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Pablo Escobar


Enviado por   •  7 de Diciembre de 2011  •  3.932 Palabras (16 Páginas)  •  987 Visitas

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Por www.kienyke.com

HISTORIA DE PABLO ESCOBAR CONTADA POR POPEYE

Tenía doce años de edad y cinco días cumplidos la mañana en la cual descubrí que por mis venas corría sangre fría. Ese jueves se parecía a cualquier otro, pero no fue igual. A la salida del colegio, ante mis ojos y frente a mi heladería favorita, fui testigo de cómo dos hombres, machete en mano, se enfrentaban a muerte. Uno de ellos se resbaló y allí, al borde mis pies y mi niñez, con sevicia, uno le dio al otro un machetazo en la yugular. La sangre salía a borbotones. La gente se escondía ante el horror. Pero yo no. No corrí. La sangre me fascinó. Esperé hasta que la victima falleciera y el victimario comenzara a huir. La larga lámina del arma, plana y brillante, casi medieval para mi inocente mirada, quedó manchada del color rojo oscuro de la sangre derramada. La mano de aquel tipo temblaba sin dejar de aferrarse al mango del machete. Salpicado de muerte, el hombre se vio sorprendido por mi impávida presencia, no me quitó los ojos de encima durante unos segundos, casi eternos.

Yo le sostuve la mirada hasta que escapó. Caminé a paso lento, despacio y en silencio me fui a casa. Así perdí la inocencia y volví a nacer para el mundo que me tocó vivir, no aquel que mi madre soñó para el pequeño Jhon Jairo Velásquez Vásquez, sino el que me encontré en la calle y en lo más profundo de mi condición humana. A partir de ese día, yo ya no fui el mismo. Poco a poco y sin notarlo, comencé a transformarme en ‘Popeye’.

Mi primera misión para el Cartel de Medellín no parecía muy emocionante, sin embargo tuve mi recompensa justo ese mismo día. Llevé a Elsy Sofía hasta una lujosa casa construida al filo de la montaña que rodea el valle de Aburrá por el occidente, la cara moderna de la ciudad, el lugar más exclusivo de Medellín: el barrio el Poblado. Mientras uno sube es inevitable mirar al otro lado, a la montaña del frente, la comuna nororiental, el lugar donde se aprende a ser un matón. La escuela de sicarios más famosa del mundo.

Por ser la primera vez, Elsy me indicaba en qué esquina girar, por dónde subir o bajar. No debía importarme lo que ella iba a hacer allí, menos el lugar; sin embargo, al acomodar el retrovisor y admirar sus ojos azules, su cabello rubio y sobre todo las dos bellezas que se asomaban por el escote de su blusa, lo pude intuir y hasta imaginar. Cuando se bajó de la camioneta, fue inevitable contemplar cómo sus pies desnudos, perfectos, desfilaban ante mi indiscreta mirada entre unas delicadas sandalias rojas.

Aunque la mujer tenía finos modales y se le notaba la clase, –era la Reina Nacional de la Ganadería de aquel año–, para mí era iguala todas las hembras con las que crecí en el barrio. Las conocí bien, con ropa de trabajo y sin ella. Y, sin lugar a equivocarme, les aseguro que mujeres como ésta pueden ser, al mismo tiempo, el paraíso y el infierno de cualquier hombre.

La recuerdo de manera fugaz por ser mi primera patrona, pero si confesara cuales fueron las mujeres que marcaron mi vida en la mafia, nombraría sólo dos: Wendy y Ángela María. Wendy me enseñó que las hembras en la guerra son más peligrosas que un balazo en el pecho. Con Ángela María entendí cómo un amor platónico al convertirse en realidad puede terminar siendo, al final, la peor de las pesadillas.

Elsy Sofía me ordenó esperarla dentro de la camioneta y eso hice. Observé desde allí los alrededores de la casa. No había pasado un cuarto de hora y como un fantasma, de la nada, apareció ‘el Patrón’ en persona. Era el mismo Pablo Emilio Escobar Gaviria. ‘El Patrón’ se acercó hasta la camioneta y puso su mano derecha sobre la puerta. El vidrio estaba abajo. Mirándome a los ojos me preguntó:

–¿Y usted quién es?

– Yo soy ‘Popeye’, el chofer de Elsy, la señorita que acaba de entrar – le contesté emocionado, mirándolo bien fijo y a los ojos; sin dudas. Pablo dejó ver una leve sonrisa, pero una muy leve, apenas si la dejó aparecer. Se separó de la camioneta y entró ala casa. Pude notar que yo le había caído bien; bueno, eso creo, por lo menos le hizo gracia que tratara de señorita a una de las muñecas de la mafia, que de señoritas poco.

En el cartel, un bandido entra recomendado por otro bandido, pero en mi caso no hubo espaldarazo de criminal alguno. Como chofer y guardaespaldas de Elsy Sofía, fui conociendo la organización al frecuentar los escondites de Pablo. Yo acompañaba a la novia de ‘el Patrón’ hasta altas horas de la noche; ella hacía lo suyo y yo lo mío: esperar. Popeye iba a durar más que Elsy Sofía al lado de Escobar, eso lo tenía bien claro, es que en mi barrio lo veía todos los días: un ‘duro’ cambia de muñeca cada fin de semana y algunos a diario. Mis respetos para aquella hembra, debió ser muy buen polvo para que prolongara su relación con Pablo durante dos años. Lo suficiente para que ella consiguiera apartamento y carro, y yo, por mi lado, me diera a conocer, comentara mi experiencia como aspirante a cadete de la marina nacional, sub oficial de la policía y matón a sueldo. Suficientes cartas de presentación para comenzar a trabajar directamente con el capo de capos.

Cuando acepté el empleo, lo hice de inmediato y sin dudarlo; así fue como se comenzó a definir mi vida, de la manera más simple e inesperada pero con la precisión de un reloj suizo. Yo aún no estaba preparado para comprender las consecuencias de mi decisión. Mucho menos el signo cruel de la fatalidad.

El paso definitivo a las filas de Pablo Escobar ocurrió durante los primeros meses del año 1986, después del accidente en helicóptero de Elsy Sofía y ‘el Jefe’. Venían de una playa privada en el Pacífico colombiano frontera con Panamá, cuando el motor de cola de la nave falló y el aparato se precipitó atierra. Cayó sobre un árbol frondoso y la cabina quedó suspendida entre las ramas, mientras los ocupantes fueron expulsados por el impacto a un lodazal que rodeaba el árbol.

De manera asombrosa, tal y como sucedió hasta el final de sus días, Pablo Escobar contó con una suerte casi diabólica. Salió ileso. No tenía un sólo rasguño en la piel, ni un chichón en la cabeza, nada. ‘El Patrón’ tuvo más vidas que un gato. En cambio el piloto quedó mal herido y alias ‘la Yuca’, uno de los guardaespaldas que lo acompañaba, tuvo fractura abierta de fémur. Elsy Sofía se quebró el brazo izquierdo. Para suerte delos heridos cada vez que ‘el Patrón’ viajaba en helicóptero siempre lo escoltaba una nave más de su flotilla. En el segundo aparato venía alias ‘Otto’, quien recogió a los heridos y, junto a Pablo, los trasladó a la Clínica las Vegas, en Medellín.

Elsy Sofía frecuentó al Patrón varias veces después del accidente, pero enyesada perdía

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