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La legalidad y la justicia de la ley


Enviado por   •  15 de Septiembre de 2014  •  Ensayo  •  1.357 Palabras (6 Páginas)  •  282 Visitas

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EL DERECHO.

POR ADOLFO MENÉNDEZ MENÉNDEZ.

«El Derecho no es ajeno a la crisis de ideas y valores que nos atenaza y nos estimula. ¿Qué interpelaciones le hace hoy nuestro mundo? LAS finanzas han sido el detonante, pero no nos sacarán por sí solas de la crisis, de la crisis nos sacarán la Filosofía, el Derecho y las instituciones. Aunque algunos aún no lo vean y otros se empeñen en hacerlo invisible, por si del corazón de las tinieblas, que Joseph Conrad nos disculpe, fluyera el marfil.

El Derecho sacraliza las formas porque sabe que son garantía de paz, libertad y justicia, su razón de ser. Sabe que los buenos días, disculpe, por favor, nos ayudan a escuchar, dando una oportunidad a la razón para discrepar o para coincidir, sin agredirnos. Lo sucedido recientemente con la ceremonia de toma de posesión del presidente de los Estados Unidos puede servir de ejemplo. Lo que empezó con un mero error del presidente Obama al formular su primer juramento, hace cuatro años, no se despachó sin atención y cuidado a las formas. Se resolvió repitiendo el juramento al día siguiente con toda corrección formal e introduciendo, en esta segunda ocasión, lo que barruntamos se convertirá en una nueva costumbre constitucional. Primero se hace formalmente el juramento, dando validez a la toma de posesión; luego se repite durante la ceremonia inaugural de la presidencia, atemperando así el riesgo del directo y la perfidia de las emociones. Para quienes amamos el Derecho, resulta admirable esa instintiva asunción de que las formas son, con frecuencia, tan importantes como el fondo. La desatención que parecemos vivir hacia los valores convivenciales que el Derecho encarna es un riesgo. Javier García Sánchez recién nos recuerda, por ejemplo, que fue Maximilien Robespierre el que dijera: «¿Cómo podéis llamarme tirano, a mí, a quien todos los tiranos del mundo temen?». Solo los tiranos, en activo o en potencia, acostumbran argüir que el Derecho sea un freno para la transformación del mundo, queriendo decir que lo es para sus intereses o desvaríos. El buen Derecho nada obstaculiza, vive y evoluciona respetándose a sí mismo, sus formas y sus previsiones. Es bastante fácil atacar la vigencia y la validez del Derecho, poner de manifiesto sus limitaciones o sus errores, achacarle tales o cuales iniquidades, convertirlo en amparador o coartada de tales o cuales injusticias. Pero resulta mucho más difícil ofrecer a la sociedad una alternativa merecedora de asentimiento general y duradero, un sistema legal «distinto» del que desde Roma venimos perfeccionando, el que queda resumido en el «pacta sunt servanda», los acuerdos deben respetarse. Naturalmente el vacío que media entre un Derecho cuestionado y otro pretendido es el escenario que procuran siempre los aventureros, oportunistas e inmorales, para llenarlo luego a su

capricho y conveniencia, que no tiene por qué coincidir con el interés general, cuya formulación inspira precisamente el Derecho. Lo que en modo alguno debe entenderse como una exención del Derecho a la crítica o al cambio. El Derecho es, precisamente, antónimo de estancamiento y sinónimo de transformación razonada, antónimo de vacío y sinónimo de continuidad en la defensa de la dignidad humana. «La personalidad del Estado, escribe José Castillejo, lo mismo que la personalidad individual, reside en su identidad fundamental con independencia de sus cambios temporales. Un hombre normal modifica sus opiniones siguiendo un proceso lógico en el que las nuevas reflexiones incluyen o alteran las previas; lo que queda es mucho más que lo que se desecha. La demencia, lo mismo que el débil raciocinio de un niño, se caracteriza por su discontinuidad; un lunático no está limitado por sus opiniones o actos previos, continuamente rompe con su pasado, a cada momento es una persona diferente. El imperio de las masas es en este sentido un caso de locura social». ¿No lo fue acaso el espectáculo de la guillotina, en la entonces plaza de la Revolución, antes de Luis XV y, después del Terror, llamada de la Concordia, que tan bueno le

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