“SER O NO SER, Y EL DILEMA DE LOS INVOLUCRADOS EN UN ABORTO”
Enviado por fannydany • 22 de Marzo de 2017 • Ensayo • 1.676 Palabras (7 Páginas) • 344 Visitas
“SER O NO SER, Y EL DILEMA DE LOS INVOLUCRADOS EN UN ABORTO”
(Ensayo) Autor: Fanny Esperanza Nieto Solano
Uno de los más grandes dilemas para una mujer medianamente responsable y practicante de unos mínimos principios éticos, es decidir “la suerte”, -el aborto-, de otro ser que se desarrolla en su cuerpo, al que le ha heredado obviamente su información genética, al cual no conoce porque no ha nacido pero que siente alojado allí, y cuya existencia -que es innegable-, ya lo hace copartícipe de su condición de ser humano y por consiguiente tiene para con él un deber ético indiscutible que es garantizar su protección, es decir, su derecho a desarrollarse plenamente y a vivir. Entonces, ¿Qué decisión tomar tratándose de un embarazo no deseado? ¿Cómo asumir la decisión ante la necesidad de un aborto terapéutico?
Al respecto, muchos opinarían: “Es decisión de ella”, “es decisión de la pareja”, “es decisión de sus padres porque es una menor de edad”, “que lo decida el Estado a través de las leyes que condicionan el aborto”, “No está en condiciones de traer un bebé al mundo”, “la criatura no tendría una calidad de vida digna y es mejor que no nazca”, “Es responsabilidad del médico tratante, pues de no hacerlo podría estar incurriendo en negligencia y perder quizás dos vidas”, etc. ¿Cómo saber quién tiene la razón? Realmente, ¿Quién es quién para saber lo que pasa por la mente y en los sentimientos de esa mujer que se encuentra en esa encrucijada? ¿Qué situaciones apremiantes la están llevando a pensar en el aborto? ¿Cómo ayudar de forma eficiente y oportuna a la madre y al médico, -dos seres humanos en conflicto y tensión-, para evitar el lastre de un posible remordimiento que tal vez nunca superen? ¿Existe alguna oportunidad para ella y su bebé no nacido pese al diagnóstico médico? Hay muchas dudas razonables que vale la pena discutir.
Si miramos este hecho desde el punto de vista humano y ético, habría que poner en la balanza varios elementos. Primero, las leyes de la naturaleza que caracterizan el instinto maternal, si existen o no, pueden ser un determinante en la toma de decisiones de la mujer, para bien o para mal; segundo, los conceptos definidos por la bioética, -El estatuto del embrión humano y la autonomía de la mujer para decidir-, aspectos que una vez estén bien claros para la persona que toma la decisión, pueden iluminar el camino a seguir; luego vienen la corresponsabilidad de la ciencia médica representada en los médicos y personal de apoyo, así como del Estado a través de las leyes que no siempre son justas o equitativas y por último la sociedad que aplaude o rechaza ciertos comportamientos, juzga, discrimina y no siempre actúa en pro de la defensa de los derechos y la dignidad de los más vulnerables.
Lo que queda claro es que la decisión de abortar debe ser libre y autónoma, pero también justa, pues como tal trae unas implicaciones que se deben asumir con entereza, responsabilidad y valor, según las circunstancias.
Si estamos ante una madre en trance de abortar por un embarazo no deseado, por una violación o por riesgos inminentes para la salud y la vida, tanto de ella como del feto, ¿No es igualmente seria, soberana y definitiva la decisión autónoma que se tome, así como las responsabilidades que trae consigo el hecho de abortar? ¿No es acaso injusto para con un ser en desarrollo, al que se le niega la oportunidad de vivir y que no puede tomar parte de dicha decisión? ¿Dónde queda el fin primordial del profesional de la medicina, -preservar la vida-, que debe participar activamente de la práctica de un aborto? ¿Qué está haciendo la sociedad para prevenir la violación de los derechos de las personas, evitar la marginación, el señalamiento y brindar oportunidades a las madres solteras, a las adolescentes embarazadas?
La decisión autónoma de la madre que elige el camino del aborto, toma unos matices particulares dependiendo de la situación. Si la mujer decide abortar por indicaciones médicas inapelables, -la vida o la salud o la imposibilidad de una vida digna para el feto a futuro-, implica que ella asuma una postura desprovista de egoísmos porque de lo que se trata es de elegir “lo menos malo” tanto para ella como para el hijo no nacido. En ese mismo sentido, la otra persona que participa de la decisión en torno a la práctica del aborto, -el médico-, también se encuentra ante el dilema de tener que elegir entre “lo menos malo” para su paciente, la madre gestante y “su producto”; se trata de poner por encima de “las exigencias éticas de protección a la vida no nacida” de la que hablan algunos Códigos Deontológicos, la necesidad del aborto terapéutico. Para un médico esto no ha de ser algo fácil, recordemos la segunda premisa de la Asociación Médica Mundial sobre el aborto terapéutico:
“Las circunstancias que ponen los intereses vitales de la madre en conflicto con los intereses vitales de su criatura por nacer, crean un dilema y plantean el interrogante respecto a si el embarazo debe o no ser deliberadamente interrumpido”. Al médico, por su parte, no le corresponde “determinar las actitudes y reglas de una nación o de una comunidad, pero sí es su deber asegurar la protección de sus pacientes y defender los derechos del médico dentro de la sociedad” (cuarta premisa). Hasta ahí, el médico hace lo que éticamente debe hacer. Muy distinto de cuando el médico se ve ante el imperativo de practicar un aborto por razones distintas a las razones médicas o clínicas, es decir, cuando la ley patrocina o despenaliza el aborto en caso de violación, ahí el médico podría salvaguardar su ética apelando a la objeción de conciencia.
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