Mi Reyno Por Un Mezcal
Enviado por benjamingu • 13 de Septiembre de 2012 • 4.371 Palabras (18 Páginas) • 514 Visitas
MI REINO POR UN MEZCAL
Los mezcólatras dejaron de consumir alcohol industrializado, enarbolan una cruzada contra el tequila —por considerarlo un mezcal chafa y gandalla—, son capaces de pagar mil pesos por ediciones artesanales y asisten por lo menos una vez al mes a sesiones nocturnas en tabernas que tienen mucha onda. Esta es la historia de los chamanes que rinden culto al elíxir de maguey
POR LAURA CASTELLANOS. FOTOS DE LUIS CORTÉS
| DOMINGO, 19 DE AGOSTO DE 2012 | 00:10
El primer trago de mezcal es como beber lumbre: la punta de la lengua se convierte en antorcha, el incendio se extiende al interior de la boca, obliga a abrirla para aspirar aire. Pero al hacerlo, la sensación abrasadora se hace más poderosa. Eso debió haber experimentado el coreano Kim, un cuarentón alto y atractivo que una chica cuentacuentos llevó a la sesión nocturna de la Logia de los Mezcólatras, realizada en el Mexicano, un antro ubicado en el corredor de Regina, una calle tradicional del Centro de la Ciudad de México.
En la sesión, el maestro de la Logia Cornelio Pérez, Tío Corne, el sociólogo de ascendencia zapoteca que ha hecho de la defensa de los mezcales tradicionales su apostolado, nos enseñaba a un puñado de concurrentes a degustar tres destilados de distintos agaves oaxaqueños: de 61.1, 68.6 y 74.6 grados alcohólicos. Pura dinamita.
La cuentacuentos se integró a la sesión y presentó a Kim como un maestro de ciencias sociales que estaba de vacaciones. Kim se sentó a mi lado. Coqueto, presumió que escribía un libro titulado "You are rich, I´m free". ¡Vaya!, un surcoreano libertario, me dije.
Kim no cumplió las indicaciones recibidas del erudito del grupo. Al deglutir el primer trago abrió la boca y jaló aire en gesto de sobrevivencia. Sólo él sabe qué sintió porque clavó la vista en la pared frontal y los ojos se le hicieron una raya. "¡Nooo!", le dijo la muchacha gesticulando cada palabra como si contara un cuento infantil: "To-ma un sor-bo de mez-cal, pa-sé-a-lo den-tro de tu bo-ca y sin a-brir-la trá-ga-lo sua-ve-men-te". Kim tomaba un sorbo de mezcal, lo paseaba dentro de su boca, pero inevitablemente tomaba una bocanada de auxilio. "No-no-no", le repetía la cuentacuentos. "Cie-rra la bo-ca al tra-gar el mez-cal", con sus manos dibujó un cierre en sus labios. Kim lo intentó de nuevo infructuosamente. La escena se repitió una, dos, tres, cuatro veces. No pudo aprender la técnica clásica de degustación de la Logia. Pero los mezcales bebidos lo hicieron revelar que en realidad era gerente de una tienda Cotsco en Corea, y tenía la misión de vender bicicletas a su filial mexicana. Perdió encanto. Al rato él y la cuentacuentos se marcharon en busca de aventuras menos potentes.
Después de que se fueron, Erraldi, un joven avispado que trabaja como mesero en un restaurante del barrio de San Ángel, invitó una onza de mezcal destilado con té de limón y cáscara de lima procesado en un infierno: 78.8 grados alcohólicos, el mezcal de graduación más alta registrado en la Logia. Erraldi me acercó la onza en un gesto caballeroso de compartirla con el grupo. Me asustó ingerir una bebida con tantos grados alcohólicos pero confié en que mis papilas gustativas ya habrían sido domadas. Estuve en cuatro sesiones de la Logia en un lapso de nueve días. Tomé un sorbito, lo jugué en mi boca generando saliva, lo pasé lentamente y mi sentido del gusto percibió una suculenta implosión de agave, té de limón y lima. "¡Uf!", externé sorprendida. El muchacho también saboreó el destilado sin premura. Brindó: "¡El mezcal es el elixir de los dioses!".
EL SUMO SACERDOTE
—Te dicen el Ayatola del Mezcal —le externé a Cornelio, una tarde previa al inicio de la sesión en la librería Jorge Cuesta de la colonia Juárez.
—¡Me vale Wilson!
El evangelizador de trato desparpajado y defensa belicosa de los mezcales tradicionales lleva siete años convirtiendo a mezcófagos (tragadores de mezcal), tequileros, cocteleros y abstemios en mezcólatras (amantes y conocedores de los mezcales tradicionales). A través de las redes sociales o en su columna semanal publicada en un diario capitalino convoca a las tres o cuatro sesiones semanales que organiza en antros, restaurantes o librerías de viejo de la capital mexicana. A sus convocados les enseña a percibir el aroma del horno de tierra en el que el maguey tuvo cocción, a apreciar la calidad de cada destilación, el sabor de agaves silvestres o cultivados, a distinguir la presencia de frutas o hierbas, y le pone rostro a la botella: da información general o cuenta anécdotas de los maestros mezcaleros, taberneros o vinateros que lo producen en comunidades rurales.
Lo conocí seis años atrás como jugador de pelota mixteca cuando yo laboraba en la sección de cultura de un diario nacional. Nació en la capital mexicana y hasta los 13 años viajó por vez primera a Oaxaca y desarrolló un vínculo con el juego prehispánico en el que el consumo del mezcal tiene gran importancia. Hace rato no lo veía. Su cabello crespo había encanecido más, y cambió sus anteojos ochenteros de armazones amplios, que por cierto están de moda, por los de intelectual setentero que ya van de salida. La moda nunca ha sido lo suyo. Pero qué tal le salen las Logias: empezó con unos cuántos seguidores en 2005 y ahora suma 1,600 mezcólatras. Al principio tenía una sesión al mes. Ahora tiene de tres a cuatro cada semana.
Cuando lo conocí, como ahora, lo vi asumir un rol, por así decirlo, de guía místico del destilado de maguey. #Beber mezcal no es cosa de borrachos, es un rito espiritual#, suele decir. De esta forma, el maestro vinatero se apropió de la palabra "mezcólatra", acuñada por el investigador Ulises Torrentera en suBreve guía del mezcal, y amplió su significado: los mezcólatras son quienes se adentran en la historia del mezcal, sus ritos, sus procesos artesanales dedestilación, y les importa el paisaje y paisanaje del mismo. Es decir, aprenden sobre contextos regionales y los tipos de agave, pues en su destilación se ocupan variedades que tardan en madurar de 5 a 28 años, y de igual forma les importa saber, mínimo, el nombre del productor rural.
Toda Logia que se precie tiene algo de místico pero también de clandestino. Esta no es la excepción. El mezcólatra mayor posee en su cava cinco mil litros de mezcal proveniente de diversas regiones del país. Muy probablemente nadie supera su fetichismo dipsomaniaco. Mas su pasión no es sólo la de un sommelier mezcalero, sino un acto "de franca rebeldía contra disposiciones oficiales ridículas que atentan contra la multiculturalidad del país y permiten la chatarrización de bebidas". Se refiere
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