La muisca del mundo
Enviado por yuliana2017mtz • 10 de Mayo de 2017 • Ensayo • 822 Palabras (4 Páginas) • 245 Visitas
La música del mundo
Santiago Casero González
A qué negarlo la orquesta no iba bien. Disonaba, como poco: faltaban algunos instrumentos esenciales cuyo silencio se sentía como un despojo, y los que estaban desafinaban, no se concertaban salvo en el error, extraviaban el derrotero de la melodía, hacían más ruido que nueces. Además los músicos no acudían a los ensayos sino caprichosamente, dejándose llevar por las razones erráticas de nuestro albur que defendían sin embargo como si fueran inexcusables. Procedían, en fin, a su antojo y sin remordimientos.
Algunos ejemplo: la percusionista, que hacia chocar los platillos a destiempo, padecía de migraña y de desengaños amorosos que la postraban indistintamente durante semanas; el oboe cuidaba de sus sobrinos por las tardes, y los miércoles y domingos prefería ver el futbol por televisión a torturar su instrumento hasta la apnea; una porción importante de la ya de por si menguada sección de viento amenizaba cada sábado bodas, funerales y corridas de toros en todos los pueblos a cincuenta kilómetros a la redonda.
Al principio, sin embargo, ciertos ayuntamientos y sociedades culturales de tercera división habían contratado los servicios de esta compañía, haciendo uso de la liberalidad de quien tira con pólvora del rey y tal vez seducidos por el pomposo título con que el director, no en vano apodado “Charanga”, la había bautizado, Moderna Orquesta Filarmónica Europea de Tajamontes (conocida rencorosamente en los alrededores de su pueblo como “la Mofeta”). No obstante, no tardó en cundir la venenosa especie de su incompetencia y el teléfono un día dejó sencillamente de sonar, Y, aunque parecía imposible, todo empeoró todavía un poco más.
Los músicos, resentidos no tanto por su fracaso como por una imprecisa sensación de agravio para la que era imprescindible pasar por alto el concurso de su propia ineptitud, empezaron a entregar un rencor sordo y creciente que tenía la eficacia de la reciprocidad: la sección de cuerda boicoteaba las entradas de la de viento alargando más de lo necesario sus desafinados arpegios, y los tubas respondían entonces resoplando como cargueros cuando los violonchelos atacaban su partitura. Durante un ensayo, en medio de un bas-so continuo de Brahms tocado de verbena, el segundo violín intentó sacarle un ojo al violín primero con el hueso afilado de la punta de su arco. Poco después una tarde ya calmada de rencores, al pianista le engrasaron los pedales y el impromptu sonó como cuando se purga una estufa chubesqui. Pero lo peor de todo era que el joven tañedor de lira flirteaba con toda desfachatez en pleno ensayo con la fagotista, a la sazón esposa del director, el cual, resistiendo como podía hasta el segundo movimiento, se dejaba finalmente caer sobre el atril sollozando, arrebatado por el desconsuelo. Devinieron en fin un cuerpo en descomposición. En cada convocatoria de ensayo
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