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Santiago De Machaca De Jaime Saénz


Enviado por   •  26 de Abril de 2012  •  17.528 Palabras (71 Páginas)  •  719 Visitas

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“Santiago de Machaca” de Jaime Sáenz

11jul10

- I -

El muerto cayó de cabeza, con un ramo de margaritas amarillas- pero no se lastimó la cabeza.

Yo le pregunté si le dolía la cabeza, y él me dijo:

- Me llamo Santiago de Machaca; tengo cincuenta años, y he nacido en San Andrés de Machaca. Conozco el lago como la palma de mi mano, y he navegado toda mi vida. Pero ahora tengo hambre. Si no me das pan y chancaca, yo te rompo la camba calavera.

Y luego le dije:

- Sé que no solo estás muerto, sino que estás muerto de hambre.

- No solo estoy muerto de hambre –me dijo él-, sino que estoy más muerto que vivo. La fiebre exantemática me ha llevado a la tumba, pero no ha podido matarme. Hace tres años me llevaron al hospital, y a los pocos días, el médico me dijo que estaba muerto; y después me llevaron a la morgue, y después me enterraron. La fiebre exantemática es la cosa más rara; lleva a la tumba, pero no mata.

Santiago de Machaca devoró el pan y la chancaca; y de pronto, buscó entre sus ropas, y sacó un piojo del tamaño de un moscardón.

Me lo mostró y dijo:

- Ahora ya ves; éste es el piojo; no te asustes. Este piojo lleva a la tumba, pero no mata

- – Si tú lo dices, así será – le dije yo – Pero cualquiera se asusta al ver un piojo tan grande.

- Son tus nervios – dijo él -. La cosa es que el piojo nunca deja de crecer. Este piojo, por ejemplo, era casi invisible, pero ha crecido a mi costilla. Dentro de poco, será más grande que yo. Dentro de un año, será más grande que una casa. Dentro de dos años, será más grande que la Garita de Lima.

- ¿Y por qué no lo matas? – pregunté yo.

- Por una sola razón –repuso él- . La cosa es que si lo mato, muero yo.

Es cierto que este piojo crece a mi costilla; pero también es cierto que yo vivo a su costilla.

Santiago de Machaca guardó el piojo y dijo:

- Así es la vida. Uno se acostumbra. En la tumba tengo otros dos piojos; el uno se llama Pío, y el otro Venancio. La tumba es muy solitaria, y ellos me acompañan. El que yo guardo no está bautizado todavía, pero yo lo llamo Pedro. El piojo que me contagió se llama Bautista y era sano y fuerte, pero los enfermos le echaron ácido y, lo mataron. Bajo mi cama había un piojo negro, que dormía todo el día, y que murió de hambre. Le gustaba chupar sangre, pero nadie le daba pan ni chancaca.

- Yo sabía que los piojos comían pan y chancaca – dije yo.

- Los piojos comen de todo – declaró él-. Y para que veas lo que son las cosas te contaré que el barchilón del regimiento que estaba acantonado en Guaqui, odiaba a los piojos y los quemaba con gasolina; y en una de esas aparecieron millones de piojos y se lo comieron vivo

- Pobre barchilón – dije yo-. Es un mártir. Yo no sé qué hacen los piojos en este mundo. Ese barchilón hacía bien en quemarlos. Merece un monumento.

- Tranquilízate – dijo él -. A ese famoso barchilón le han hecho ya un monumento, y lo han declarado héroe. Y hoy en día, los piojos han dejado de ser una plaga, y la fiebre exantemática está de capa caída. Qué más quieres. Pero ahora ya empieza a dolerme la cabeza, y me arden los ojos. La caída con un ramo de margaritas amarillas ha sido brutal. Ya me voy. Menos mal que el Pío y el Venancio me esperan en la tumba; el Pedro es testigo, y el Bautista me protege. Gracias a ellos, yo muero en el hospital, y vivo en la tumba.

Santiago de Machaca me miró con aire ausente, y se alejó.

*

Ni pensar en los piojos que viven en la tumba y que acompañan a Santiago de Machaca.

No saben quiénes son ni saben lo que hacen – y por eso no matan, no obstante que llevan a la tumba.

A mí se me figura que el Pío se acurruca en un rincón, y el Venancio no se mueve; el Pedro sale del cuerpo de Santiago de Machaca se me aparece entre sueños; y yo diría que no se me encuentra en la tumba, sino en algún lugar de su cuerpo.

Y aún me atrevería a afirmar que Santiago de Machaca no tiene tumba.

- Pues en definitiva, es un muerto muy raro. ¿Quién es Santiago de Machaca? – resulta un poco difícil responder a esta pregunta. Pero una cosa es cierta: Santiago de Machaca es un errante que vaga furtivamente por la ciudad, y que solo se deja ver al filo de la tarde, en medio de las sombras, cuando se detiene en la Garita de Lima, y cuando se queda mirando a las gentes.

Santiago de Machaca es alto y flaco, encorvado, con perfil de cóndor, voz que retumba en su garganta, ojos pequeños y pómulos salientes.

Lleva un saco de cuero, pantalón de lona y enormes zapatos, con herrajes y clavos. Un sombrero de paja, redondo y de anchas alas, cubre su cabeza.

Alguna vez, Santiago de Machaca viaja al altiplano, al lago, a Puerto Pérez. Lleva encargos, se pone al habla con los indios y con los navegantes, y trae encargos.

Es entendido en minería y experto en soldadura autógena, y maneja ponchos de vicuña, finos aguayos y colchas de alpaca, pero no hace negocio.

Solamente vende y trabaja porque le gusta.

Muchas veces va al hospital, y entra sigilosamente a la morgue; se repantiga sobre las mesas de calamina, y habla con los muertos.

Y después cruza oscuros patios y zaguanes, sube por los graderíos, atraviesa largos corredores, se desliza por carcomidas canaletas, y se interna en lóbregos canchones; y después roba cadáveres, y los regala a los estudiantes.

Con alguna frecuencia, Santiago de Machaca se olvida de que está muerto y va a la recova a comer un buen plato; y de repente se siente desfallecer y se llena de espanto creyendo que está vivo

Santiago de Machaca sabe muy bien que está muerto; y por idéntica razón, le causa terror sentirse vivo.

A veces lo veía en la calle y me encontraba con él, y en una de esas le dije:

- Yo te conozco, pero no sé quién eres. Ya sé que vives en la tumba, pero no sé dónde está.

Santiago de Machaca me miró sorprendido, y me dijo:

- Qué raro. Yo tampoco sé quién soy, pero se que la tumba está en todas partes. Todos viven en la tumba, pero nadie sabe dónde está. Yo tengo un pariente en la isla de la Luna, y me ha dicho que la tumba no existe, sino que está en el lugar donde uno vive. Y yo vivo en la tumba. Y ahora te digo que la fiebre exantemática me inspira respeto porque me ha enseñado a conocer la tumba. Pero no niego que mi vida en la tumba es muy triste.

- ¿Y por qué no te escapas de la tumba? – le pregunté yo.

- Eso sí que no puedo – dijo

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