Lа región del olvido
Enviado por suleymarce • 22 de Octubre de 2012 • Trabajo • 1.594 Palabras (7 Páginas) • 308 Visitas
LA REGIÓN DEL OLVIDO
He visto el corazón del tiempo. He visto las galaxias oscuras que existen dentro de un segundo. He visto las constelaciones lejanas que tienen los momentos que mueren, las estrellas que se calcinan en la bruma cuando una legión de neuronas comienzan a buscarse en los más ocultos rincones del cerebro. He visto un mar que apenas se mueve, que parece congelado en la sombra, pero que no cesa de llevarse y traerse las palabras que pretenden definir lo indefinible. He visto instantes que nunca volverán, minutos quietos en la fotografía de ese mar helado que está, quizá, en las habitaciones que el tiempo cierra con un candado de diamante en la memoria.
He visto a madre mirar una fotografía. Es antigua, muy antigua, y sé que le despierta un día imposible de olvidar, porque una congoja lucha por apoderarse de su rostro. He visto una venda hecha con hilos de tiempo rodeándola. He visto sus dedos recorrer el papel amarillo, rozarlo con la dulzura de una caricia que tiene miedo a perder lo que roza, miedo a que no sea posible devolver la vida a aquello que se ama sólo con amarlo. Como dice Cicerón, la vida de los muertos está en la memoria de los vivos.
Hoy he visto el vacío llenándose de sueños, padre. He visto la esperanza que unas manos viejas entregan a lo inmóvil, como si con su propio tacto, mojado con el alba de una lágrima, todo pudiera volver a moverse, revivir sin más, encontrar una segunda oportunidad que abre la puerta a un momento hermoso que regresa, y entonces es posible volver a verte padre, a imaginarte mientras madre mira la fotografía y yo la observo, sólo la observo... De repente se abre la puerta y apareces con la sonrisa de siempre, con la voz de siempre, andaluza, cálida, la de un heraldo que sólo sabe traer noticias maravillosas. Ésa es la voz que le dice a madre que se asome al balcón. Asómate al balcón Ana, verás que es posible que los sueños puedan volverse, en un instante inesperado, columnas de la realidad y porciones de una eternidad deseada. Los sueños Ana, le dices, son generales de la luz derrotando a los ejércitos oscuros de lo imposible, cortan sogas que maniatan la esperanza, son dedos del aire abalanzándose sobre la sonrisa de cinco cuerpos asomados a un balcón, mirando un automóvil verde, un Gordini que está aparcado al lado de un parterre, debajo de una hornacina que tiene una virgen llena de mugre y belleza.
Madre, él está dirigiendo su mano a ese automóvil. Parece un mago realizando sus sortilegios. Y ese coche es suyo, es nuestro al fin. Por eso he visto a Alvaro soñar. Tiene cinco años y un tiempo sin pasado. No sabe todavía herir ni herirse. Ríe como quien desconoce que existe la muerte. La única percepción de su vida está ahora en nuestros ojos felices en el balcón, mirando un Gordini recién lavado que está debajo de una hornacina con la virgen.
Y veo a Alonso, a sus diez años, imaginando que los volantes de los automóviles son de aire, que es posible agarrarlos con fuerza, moverlos, irse hacia todos los lugares que descubre el pensamiento. Alonso me lo dijo un día. Estaba sentado en una silla con el espaldar en el pecho mientras movía los brazos para dirigir su automóvil invisible: Es posible llegar a todas las batallas leídas en los tebeos, es posible conocer a todos los héroes y a todos los malvados, encontrar a todas las princesas perdidas que un terrible mago guarda en una cueva que hay en un bosque misterioso, lleno de diablos y fieras.
Padre, madre está ahora en dos lugares: mirando la fotografía y a tu lado, con Alvaro en los brazos, con sus dedos haciendo círculos suaves por mi frente, acogiendo la sien de Alonso en ese delantal azul que le resaltaba la ternura, y mirándote un instante a ti y otro al automóvil. Ese es, un Gordini verde de segunda mano. Lo has comprado sin avisarnos, con un dinero que no existe, con una esperanza que nunca supo morirse en tu cabeza y con el atrevimiento de quien, a pesar de los años y de la vida, nunca perdió la sonrisa de un niño. Tiene rayajos llenos de oxido en el capó. En los cristales hay surcos finos que retienen el polvo muerto. La luz del sol enciende sus motas de óxido. En una puerta hay un bollo de su primera o tercera vida, cualquiera sabe. Pero es lo más bello que hemos visto hasta entonces padre, lo más deseado. Por eso soñábamos, Alvaro, Alonso y madre con el logro de sus anhelos, y yo con estar dentro de esas películas del cine negro americano que veíamos
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