La Meta de Eliyahu Goldratt
Enviado por miguel29gonsalez • 10 de Octubre de 2014 • Informe • 7.362 Palabras (30 Páginas) • 208 Visitas
La Meta
de Eliyahu Goldratt.1
Son las siete y media de la mañana. Sumido en mis pensamientos,
conduzco mecánicamente mi Buick, camino de la fábrica. Nada más
cruzar la verja de entrada, la visión del rutilante Mercedes rojo,
aparcado en el sitio reservado para mi coche, me devuelve bruscamente
a la realidad, a una realidad ajena al silencio sosegado de la mañana,
alejada del ritmo sereno con el que, uno tras otro, se han ido sucediendo
mis pensamientos, hasta hace unos segundos.
Es el Mercedes de Bill Peach, lo conozco de sobra. Sólo él es capaz
de llamar la atención de esa manera, aparcando en el hueco reservado
para mi coche, aunque el resto de los aparcamientos estén vacíos,
incluidos los destinados a las visitas. Pero Bill Peach no es una visita,
es el vicepresidente de la división, y, como no sabe distinguir muy bien
entre poder y autoridad, pretende acentuar la jerarquía invadiendo con
su coche el lugar destinado para el director de la fábrica. Es decir, mi
sitio.
Conozco las reglas del juego, así que, una vez entendida la sutil
indicación del vicepresidente, aparco con suavidad al lado del Mer-
cedes, en el lugar reservado para el director financiero. Sin embargo, ya
no soy el mismo; el estómago se me ha encogido y el corazón me
palpita mucho más deprisa, como si quisiera delatar un organismo que
está empezando a descargar adrenalina. En este estado, y mientras me
dirijo a la oficina, las preguntas se me entrecruzan en la cabeza a la vez
que voy adquiriendo la certeza de que algo malo tiene que pasar. ¿Qué
estará haciendo Bill aquí, a estas horas de la mañana? A medida que
avanzo, me repito una y otra vez lo mismo y —sin tiempo para deducir
la respuesta—, tengo la dolorosa evidencia de que su visita me hará
perder el día y, desde luego, esa magnífica hora u hora y media que me
reservo al principio de la mañana para ordenar mis ideas, mis papeles y
tratar de aligerar la cantidad de problemas que se acumulan sobre mi
mesa
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LA META
en forma de carpetas, notas, facturas, proyectos... Un tiempo precioso
antes de que empiecen las reuniones, las llamadas, las sutilezas o las
brusquedades de los mil y un asuntos que se multiplican como los
panes nuestros de cada día.
—«Señor Rogo» —me llaman.
Cuatro hombres salen apresuradamente por una de las puertas
laterales de la fábrica. Vienen hacia mí sin darme tiempo, ni siquiera, a
que entre en ella. Veo a Dempsey, el supervisor del turno; a Martínez,
el enlace sindical; a uno de los operarios y a un encargado llamado Ray.
Dempsey me trata de contar no sé qué «serio problema», al mismo
tiempo que Martínez grita algo sobre una huelga, mientras el sujeto
contratado habla atropelladamente de despotismo en el trato a los
trabajadores, y Ray se desgañita diciendo que no pueden terminar un
trabajo por falta de material. Yo estoy en medio, con la cabeza
bloqueada, el corazón ahogado en adrenalina y el estómago suplicando
una reconfortante taza de café.
Cuando consigo, por fin, apaciguar los ánimos, me entero de que
Peach llegó una hora antes que yo a la planta, exigiendo ver la situación
en la que se encontraba el pedido núm. 41427.
Normalmente, cualquier mando intermedio podría haber informado
a Bill Peach sobre ése o cualquier otro pedido, pero la suerte quiso que,
esta vez, nadie tuviera ni siquiera la más remota idea de aquel maldito
41427. Esto fue lo que dio lugar a que el desorden habitual se
convirtiera en un caos generalizado. Peach ordenó a todo el mundo la
búsqueda y captura del ya famoso pedido 41427, consiguiendo poner la
fábrica patas arriba y bloqueando su funcionamiento.
En síntesis, resultó que era un pedido importante que estaba muy
atrasado. Y, en honor a la verdad, debo decir que eso no era nuevo en
una planificación en la que, históricamente, se habían definido cuatro
tipos de prioridades para un pedido: «con prisas», «con muchas prisas»,
«con muchísimas prisas» e INMEDIATO. Sencillamente, parece
imposible que tengamos una producción normalizada. Puedo asegurar
que, aquella mañana, Peach tampoco contribuyó a que las cosas
cambiaran.
Tan pronto como hubo descubierto que el 41427 no estaba, ni
mucho menos, preparado para su envío, Peach comenzó a echar pestes
a su alrededor, poniendo a Dempsey tan colorado como su Mercedes.
ELIYAHU M. GOLDRATT JEFF COX
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Sus alaridos consiguieron que se localizaran las piezas que faltaban
para el submontaje. Estaban junto a una de las máquinas de control
numérico, esperando su turno para ser procesadas. Pero resulta que los
mecánicos no han hecho la preparación para meter dichas piezas. Están
con otro trabajo urgente para dar salida a otro pedido con prioridad
INMEDIATA.
Ni que decir tiene que a Peach le importa un comino el otro pedido
por mucha «prioridad inmediata» que tenga. Las cosas están muy
claras. Se ha levantado a las cinco de la mañana porque le preocupa que
salga el pedido 41427 y, siguiendo el orden jerárquico, ordena a
Dempsey y a Ray que indiquen al mecánico lo que ha de hacer. A partir
de este momento, la escena es más teatral que laboral. El mecánico les
va mirando uno a uno y, tras unos segundos de tensión, con el rostro
lleno de confusión, les explica que su ayudante y él han tardado una
hora y media en preparar aquella máquina para realizar un pedido que
todo el mundo parecía necesitar de una forma desesperada y que, ahora,
le dicen que lo olvide y vuelva a comenzar la preparación para hacer
otra cosa. Peach ejerce todo el poder de la vicepresidencia e, ignorando
al supervisor y al encargado, se encara con el mecánico amenazándole
con el despido si no se somete a sus deseos. El hombre se atreve a res-
ponder que él es un mandado que sólo pide que se le den órdenes claras
y no contradictorias. Entretanto, todo el mundo ha dejado de trabajar.
Todos observan expectantes y tensos la escena. Me dirijo a los cuatro
hombres, algo menos crispados tras la explicación.
—Bien, ¿dónde está Bill Peach? —pregunto.
—En su despacho —dice Dempsey.
—Muy bien. ¿Quiere, por favor, decirle
...