Los Deshabitados De Marcelo Quiroga Santa Cruz
Enviado por manseria • 25 de Abril de 2013 • 524 Palabras (3 Páginas) • 9.402 Visitas
“El drama del hombre no es el de la vacilación frente a una dualidad, no nos habita ni siquiera una duda; no nos habita nada: estamos deshabitados.” Marcelo Quiroga Santa Cruz me cuestiona, me inquieta con su novela Los deshabitados (1959).
Me siembra una preocupación: el vacío que nos habita, “aquella oquedad absurda, ciega e irreparable anterior a nosotros mismos y que nos sobrevivirá”.
Vanamente intento determinar cuál es el protagonista principal de la novela: ¿el Padre Justiniano con el recuerdo de una mirada severa de su madre cuando intenta revisar su decisión de internarse en el seminario o el escritor Fernando Durcot asaltado por ideas suicidas, un vértigo social y una necesidad de alcanzar el grado de soledad indispensable a la creación artística? ¿Tal vez las solitarias y viejas hermanas Pardo: la viuda Teresa o la solterona Flor?
No, definitivamente no. ¿Y qué tal el sobrino Pablo, recluido en un internado? Ya sé: ¿por qué no el perro Muñoz con su visión del mundo a medio metro de altura respecto al suelo? No, ciertamente no. No puedo determinar la voz más clara, el héroe o la protagonista dominante. Es una tarea estéril. Vuelvo a hojear la novela, vuelvo a revisar las frases que yo misma había subrayado.
“Las sombras que se formaban en los rincones avanzaban y devoraban las últimas partículas de luz que, como un polvillo fino y muy triste, cubrían su hábito”; el tañido de las campanas; el tic-tac de un reloj; “hilos de sombra que se engrosaban y desperezaban sobre la superficie”; los chorros de luz; la inestable luminosidad; la seductora luz del atardecer; la suma de todos los tics y los tacs pasados; el chirrido seco de un viejo reloj de pared; “creía ser el tiempo mismo, durando, avanzando con paso cada vez más lento por un universo paralizado y liso, sin obstáculos que detengan su marcha ni declives que la apresuren”.
Tomo distancia. Definitivamente el protagonista principal de la novela es el tiempo. El tiempo expresado con sus luces y sombras. El tiempo que transcurre inmutable entre aquellos personajes solitarios. Los personajes secundarios son mundanos, comunes y se deslizan por calles con nombres a medias, en una ciudad sin apelativo, en un tiempo sin determinar.
Profundos diálogos en clave, parlamentos sutiles, hasta objetos que servían para comunicarse: “la servilleta doblándose y desdoblándose lenta y silenciosamente sobre la falda, la cucharilla raspando el fondo de la taza o el sonido quedo y lleno de dulzura del cuchillo penetrando en la miga del pan”.
El tiempo persevera en avanzar sin percatarse del vacío de los actores, acompañándolos en el viaje de sus vidas “dónde lo emocionante no es encontrar algo en el camino sino dejar algo en él”.
Leí Los deshabitados por primera vez a mis 17 años y no podía definir por qué
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