas las almas lejos de su cuerpo, vivían juntas y donde se les aplicaban penas y recompensas. Se rodeaba a la tumba de grandes guirnaldas de hierba y flores, que se depositaban tortas, frutas, sal, se derramaba leche, vino, y a veces la sangre de alguna víctima.
CAPITULO II.
EL CULTO DE LOS MUERTOS
Debido a las creencias se establecieron reglas de conducta, los griegos debían satisfacer la necesidad de comer y beber de los muertos por lo que fue una obligación que proporcionaran alimentos y bebidas, así como cumplir con ciertas fórmulas u oraciones que expresaban buenaventura a los muertos.
Entre los griegos había entre cada tumba un emplazamiento destinado a la inmolación de las víctimas y a la cocción de su carne. La tumba romana también tenia su culina, especie de cocina de un género particular, y para el exclusivo uso de los muertos. Estas creencias dieron pronto a lugar las reglas de conducta. Puesto que el muerto tenia necesidad de alimento y bebida, se concibió un deber de los vivos satisfacer esta necesidad, fue obligatorio. Los muertos pasaban por seres sagrados, los antiguos les otorgaban los más respetuosos epítetos que podían encontrar: llamándoles bienaventurados, buenos, santos.
Se creía también, que una persona al estar muerta se convertía en un Dios, por lo que además de brindar el sraddha, que eran alimentos, debían a ofrecer sacrificios y libaciones, decían también, que a pesar de que una persona hubiese sido mala en vida, al morir se convertía en un dios bueno, pero cargando con todo lo malo que había hecho, en ese otro mundo, y si se descuidaba el sepulcro y los ritos de algún muerto, su alma se convertiría en una sombra errante.
Las almas errantes, decían, andaban en busca de un sepulcro para obtener la tranquilidad de los atributos divinos, de otra manera atormentarían a los vivos.
Los familiares pedían bondad y dones materiales a los muertos. Gracias a estas creencias, la muerte significó su primer misterio.
Para ellos tenían toda la veneración que el hombre pueda sentir por la divinidad que ama o teme; en su pensamiento cada muerto era un dios. No se daba distinción entre los muertos. Los griegos daban de buen grado el nombre de dioses subterráneos, los romanos les daban el nombre de dioses manes. Las tumbas eran los templos de estas divinidades. Si el muerto al que se olvidaba era un malhechor, aquel al que se honraba era un dios tutelar, que amaba a los que ofrecían el sustento. Estas almas humanas divinizadas
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