Novelas Romanticas
Enviado por • 9 de Noviembre de 2012 • 35.805 Palabras (144 Páginas) • 1.071 Visitas
En las redes del amor
Barbara Cartland
Ivo Broome no podía sospechar, al emprender viaje aquella noche hacia su casa de campo, que iba a tener un encuentro sorprendente: Clara, una bonita joven que, disfrazada de chico, se había ocultado en su carruaje para escapar de lo que consideraba “un destino peor que la muerte”. Mujeriego y egocéntrico, Ivo era también un caballero, así que no podía dejar de prestarle ayuda… Pero las cosas se complicaron cuando apareció el tutor de Clara y le puso entre la espada y la pared: o se casaba con ella o se vería ante los tribunales, acusado de rapto.
¿Aceptaría el orgulloso Ivo Broome semejante imposición?
CAPÍTULO 1
1820
El marqués de Broome ahogó un bostezo.
La atmósfera cálida y sofocante de la mansión Carlton le parecía más intolerable que de costumbre y se preguntó cuán pronto podría irse.
Aunque admiraba al príncipe Regente por numerosas razones, las interminables fiestas que se sucedían una a la otra, todas muy semejantes, comenzaban a hastiarle.
Lo único cambiante en ellas era el corazón del regente. Al marqués le parecía que, aquella noche, lady Hertford estaba a punto de salir de él y que su lugar sería ocupado muy pronto por la marquesa de Conyingham.
Fuera quien fuese la mujer gruesa y madura que llegara a interesar al regente en determinado momento, su conversación sería muy similar a la de la anterior y, cada vez que abriera la boca, revelaría su ignorancia respecto a los sentimientos que imperaban en el país.
Si había algo de lo que el marqués disfrutaba en la mansión Carlton, era la colección de pinturas que el regente aumentaba casi cada semana, junto con los muebles, las estatuas y otros objetos de arte que convertían la residencia principesca en un museo.
Volvió a bostezar Broome y esta vez uno de sus amigos, lord Henry Hansketh, que pasaba junto a él, se detuvo para decir:
—¿Estás aburrido, Ivo, o sólo cansado por los excesos de anoche?
—Aburrido —se limitó a contestar el marqués.
—Pensé que habías escogido a la mejor del grupo —continuó Henry Hansketh—. En cuanto a mi propia muñeca, hablaba demasiado, y si hay algo que me fastidie, es una mujer parlanchina al amanecer.
El marqués no contestó y su amigo recordó entonces que una de sus reglas era no hablar nunca de las mujeres que le interesaban, ya se tratara de una dama aristocrática o de una meretriz.
—Creo que el príncipe se retirará muy pronto —dijo para cambiar de tema—. Es una bendición que, a medida que va envejeciendo, prefiera acostarse más temprano.
—En eso estoy de acuerdo contigo —convino Broome—. Recuerdo ocasiones en que ya había amanecido cuando su alteza que entonces sólo era príncipe de Gales, decidía por fin irse a la cama.
—Sí, yo también lo recuerdo —sonrió.
Pero Ivo Broome ya no lo escuchaba. Se había percatado de que el príncipe ofrecía su brazo a lady Hertford, lo cual significaba que se disponía a salir del salón chino en que se encontraban.
Calculó que con un poco de suerte podría retirarse dentro de los diez minutos siguientes.
Como si hubiera expresado su intención con voz alta, lord Hansketh preguntó:
—¿Cuál es tu próxima cita, Ivo? Me pregunto si podré adivinar quién te espera.
—Puedes ahorrarte tus odiosas insinuaciones o dirigirlas contra otro —contestó el marqués—. En realidad, tan pronto como salga de aquí me iré a mi residencia campestre.
—¿A esta hora de la noche?
—¡Qué importa! Tengo un caballo que estoy deseando probar antes de la carrera de obstáculos del próximo sábado.
—La cual, por supuesto, te propones ganar.
—Depende de lo bueno que sea ese potro.
Durante un momento permaneció en silencio. Después Henry Hansketh exclamó:
—¡Por supuesto! Ya sé de lo que hablas. Compraste varios caballos en la subasta del pobre de D’Arcy y supongo que ese es uno de ellos.
—Supones bien —afirmó el marqués en tono seco—. Me molesté mucho cuando D’Arcy compró a Agamenón en la feria Tattersall, un día en que me fue imposible ir.
—¡Agamenón! Recuerdo ese caballo… ¡Es magnífico! Causó sensación porque se necesitaron tres hombres para llevarlo a la pista.
Había una leve sonrisa en los labios del marqués cuando dijo:
—Me advirtieron lo salvaje que era y, aunque me ofrecí a comprárselo a D’Arcy, él insistió en conservarlo para poder obtener más dinero. Pero no tuvo oportunidad de controlarlo por sí mismo.
—Lo que, desde luego, tú podrás lograr fácilmente —señaló Henry Hansketh en tono burlón.
—Es lo que me propongo hacer —contestó Broome sin alterarse.
Hablaba con seguridad, con la confianza total en sí mismo que le era característica.
Era un hombre sumamente apuesto, más alto que la mayoría de los que se encontraban en el salón, y no había un solo gramo de grasa superflua en su cuerpo esbelto y atlético.
Ivo Broome era muy admirado por sus éxitos en el mundo deportivo. Los aficionados a las carreras de caballos incluso le aplaudían nada más verle aparecer en el hipódromo.
Al mismo tiempo, quienes se consideraban sus amigos pensaban que era un hombre incomprensible, un verdadero enigma para todos.
Aunque todas las mujeres bellas que le conocían estaban dispuestas a poner el corazón a sus pies, él tenía fama de no poseerlo y ser cruel con las que le amaban.
—¡Es un canalla! —sollozaba una famosa beldad ante cuantas personas se prestaban a escucharla.
Esto resultaba extraño, puesto que Broome se oponía decididamente a cualquier tipo de crueldad en lo que a los deportes se refería. En cierta ocasión se le había visto azotar con un látigo a un hombre que descubrió maltratando a un caballo.
Las lágrimas de una mujer, en cambio, le dejaban indiferente, sin que le conmoviera su patetismo ni su belleza.
Como era costumbre en su época, tenía siempre a alguna cortesana bajo su protección. Ésta era invariablemente una “incomparable”, una belleza codiciada por todos los nobles de Londres, a quienes se la quitaba delante de las narices.
—No creo que Broome tenga el menor interés por las mujeres que instala en su casa de Chelsea y a las que cubre de brillantes —comentaba no hacía mucho lord Hansketh con un amigo en el club White—. Pero le agrada ver cómo nos enfurece no poder vencerle nunca.
—Si lo que insinúas es que Broome no se interesaba realmente por Linette, creo que soy capaz de pegarle un balazo —contestó su interlocutor.
Hansketh se echó a reír.
—Tienes
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