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Realmente de lo que se trata el capítulo 8 es del mal trato que le dan a los colombianos


Enviado por   •  30 de Agosto de 2015  •  Apuntes  •  1.987 Palabras (8 Páginas)  •  328 Visitas

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CITA EN TIJUANA

Realmente de lo que se trata el capítulo 8 es del mal trato que le dan a los colombianos y demás personas que intentan cruzar por el hueco de todas la dificultades que se cruzan en el camino que cuando llegan a su destino no llegan con las personas que emprendieron su viajes. Del miedo que le tienen a las patrullas de migración, a que no puedan cruzar y todos sus sueños se queden frustrados. Cuando logran cruzar y llegan y ven sus sueños casi cumplidos se lanzan a tratar de cumplir sus metas en ese país nuevo con gente nueva, algunos se cruzan con amigos que le ayudan a conseguir trabajos y así logran tener una vida buena en el nuevo país, tratan de conseguir la visa de residente para permaneces en  ese país sin ser sacados o maltratados como muchos más que han llegado a buscar oportunidades a formar su familia y ver realizados sus sueños.

Así como Astrid y Alfredo que van en busca de algo mejor, de conseguir su visa y trabajar legalmente en un país en el que quieren estar. Muchos regresan a su país de origen con sus sueños sin cumplir agachando la cabeza y consiguiendo el dinero para volverlo a intentar.

-Cuando cruzo la puerta me pareció una mujer elegante. Es rubia, de mediana estatura y aunque no vestía ropa de la Quinta Avenida, lucia aquello que las mujeres bogotanas llaman “porte”.

Se acercó y me preguntó por Rubén. Le dije que regresaría en media hora, y mientras lo esperaba se dedicó a mirar detenidamente la serie de fotografías de Felix Tisnés  que adornan las paredes del restaurante. Son muy bunas, comento.

Tomo asiento en una mesa distante, Ana se acercó a atenderla y después de un saludo caluroso le sirvió un café. Le llevo una gran taza de café con crema y como aparentemente le había atendido antes, se quedó hablando con ella varios minutos, al cabo de los cuales regreso y mientras abría un cartón de cigarrillos, movió la cabeza a los lados y desembucho: No es de pocas palabras sino desconfiada.

Era el dos de diciembre de 1988, un viernes. Rubén llegó tan puntualmente como siempre y luego de darle la bienvenida me la presentó: se llamaba Astrid, vino a Nueva York prácticamente en luna de miel y en ese momento regresaba del aeropuerto de despedirse  a su esposo que había viajado a Miami: un adiós lacrimógeno porque los esperaban 8 meses de separación. Rubén los conocía por referencias y hablo con ellos varias veces durante su viaje a Nueva York, en esta forma nació cierta amistad, detrás de la cual esa mañana afloraron pequeñas intimidades que aparentemente ella quiera confiarle, y por tanto anuncie que me retiraba.

Quédese usted es amigo de Rubén y eso me basta, la preocupaba saber si la ley de amnistía para los indocumentados seria efectivo, pues de eso dependía que Alfredo, su esposo, consiguiera visa de residente. Ambos Habían entrado por “EL HUECO” hacia algo más de tres años jugándose buena parte de su futuro.

Alfredo es un hombre de 31 años menos que ella. Había permanecido años en la florida en plan de estudiante de inglés,  pero llego un diciembre y resolvió volver para saludar a sus padres, a sabiendas de que no podía regresar libremente por falta de visa. De todas maneras pensó, me cuelo por “EL HUECO”  y sigo viviendo aquí.

En marzo probo cruzar de México a california. Camino siete horas a través de una montaña, quedándose rezagada del grupo en que marchaba y en las proximidades de San isidro uno de los “coyotes” guías mexicanos lo auxilio.

Astrid le hizo repetir la historia con pelos y señales una y otra vez por que la apasionaba. Es que ella siempre había soñado no solamente con los estados unidos sino con una vida de aventuras, acaso como respuesta a su soledad.

Desde un principio la impresiono la nobleza de Alfredo y empezó a acostumbrase a su trato amable, a su sentido del humor y terminaron por gustarse.

El mismo dia él le conto su aventura, ella le confeso que también había soñado con viajar desde hacia varios años. Primero solicito dos veces la visa del turista se la negaron. Y después escucho hablar de “El hueco”, pero “nunca tuve un apoyo moral para medírmele a ese riesgo, nunca tuve una compañía, alguien que me empujara y a mi me daba temor hacerlo sola”.

¿Sabes que voy a hacer esta misma noche? Visitar a unos amigos y pedirles que me den una buena conexión con “el hueco”. Y hecho. El asunto está en que la conexión sea seria. Nada más.

Esos días pude conocer aparte de su familia, una linda familia, una familia unida y empecé a ver que encontraba en ella el calor que yo nunca había tenido y eso empezó a llenar un vacio enorme en mi vida. “en aquella oportunidad éramos pocos: el gerente de la agencia, una “vendedora”, Alfredo, una muchacha que también quería pasar y yo. Debíamos pagar seiscientos cincuenta dólares por el paso de la frontera. El destino era Santa Ana, California.

“En ese momento ya éramos un grupo de diecisiete personas: tres mujeres y los demás hombres. Como pareja viajábamos nosotros y otra más. No había niños. Era gente de clase social muy baja pero la otra parejita y dos hombres más correspondían a la clase media. Nos dimos cuenta porque no todos tratan amistad con uno”. Nos dio los nombres de tres hoteles en ciudad de México, con la advertencia de que cuando estuviéramos instalados en la habitación, podía llegar la policía con cualquier pretexto. En caso de ser así, había que darles “lana”.

¿Y, que es lana?, preguntó alguien.

Que oportuno, respondió Chávela. “Lana” es dinero.

Cuando se dirigían a alguna autoridad mexicana deben tener en cuenta esa palabra.

“finalmente nos explicaron que al llegar al aeropuerto de Tijuana era necesario metes doscientos dólares entre el pasaporte antes de presentárselo a la autoridad. Según el gerente, así podríamos abrir las puertas de la zona fronteriza sin siquiera mover la boca.

“Lo primero fue tomar un vuelo diferente. La mayoría viajo el nueve y nosotros el trece. En lugar de maletín llevábamos una maleta grandísima en la cual acomodamos toda clase de ropa vieja que podía ser tirada a la basura en el momento indicado. Bajamos del avión un guardia preguntaba la nacionalidad y posteriormente ordenaba dos filas: una para norteamericanos y otra para el resto. Yo descendí detrás de unos gringos y estuve a punto de presentarme como norteamericana pero como Alfredo se fue por otra línea, dije, “no me arriesgo” además íbamos juntos y debíamos realizar cada paso juntos.

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