ClubEnsayos.com - Ensayos de Calidad, Tareas y Monografias
Buscar

Muerte Del Agua


Enviado por   •  24 de Abril de 2015  •  6.643 Palabras (27 Páginas)  •  155 Visitas

Página 1 de 27

ÍNDICE

Julieta Campos

Julieta Campos o el...

Muerte por agua

Tiene Cabellos Rojizos y...

El miedo de perder a Eurídice

Página 3 de 5

Muerte por agua1

Muerte por agua es una novela cuya estructura es el resultado de la necesidad de dar integración a un universo que se descompone: el desorden, la desintegración entran así a formar un orden nuevo, gracias a la forma redonda de un ciclo temporal que se cierra sobre sí mismo, detenido para siempre.

Después de llover, de repente salía el sol al mediodía. Los contornos de las casas, de los árboles, las torres y las cúpulas más altas se dibujaban en la reverberación de esa luz. Un vaho, que alteraba los ritmos de la respiración, subía del asfalto de las calles. La gente caminaba como si cada cual llevara todo el sol en la espalda. Había poca gente en la calle. Las aceras se volvían muy largas, interminables e inútiles, desiertas, aplastadas fatigosamente por la luz, por el calor. La luz derretía los colores y la ciudad confundía y mezclaba sus aristas a la vez que se separaba del mar, se sumergía en las estrías de los reflejos solares, se levantaba un poco del suelo y se quedaba allí suspendida, entre el vaho y el sol. Nadie recibía los golpes de frescura, las bocanadas de aire que salían de los zaguanes. Nadie se acercaba a los círculos de sombra que hacían los árboles, tan escasos, de las avenidas. La ciudad se aletargaba. Se olvidaba de sí misma, se borraba, se desvanecía. Se aplastaba como un insecto de muchos colores, muerto y recubierto por un tenue polvillo amarillo. No había huellas de humedad, ni traza de la lluvia que había rebosado las azoteas, los patios y las calles. Se habían tragado toda el agua y volvían a estar resecos, a la expectativa. El mar, reducido a su ámbito, era un gran estanque que se ondulaba apenas, de cuando en cuando. La ciudad caldeada, ardiente, no era más que una ciudad irreal, la ciudad imaginada de un espejismo.

—Hay que comer antes de que se enfríe. Después no es lo mismo.

—Y además se hace tarde. Se me hace tarde.

—¿Te sirvo?

—Sí. Prefiero. Ya sabes…

…Suspendidas. Así se quedan suspendidas. Como unos aritos de latón en la cabeza. Aunque a mí no me parece haber dicho nada. A lo mejor yo no tengo mi arito. Tomar la sopa sin hacer ruido. Sorberla despacito. ¡Es difícil! Como si en cualquier momento el Espíritu Santo… Y ya no serían aros sino lengüitas de fuego. Delante de mi frente. Y de la tuya. Y de la tuya. ¡A quién se le ocurre! A mí se me ocurre. Los tres modestamente. Esperando la gracia. Esperando el primer plato. Y algo más que el primer plato o algo menos. Como si no supiéramos ya que las repeticiones y las recapitulaciones… Como todos los días. Buscando otra vez. Detrás de los gestos. De las palabras. Queriendo reunir algo en esa lentitud, en subir y bajar así la cuchara. En tanto cuidado. Tragando primero un poquito y luego lo demás. Para no quemarnos. Sin masticar los fideos. Tragándonos enteros los fideos. Sin aspavientos. Sin darle importancia. Como se debe. Con la esperanza. Siempre con la esperanza. La última cucharada. Por fin. Llamar para que se lleven los platos. Para que traigan la primera fuente… Hacer todo lo posible porque no se derrame una gota. Llenarla y subirla poco a poco. Y volver a bajarla. Para volver a llenarla. Esta impresión de estar de más. De no ser necesario. De haberme quedado afuera como si ya no hiciera falta. Por encima del plato de sopa, del mío y del tuyo, me acerco discretamente, sin hacer ruido, busco el tono, me doy tiempo mientras tanto. Mientras ustedes hablan de algo, se quitan la palabra de la boca como para no dejar nada en el aire, o para espantar una mosca. Se quitan de encima algo molesto. Me miran para ver si he oído. Y miran para otro lado.

—¡Qué calor está haciendo! Para eso sirve la lluvia.

—No se oye zumbar una mosca. Dan ganas de que vuelva a llover.

—Después de todo la lluvia…

—Yo creí por un momento que el invierno… Pero otra vez parece pleno verano.

—Este tiempo… Este tiempo… En ninguna parte…

—¿No les parece que si entornáramos las persianas…? …Los platos. Nada lechosos. Con otra textura. Casi diría con otro color. Con otro peso. Completamente distintos que en la repisa. Cuando están puestos en la cocina. Encima del caballito un solo cuchillo. Ya la cuchara y ahora el tenedor. Podría ser si yo me decidiera. Bastarían algunas palabras. Dejarlas caer encima como una red. Sin que te dieras cuenta de cómo. Ni te pudieras salir. No darte la oportunidad. No dejar que trates de convencerme. Dar vueltas alrededor como un moscón. Pero para eso tendría que hablar mucho. Y no se me ocurre nada. Prefiero el destello en el trébol rojo. Encima de la persiana.

…Yo de este lado y ellos de aquél. Sentada en el portal, viendo cómo pasa la gente por la calle. Meciéndome yo sola entre los demás sillones vacíos. Así estamos. Y no porque yo quiera, sino porque me he quedado de este lado. Así qué fácil. Qué inútil. No, al contrario, qué claro. ¡Qué claro verlos así! Tú y él. El y tú del otro lado. Y eso que no los miro mucho. No hace falta. ¡Es tan cómodo! Aquí nadie me molesta. Además no puedo abrir mucho los ojos porque entra demasiado el sol por los cristales. Estoy en ese barco que se acerca al muelle. Por la mañana, muy temprano. Mejor en ese barco.

…Sigo empeñado. No lo puedo evitar. Después de todo anoche… Volver a donde lo dejamos. No perder el hilo. No sé por qué siento como si estuviera pasando algo y yo no me diera cuenta. Empieza a ser casi casi una obsesión. Me pondrían en un aprieto si tuviera que explicarlo. Es muy molesto. Tan fácil que sería buscarte un sitio cuidado, preservado, acogedor, donde pudiera ponerte. Donde te dejaras poner. Necesito decir algo.

—Deben ser niños que gritan en alguna azotea. Por aquí cerca.

—Sí. ¡Qué raro! Tan tranquilo que estaba todo.

—A mí no es que me molestara. Me extrañó. No sé si he estado distraído pero no me había fijado que hubiera niños por aquí cerca. ¿Y tú?

—Yo tampoco.

…Tampoco. Es la verdad. Yo tampoco. Siempre me ha gustado ese trébol rojo en el arco. Las ramas de los árboles se mueven con el aire y se puede ver la luz entre las hojas. Yo estoy abajo. Miró cómo se mecen las copas y empiezo a marearme. No es cierto. Estoy en el pasillo y la luz se ha puesto rara. No. Estoy sentada aquí en la mesa. Esa es la verdad. A la hora del almuerzo. Las copas de los árboles y las hojas

...

Descargar como (para miembros actualizados) txt (38 Kb)
Leer 26 páginas más »
Disponible sólo en Clubensayos.com