Leyenda del otoño y el loro graciela repún
Enviado por Marina_77 • 6 de Octubre de 2014 • 733 Palabras (3 Páginas) • 704 Visitas
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Leyenda del otoño
y el loro
graciela repún
(sélknam - tierra del fuego)
En Tierra del Fuego, en la tribu sélknam había un joven indio
llamado Kamshout al que le gustaba hablar.
“Leyenda del otoño y el loro” de Graciela Repún.
En Leyendas Argentinas. Grupo Editorial Norma. 2001.
© Graciela Repún
© Editorial Norma S.A.
Ilustraciones: Mónica Pironio
Diseño de tapa y colección: Campaña Nacional de Lectura
Colección: “Las Abuelas nos cuentan”
Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología
Unidad de Programas Especiales
Campaña Nacional de Lectura
Pizzurno 935. (C1020ACA) Ciudad de Buenos Aires. Tel: (011) 4129 1075
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República Argentina, Reimpresión 2007
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Le gustaba tanto, que cuando no tenía nada que decir –y eso
era muy notable porque siempre encontraba tema– repetía las últimas
palabras que escuchaba de boca de otro.
–Me duele la panza –le contaba un amigo.
–Claro, la panza –repetía Kamshout.
–Miremos este maravilloso cielo estrellado en silencio –le sugería
una amiga.
–Sí, es cierto. Mirémoslo en silencio. ¡Es verdad! ¡Está hermoso!
Y es mucho más lindo así, cuando uno lo mira con la boca cerrada,
¿no es cierto? –respondía Kamshout.
–¡No quiero escuchar una palabra más! –gritaba, de vez en
cuando, el malhumorado cacique–. ¡En esta tribu hay indios que
hablan demasiado!
–Una palabra más; ¡demasiado!... –repetía Kamshout.
Por su charlatanería, toda la tribu sintió su ausencia cuando un
día, como todo joven, tuvo que partir.
–Kamshout se ha ido a cumplir con los ritos de iniciación –comentaba
alguno.
–¡Lo sé! –respondía otro–. Ahora puedo oír cantar a los pájaros.
–Yo escucho mis pensamientos –decía alguien más.
–Yo, el ruido de mi estómago –decía otra.
–Yo lo extraño –decía una. Pero enmudecía inmediatamente,
ante las miradas de reprobación de los demás.
Y pasó el tiempo. Tiempo de silencio y también de soledad.
Y Kamshout regresó.
Y las aves al verlo emigraron porque, ¿para qué cantar donde
nadie puede escucharte?
Kamshout regresó maravillado. No podía olvidar su viaje y repetía
a quien quisiese oírle (pero más a quien no) que en el Norte,
los árboles cambian el color de sus hojas.
Les hablaba de primaveras y otoños.
De hojas verdes, frescas, secándose lentamente hasta quedar
doradas y crujientes.
(Y los que lo oían imaginaban, tal vez, un pan recién sacado
del fuego.)
De árboles desnudos.
(Y los que lo escuchaban se horrorizaban de semejante desfachatez.
¡Si sólo andaban desnudos animales y hombres!)
De paisajes dorados, amarillos y rojos.
(Y los obligados oyentes miraban sus pinturas para poder imaginar
mejor.)
De caminos
...