Prevenir actos de violencia contra los niños
Enviado por andypolenta • 20 de Agosto de 2013 • Tutorial • 6.979 Palabras (28 Páginas) • 361 Visitas
Masacre en Carmen de Patagones: informe completo.
Masacre en Carmen de Patagones: informe completo.
Junior, el chico de 15 años que el 28 de septiembre de 2004 mató a tres compañeros e hirió a otros cinco, está internado en un instituto de máxima seguridad. Nadie entiende aún qué motivó el hecho. Los familiares y amigos de las víctimas mantienen vivo el recuerdo de aquel día.
Tres nuevos árboles se yerguen en el patio del colegio. Cada uno tiene un nombre y un apellido concreto. Símbolos de vida para recordar las almas que aquella mañana del 28 de septiembre se derrumbaron entre las baldosas del piso de un aula. Como si la memoria no alcanzara, éstos se levantan como verdaderos estandartes para el recuerdo constante. Junto con ellos, la sangre derramada sobre los guardapolvos blancos quedará impregnada en la retina de los testigos como una huella inquebrantable de dolor e impotencia.
Ya nada de lo que estaba esa mañana en el aula 1 ° B de polimodal de la Escuela Media N°2 Islas Malvinas carece de valor. Todo se ha teñido de simbolismo en la lucha por la memoria que llevan adelante los familiares y amigos de las víctimas. El aula en la que Rafael, o Junior como lo apodaban, disparó trece tiros hasta terminar con la vida de tres compañeros y herir a otros cinco, es hoy un santuario al que sólo tienen acceso los alumnos que sobrevivieron a la tragedia. “Un supuesto compañero nos arrancó la razón de la existencia”, reza un cartel en la puerta. Adentro el bullicio adolescente ha dado paso al silencio mortal. En aquella clase, que ya nunca más volverá a funcionar como tal, descansan sobre el pizarrón las fotos de las víctimas fallecidas: Evangelina Miranda, Sandra Núñez y Federico Ponce. Son las misma que se usaron en la primera marcha organizada por los familiares de los jóvenes pocas horas después del hecho.
Viaje de un largo día hacia la noche
“Nunca me imaginé que iba a vivir una cosa así”, era la frase que se transformaba en un murmullo ensordecedor entre los alumnos de primer año, mientras plantaban los árboles la mañana en que se cumplían seis meses de la tragedia. Es que resultaba inimaginable para la tranquila comunidad de Patagones que un joven de 15 años llegara armado con una Browing 9 milímetros al colegio y arremetiera, sin para hasta agotar el primer cargador, contra sus pares.
Los peritos del caso sostienen que hubo una planificación del hecho y que los tiros fueron directamente a los cuerpos. El arma reglamentaria de su padre, suboficial en la Prefectura Naval, era la posibilidad de reivindicarse después de tantos años de sentirse discriminado por los otros chicos. “En la escuela me sentía mal, me cargaban por raro y por el grano que tengo en la nariz”, confesaría a la jueza Alicia Ramallo, horas después del suceso.
La noche anterior, mientras sus padres no estaban, Junior tomó el arma homicida como el primer paso de una ceremonia que lo terminaría encerrando a él mismo. Ni en la cena ni en el desayuno pudo comer. “Sentía escalofrío”, comentaría cuando declaraba en La Plata, a donde fue trasladado a fines del año pasado.
En el camino al colegio, Junior destrabó el seguro del arma. Lo que parecía un martes como cualquier otro, se transformó en un caos pasadas las 7.30. Después de izar la bandera, los alumnos se dirigieron a sus respectivas aulas. Junior dejó entrar a sus veintiocho compañeros primero. Luego ingresó él. “Hoy va a ser un gran día”, dicen que susurró y, parado al lado de su banco, comenzó a disparar. “Al principio, creí que el arma era de juguete, que hacía ruido, pero después vi la cara de pánico de todos”, explicó una vez recuperado uno de los heridos, Pablo Saldías. Según relataron algunos jóvenes, Junior solía simular con la mano que les disparaba cuando éstos se burlaban de él.
“No me pude frenar; sentía odio contra todos”, declararía meses más tarde. Rafael vació el primer cargador y cuando fue a cambiarlo por otro; Dante, su único amigo, logró quitársela. “¿Qué hiciste?”, le preguntó. Evangelina, Federico y Sandra, ya habían caído. Pablo Saldías, Nicolás Leonardo, Rodrigo Torres, Natalia Salomón y Cintia Casasola, resultaron gravemente heridos y fueron trasladados a un hospital de Viedma, donde se recuperaron favorablemente.
Junior se fue caminando por el pasillo hasta la salida donde la policía lo interceptó; no presentó resistencia. Entre sus ropas había un tercer cargador y un cuchillo de caza: armas suficientes para acabar, quizás, con el resto de sus compañeros. Ese mismo día fue trasladado a una celda de la delegación de Prefectura en Bahía Blanca. Mientras tanto, la comunidad de Patagones se hizo presente en el Estadio Trípoli para velar los restos de los adolescentes fallecidos. También asistió Dante, del cual se sospecha su participación en los hechos.
De eso no se habla
Hacía un año Junior había escrito en el pizarrón: “Todos deben morir”. El presagio fue demasiado directo para prestarle atención. En su banco, también figuraban escrituras un tanto curiosas para un adolescente de 15 años. En inglés, se atisbaba la palabra “muerte” escrita repetidas veces junto al dibujo de cruces invertidas. La música de Marilyn Manson y su forma de vestir, siempre de negro, son a lo mejor el cabo de una cuerda mucho más extensa y compleja que escapa a cualquier tipo de razonamiento lineal de causas y efectos.
“Se me nubló la vista y disparé”, diría ante la jueza. Días después de la masacre, Ramallo explicó que Junior era conciente de lo que había hecho, que se arrepentía, pero que no conocía el resultado de su accionar. A pesar de su protagonismo en los hecho, no fue ni será juzgado o condenado porque es inimputable por ser menor de edad.
Aquel chico que los profesores y parientes calificaban como retraído y aislado está hoy en un instituto de máxima seguridad en La Plata. Allí su identidad ha sido ocultada. Nadie sabrá qué pasó ese día por la cabeza de Junior; quizás, ni el mismo.
“Es imposible volver a tener la escuela que teníamos”, reconoce la directora de la institución, Adriana Goicoechea. Sólo cinco de los veintinueve alumnos volvieron en marzo de este año a clases. Dos de ellos pidieron el pase a un nuevo colegio; otras dos fueron cambiadas de cursos y los restantes se ausentaron por el enojo de sus padres a la falta de contención.
El odio y el deseo de venganza se hicieron eco en el interior de Junior cuando planeó la masacre. La jueza explicó que no hubo ningún detonante concreto del hecho. Quizás la mala relación con su padre que figura en sus declaraciones, o el
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