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POR ESO ME LLAMO KENT


Enviado por   •  7 de Agosto de 2013  •  772 Palabras (4 Páginas)  •  254 Visitas

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Un hombre viejo sale del cementerio, recién había visitado la lapida de su esposa y esa misma tarde estuvo en el entierro de su hijo. La tarde le recuerda que la soledad existe. El hijo había muerto ayer tras una disputa contra el cáncer, ciertamente existía desventaja.

El camino a casa no podía ser mas cómodo teniendo en cuenta que lo hacia en su limosina. Afuera se elevaban los pájaros, entre ellos se percata un rojo pinzón real, muy feliz, tan café con leche ¿Qué hace ahí? ¿Qué hace la vida si hay muerte? El pájaro rojo relleno de felpa aparece en la mente del viejo y su hijo juega con él desde la cuna. De pronto abre los ojos y la luz del semáforo detiene el tráfico. Una lágrima caminante humaniza al viejo.

El mayordomo sale de la limosina, camina diez metros, abre la puerta y el viejo sale hacia su casa. En el suelo hay un centavo y el viejo los recoge.

-Mira amor, un centavo –susurra el viejo hacia la nada.

La criada debe recibirlo, no lo hace, el viejo entra sin ser recibido. Desde el estanco de los hábitos le ordenan que cierre atrás una puerta, suba las escaleras alfombradas y en lo alto dos pasillos, en el derecho huele a recuerdos, el viejo toma ese camino y un, dos, tres puertas lo ven pasar. En la cuarta puerta se hace un agujero y se traga al viejo. Vueltas y vueltas en el dormitorio delatan la nostalgia y por fin el borde de la cama recibe al visitante, el colchón se hunde.

El viejo fuma un tabaco frente a la ventana, observa lo solemne de la piscina en el patio, aun cuando carece de agua se emerge en él deseo de nadarla, desnudo, por si el agua guardara la desnudez de los que antes nadaban ahí. El viejo se remuerde, la desnudez de su esposa esta muy lejos ahora, y en otro hoyo. Hoy dormirá con ropa y hambre, así que se vuelve a sentar, ahí nadara un poco.

El hijo acaba de nacer, su madre llora de felicidad y él esta boca arriba en el piso de un hospital, aturdido, la paternidad lo acaba de tumbar. Pero otra vez se halla en el colchón hundido, el viejo se reintegra a la realidad. Se agacha y extrae un pequeño cofre de los adentros de la cama. El cofre bosteza frente al viejo.

Hay tres personas sonriéndole al viejo «Deberían tomarles una foto» piensa él, mientras sus huesudas manos sostienen el cofre. Un minuto mas tarde la cama, acostada, se acobija de fotografías y cartas mucho más viejas que ella misma. La noche empezaba a colarse.

Cincuenta recuerdos reposan sobre la cama y otros cincuenta en la alfombra importada, a esos le llaman lágrimas. El viejo se percata de un último objeto en el cofre, es una hoja de letras jóvenes, pese a sus aparentes cuarenta años de edad. El interior, las palabras, no se juzgan por sus vestiduras.

El viejo se sienta sobre la vieja sabana y lee:

Mi abuelo un día me conto la historia de un hombre llamado Kent que cometió muchos errores en su vida, me conto que no debía cometer

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