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Resumen: Herrán, A. de la y Álvarez, N. (2010). Para qué enseñar: Significado y sentido de la formación


Enviado por   •  21 de Abril de 2013  •  Reseña  •  6.216 Palabras (25 Páginas)  •  576 Visitas

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Herrán, A. de la y Álvarez, N. (2010). Para qué enseñar: Significado y sentido de la formación

universitaria. En J. Paredes y A. de la Herrán (Coords.), Cómo enseñar en el aula universitaria.

Madrid: Pirámide.

Para qué enseñar: Significado y sentido

de la formación universitaria.

Agustín de la Herrán

Nivia Álvarez

RESUMEN

Entendemos que la clarificación conceptual forma parte de la actividad científica, y resulta

indispensable para el diseño y desarrollo de investigaciones especulativas y empíricas. A la

vez, ha de abrirse al contraste y a la validación o refutación parcial o total de la comunidad

científica de referencia. Ésta es nuestra intención con la indagación en la formación, que no

sólo se propone aquí como objeto de estudio y pretensión de la Didáctica. El quehacer

didáctico responde al concepto de enseñanza que se tiene, y por tanto a la formación que desde

ella se pretende. Un concepto pobre de enseñanza y formación no contribuye al

enriquecimiento de los alumnos. Por eso se propone aquí la formación como un concepto

susceptible de desarrollo, capaz de contribuir a una más consciente percepción de la enseñanza

y de la educación.

_______________

I CONTEXTO EXTERIOR E INTERIOR

El sentido y alcance de la enseñanza no termina en lo que el docente quiere comunicar, ni en lo

que quisiera que los alumnos aprendan, ni en las aulas, ni en su comunidad autónoma, ni en su

país o internación. Si el profesor realiza su trabajo con un enfoque evolutivo, podrá sentir que

su trabajo no finiquita en su entorno, sino que se vuelca o trasciende al proceso de desarrollo y

evolución de la sociedad, de la humanidad, que tan mal sentimos y en la que tan poco

pensamos. Su trabajo, como acción educativa, debe integrar sus características dinámicas más

relevantes para la educación, como pueden ser que:

a) Estamos en una sociedad adolescente (E. Rojas, 2001) o inmadura (A. de la Herrán, 1997,

2003), en la que no es frecuente desear conocer ni reconocer que no se sabe lo que no se

sabe (Kung tse, Sócrates). ¿Son los mejor preparados por nuestro sistema educativo –

másteres, doctores- los más conscientes y maduros?

b) Estamos flotando sobre una crisis global y generalizada (M. Almendro, 2009). Aunque la

más llamativa sea la económica, ésta sólo es una parte de otra mayor y más profunda que

no es una crisis depresiva, es una crisis de sentido. Una lectura: la educación de todos los

niveles, incluido el universitario, forma parte de sistemas nacionalistas egocéntricos. Por

tanto, la Humanidad y su evolución posible no forman parte de su anhelo, aunque

conforme lo que en Nobel R. Eucken (1925) denominaba “la única realidad”. La

desaparición de la Humanidad de la universidad, de los sistemas educativos y de los

anhelos de enseñanza es una traición a muchos pedagogos innovadores de la Edad Antigua,

del Renacimiento, la Edad Moderna, el Siglo de las Luces y contemporáneos. Recordemos

por ejemplo a V.A. Sujomlinsky, al que alguien llamó el Freinet ruso, cuando decía:

“Encender en los alumnos el deseo de trabajar en bien de la colectividad es la tarea

educativa más difícil pero también la más valiosa”. ¿Podría imaginarse esta ausencia de

sinergia en una empresa, en una pareja o en nuestro propio cerebro1? ¿Y no tendría esto

algo que ver con la formación?

c) El interior del ser humano está en general abandonado por la educación. Como máximo se

llega a la ‘educación emocional’, que sólo es el exterior de lo interior. Suele ocurrir que el

centro de gravedad está muy alto y muy fuera. Eso nos convierte en vehículos inestables.

La educación no nos enseña a interiorizarnos. La universidad, el EEES y las competencias

no suelen atender esta franja de necesidades vitales y silenciosas. Una aplicación: solemos

morir sin tener ni idea de quiénes somos esencialmente. Sin embargo, en el mundo animal

la cabeza está delante y la cola detrás. ¿Por qué desde la universidad no puede reducirse la

distancia entre plenitud personal y educación de todos? Un eslabón capaz de hacerlo es la

‘formación’, que requiere un análisis suficiente para percibirse y pretenderse.

II INSTRUCCIÓN E INSTRUCCIÓN FORMATIVA

Hoy, la instrucción constituye uno de los medios de la educación misma. Pero es un acceso

limitado a la propia formación humana, una perspectiva parcial que no puede sustituir ni

satisfacer en ningún caso las necesidades de una formación integral, porque no equivale a ella.

Con todo, cuando se hace referencia a un alumno instruido, refiriéndonos esencialmente a su

cultivo intelectual, no nos referiremos sobre todo a una persona que disponga de abundantes

contenidos acumulados e inconexos, sino a aquella que dispone de estructuras mentales, claras

y funcionales, e incluso fundamentadas. Por tanto, desde un punto de vista intelectual, se trata

de un buen concepto, que retrata bien lo que desde la comunicación didáctica se pretende en

ese ámbito, pero sin permanecer en él. Éste sería el defecto educativo de la sola-instrucción,

aun incluso si la instrucción llega a considerarse “formativa”.

Lo instructivo hace referencia al conocimiento y a la reflexión, no tanto al juicio, no tanto a lo

afectivo, no tanto a la acción. Tradicionalmente se ha considerado como sinónimo de contenido

de enseñanza a los conceptos o ámbitos conceptuales, cuya polarización se ha asimilado con

frecuencia al academicismo. Las culturas academicistas sostenidas con procesos de instrucción

restringidos son ámbitos de enseñanza incompleta, además de buenos refugios para el ego

docente, en las cuales los profesores que peor practican el respeto didáctico con sus alumnos se

parapetan. No son buenas plataformas para la reflexión sobre la propia enseñanza ni sobre la

didáctica aplicada al propio campo científico, y dificultan la emergencia de procesos

autocríticos y de la profesionalización del docente.

La instrucción, en su acepción ampliada, se refiere, a la vez, a las adquisiciones del alumno y al

modo de actuar del profesor: desde la primera se fija en los contenidos teóricos de una materia,

de modo que sean significativos, enseñados sobre lo que ya se sabe y el modo en que se

conoce, relacionados con sus intereses,

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