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La Pinocho


Enviado por   •  14 de Septiembre de 2012  •  Monografía  •  2.165 Palabras (9 Páginas)  •  398 Visitas

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PINOCHO

El pequeño Juan Grillo caminaba a paso ligero por el campo, cuando lo sorprendió la noche.

Un poco atemorizado, buscó con la mirada un sitio abrigado donde pasar la noche, y con gran alegría vio, no lejos del lugar donde estaba, una linda casita en cuya ventana se veía luz. Se acercó rápidamente, y sin hacer ruido se coló por una rendija. Se halló así en una agradable habitación, y ante un curioso espectáculo. Un viejecito alegre y simpático trabajaba con entusiasmo una madera que, poco a poco, iba tomando la forma de un muñeco. Al cabo de un rato, luego de hacer algunos cortes y retoques el buen viejo, que se llamaba Gepetto, tuvo entre sus manos un lindo muñeco de ojitos vivaces y alegres; pero con una nariz muy larga, que le daba un cómico aspecto.

–Eres un chico muy simpático– dijo Gepetto–. Te llamaré Pinocho, que es un bonito nombre para ti, y que sin duda te hará feliz.

Y muy satisfecho con su obra, y un poco cansado por el trabajo Gepetto dio las buenas noches a Pinocho y se retiró a dormir. El Grillo se disponía a hacer lo mismo, cuando de pronto vio que una luz azul iluminaba la pieza. Se volvió rápidamente, y vio entrar por la ventana a una hermosa hada: el Hada Azul, la amiga de los niños. El Hada Azul se acercó a la mesa donde Pinocho había quedado tieso y erguido tal cual lo dejó su padre, y lo tocó con su varita mágica.

–Ahora podrás hablar y caminar– le dijo– y si eres bueno, algún día te convertirás en un niño verdadero.

Y después de decir esto, desapareció.

Pinocho dio un salto en su mesa y lanzó un grito de alegría. Juan Grillo lo miraba asombrado, sin convencerse de lo que veía. Pinocho, al verle, lo saludó alegremente: poco después, al cabo de un rato de charla, y aun cuando Pinocho era un tanto impertinente, se habían hecho grandes amigos.

Al día siguiente, el buen Gepetto casi se muere de alegría al ver a su muñeco convertido en un ser animado, Desde ese momento, lo consideró como un hijo, y decidió mandarlo a la escuela. Compró libros, lápices y cuadernos, y un buen día partió Pinocho, aunque sin mucha gana, camino de la escuela. Y sucedió que en el camino encontró a un Gato ciego y a una Zorra renga que pedían limosna, y se puso a conversar con ellos. El Gato y la Zorra eran dos pillos que fingían sus desgracias par engañar a la gente; y al cabo de un rato, habían convencido a Pinocho de que eso de ir a la escuela era una tontería..

–Mira, bobo – dijeron– , es mucho más divertido el teatro de títeres que funciona no lejos de aquí. Vete allí, que de todos modos tu padre no se enterará, y tu lo vas a pasar bien.

Pinocho se tentó; y reflexionando que, realmente, el colegio debía ser algo muy aburrido, se fue resuelto al teatrillo. Por cierto que lo pasó muy bien. Tanto le gustó, que subió al tablado, se mezcló con los títeres y divirtió a todo el mundo. Pero al cabo de un rato, ya cansado, pensó en volver a su casa. Y entonces ocurrió que el dueño del teatro no le permitió que se retirara. ¿Qué había pasado? Pues que los dos pillos, el Gato y la Zorra, habían vendido a Pinocho al dueño del teatro, como un muñeco más.

–He pagado por ti –decía furioso el dueño– y no permitiré que te vayas. ¿Pretendes burlarte de mí?

Pinocho, desesperado, se puso a llorar, ¿Qué otra cosa podía hacer? Estaba muy arrepentido de lo que había hecho, sobre todo cuando pensaba en su papá, y cada vez lloraba con más fuerza. Por fin, tantas lágrimas conmovieron al dueño dl teatro, que consintió en que se fuera; y no sólo eso, sino que, enterado de la historia de Pinocho, le dio cinco monedas de oro y un buen consejo.

–Llévalas a tu padre –dijo– y no dejes de obedecerle nunca.

Pinocho secó sus lágrimas y partió alegre y feliz, de regreso al hogar. Pero, ¡pobre muñeco! Volvió a tropezar nuevamente con el gato y la Zorra, que, saludándolo muy amablemente, le preguntaron adónde iba.

–Voy a casa de mi padre –dijo– a llevarle estas cinco monedas de oro que me ha dado el titiritero.

El Gato y la Zorra se miraron con picardía.

–¿Y con sólo cinco monedas estás tan contento? –dijeron–. Pues nosotros podemos conseguir todas las que queremos.

Pinocho abrió los ojos como platos. ¿Era verdad aquello? Y, entre asombrado y curioso, quiso saber cómo era eso. Entonces, entre risas y guiños disimulados, el Gato y la Zorra le dijeron que en el País de los Búhos existía un lugar donde se podían sembrar centavos y brotaban árboles de relucientes monedas de oro. Claro que para llegar hasta allí era necesario caminar mucho, mucho tiempo, y sobre todo, no volver para nada a casa de papá. Pinocho, enloquecido al pensar que tendría mucho más dinero si sembraba las cinco monedas que le diera el titiritero, no dudó ya. Ilusionado y feliz, dio las gracias a los dos pillos, se despidió de ellos y partió para su largo viaje al País de los Búhos. –A mi regreso –pensó– traeré los bolsillos llenos y mi padre me abrazará satisfecho. Sentirá tanta alegría entonces, que no será difícil que me perdone mi escapada.

Caminó, pues, Pinocho en la dirección que le habían dado, y al cabo de mucho tiempo llegó al País de los Búhos. Buscó entonces un lugar que le pareció adecuado, hizo un hoyo en la tierra y plantó las cinco monedas. Volvió a cubrir el hoyo, regó la tierra, y muy satisfecho se retiró a dormir porque ya era muy tarde.

Entonces, un poco asustado, comenzó a remover la tierra, buscando sus cinco monedas; no las halló tampoco. Y en esto estaba, cuando de pronto sintió, desde lo alto de un árbol, una estridente carcajada. Levantó los ojos y vio que, sentado en la rama de un árbol, un papagayo de brillantes colores lo miraba burlonamente y se reía a más y mejor.

–¿Por qué te ríes? –preguntó Pinocho, que se sentía muy afligido.

–Me río de los tontos –dijo el papagayo– que creen que sembrando centavos brotarán árboles de monedas.

–¿Y acaso no es eso verdad? –preguntó Pinocho.

–Mira –respondió el papagayo–, la única verdad es que tú siembras las monedas,

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