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RESUMEN EL LABERINTO DE LA SOLEDAD


Enviado por   •  30 de Junio de 2014  •  3.933 Palabras (16 Páginas)  •  287 Visitas

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EL PACHUCO Y OTROS EXTREMOS

El adolescente se asombra de ser. Y al pasmo sucede la reflexión: inclinado sobre el rio de su conciencia se pregunta si ese rostro que aflora lentamente del fondo, deformado por el agua, es el suyo. La singularidad de ser –puro sensación en el niño- se transforma en problema y pregunta, en conciencia interrogante. Al iniciar mi vida en Los Estados Unidos residí algún tiempo en Los Ángeles, ciudad habitada por más de un millón de personas de origen mexicano. A primera vista sorprende al viajero –además de la pureza del cielo y la fealdad de las dispersas ostentosas construcciones- la atmósfera vagamente mexicana de la ciudad, imposible de apresar con palabras o conceptos. Lo que parece distinguirlos del resto de la población es su aire furtivo e inquieto, de seres que se disfrazan, de seres que temen la mirada ajena, capaz de desnudarlos y dejarlos en cueros. Cuando se habla con el los se advierte que su sensibilidad se parece a la del péndulo, un péndulo que ha perdido la razón que se oscila con violencia y sin compás. Este estado de espíritu o de ausencia de espíritu- ha engendrado lo que se ha dado en llamar el “pachuco”. Como es sabido, los “pachucos” son bandas de jóvenes, generalmente de origen mexicano, que viven en las ciudades del Sur y que se singularizan tanto por su vestimenta como por su conducta y su lenguaje. Rebeldes instintivos, contra él los se ha cebado más de una vez el racismo norteamericano. Todo en él es impulso que se niega a sí mismo, nudo de contradicciones, enigma. Y el primer enigma es su nombre mismo “pachuco”, vocablo de incierta filiación, que dice nada y dice todo. ¡Extraña palabra, que no tiene significado preciso o que, más exactamente, está cargada, como todas las creaciones populares, de una pluralidad de significados!

Quién ha visto la Esperanza, no la olvida, la busca bajo todos Los cielos y entre todos lo hombre y sueña que un día va encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso entre Los suyo. En cada hombre late la posibilidad de ser o más exactamente, de volver a ser, otro hombre.

MASCARAS MEXICANAS

El mexicano siempre está lejos, lejos del mundo y de Los demás Lejos, también, de sí mismo. El lenguaje popular refleja hasta qué punto nos defendemos del exterior: el ideal de la hombría consisten en no “rajarse nunca. Los que se “abren” son cobardes. Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos, abrirse es una debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse, humillarse, “agacharse” pero no “rajarse” esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad.

Cada vez que el mexicano se confía a un amigo o a un conocido, cada vez que se “abre”, abdica. Y teme que el desprecio del confidente siga a su entrega. Por eso la confidencia deshonra y es tan peligrosa para el que la hace como para el que la escucha. El que Confía, se enajena “me he vendido con Fulano “decimos cuando nos confiamos a alguien que no lo merece. EL macho es un ser hermético, encerrado en sí mismo, capaz de guardarse y guardar lo que se le confía. La hombría se mide por la invulnerabilidad ante las armas enemigas o ante Los impactos del mundo exterior. Quizá nuestro tradicionalismo que es una de las constantes de nuestro ser y lo que da coherencia y antigüedad a nuestro pueblo –parte del amor que profesamos a la Forma.

Las máscaras del mexicano, sus mentiras, reflejan sus carencias, lo que fuimos y queremos ser. Sin embargo, de tantas posturas y tantas mentiras terminamos simulando lo que queremos ser, -la referencia a la obra El Gesticulador de Rodolfo Usigli no es gratuita- Ignorando nuestra condición, estamos condenados a representar una verdad ficticia, ajena a la realidad. El ejemplo que usa el autor es en verdad desconcertante: De niño, escuchó un ruido y al preguntar quién era, una sirvienta recién llegada le contestó: “No es nadie señor; soy yo”. Alguien se vuelve nadie y sin embargo, está presente siempre.

Todos santos, día de muertos.

El arte de la Fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros. En pocos lugares del mundo se puede vivir un espectáculo parecido al de las grandes fiestas religiones de México, nuestro calendario está poblado de fiestas. Ciertos días, lo mismo en lugares apartados que en las grandes ciudades, el país engero reza, grita, come, se emborracha y mata en honra de la virgen de Guadalupe. La contradicción forma parte del mexicano. “Cualquier pretexto es bueno para interrumpir la marcha del tiempo” y las Fiestas populares, resultan el desagüe idóneo para tal efecto. Durante las Fiestas populares, desde el grito de independencia hasta el día de la raza, el mexicano se siente completo, seguro. La razón es sencilla, en ese instante, en ese presente, “el pasado y el futuro al fin se reconcilian”.

En todos Los rincones de México existen sus Ferias y tradiciones, aún en Los más miserables. Los ricos, la minoría que no es pueblo, no festejan, sus reuniones son frías y ni por equivocación se faltan Los modales. “Las Fiestas son el único lujo de México”.

Y una vez más, el círculo de la soledad se cierra. El mexicano derrocha esperando que el derroche mismo atraiga a la abundancia y si no la atrae, por lo menos se aparenta.

Lo importante es que, durante la Fiesta, “todo pasa como si no fuera cierto, como en Los sueños”. La gente se burla del clero, de las instituciones, del ejército y hasta del mexicano mismo.

Uno de Los festejos que más llama la atención: es el día de muertos. Ya desde antes de la llegada de Los españoles, los indígenas creían que la vida se continuaba con la muerte, y de hecho, la vida misma se alimentaba de la muerte. Nada más privilegiado en vida, que ser sacrificado para Los Dioses. Mientras que para Los cristianos la muerte es la antesala a otra vida, para Los aztecas, la manera de participar fundirse con las fuerzas creadoras. Para Los aztecas, ni la vida ni la muerte les pertenecía, todo era un capricho de Los dioses. La religión y el destino, trazaban la vida de sus hijos. “La conquista de México, sería inexplicable sin la traición de Los dioses, que reniegan de su pueblo”.

José Gorostiza y Xavier Villaurrutia, autores de Muerte sin fin y Nostalgia de la muerte respectivamente. Ambos poetas, a su manera, pretenden quitarle la máscara a la muerte, la Muerte original, la que fue antes de la vida. La entraña materna.

Los hijos de la Malinche.

Nuestro recelo provoca nuestro hermetismo ha creado la leyenda del mexicano, ser insondable. “El mexicano no quiere o no se atreve a ser el mismo” Demasiados fantasmas lo habitan: la conquista, la colonia, la independencia, las guerras contra Francia y Estados Unidos “nuestro buen vecino”,

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