La Eutanasia

La Eutanasia, considerada como el derecho a morir dignamente, para poder definir como esta concepción debe ser afrontada es necesario considerar en primer lugar la concepción religiosa, en mi caso la católica, según la cual se fundamenta la semejanza del hombre con Dios y este no solo es considerado imagen de Dios, sino un hijo de Dios.

Si se observa la concepción que la iglesia tiene con respecto a la Eutanasia, se puede identificar que es la Encíclica del Evangelium vitae el cual considera la dignidad de cada vida humana, desde la fecundación hasta la vejez, como se puede identificar en su aparte “La vida humana comienza en la concepción. En ese instante Dios crea un alma eterna, única y el pequeño bebé es imagen de Dios. Es Dios quien lo forma y lo plasma con sus manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión informe (cf. Sal 139/138). Incluso cuando está todavía en el seno materno -como testimonian numerosos textos bíblicos- el hombre es término personalísimo de la amorosa y paterna providencia divina.” (, Cap. 3, #61) [1]”.

Posición que no es nueva, ya que se observan escritos anteriores como por ejemplo lo expuesto por Pio XII quien opina que el rechazo de la eutanasia directa es el hecho de que el hombre no es dueño y propietario de su cuerpo y de su existencia, sino únicamente usufructuario al igual que no considera adecuado abusar del uso del narcótico para la reducción del dolor.

Ahora si se desea considerar exposiciones más recientes se tiene la del Papa Juan Pablo II quien se caracterizo por una defensa de la vida humana, especialmente en los casos del aborto y la eutanasia. En cuanto a la eutanasia el Papa ha expresado en repetidas oc

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asiones su condena moral. Quien plantea:

“La vida humana es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. Si la mayor parte de los hombres creen que la vida tiene un carácter sacro y que nadie puede disponer de ella a capricho, los creyentes ven a la vez en ella un don del amor de Dios, que son llamados a conservar y hacer fructificar. De esta última consideración brotan las siguientes consecuencias 1. Nadie puede atentar contra la vida de un hombre inocente sin oponerse al amor de Dios hacia él, sin violar un derecho fundamental, irrenunciable e inalienable, sin cometer, por ello, un crimen de extrema gravedad.

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