Taller De Alfabetización Académica
Enviado por etisofi • 16 de Octubre de 2012 • 1.887 Palabras (8 Páginas) • 1.512 Visitas
Formando parte de la cultura académica.
Roland Barthes (1915 – 1980) es un destacadísimo semiólogo francés, una fuente ineludible del estudio de la vida social y de la cultura entendidas como sistemas de signos. Sus libros indagan, por ejemplo, cómo se organiza la moda de la calle o la de los escenarios artísticos para portar sentidos que trascienden la necesidad humana de protegerse de las inclemencias del clima. Hasta el fin de su vida, en 1980, acumuló notables logros académicos (cátedras y trabajos de investigación en las instituciones educativas francesas de mayor prestigio, como el Collége de Frande) y escribió extensamente, con frecuencia poniendo en primer plano su propia persona, la primera persona. En sus textos puede rastrearse la historia acerca de que desde 1934, a los diecinueve años, empezó a padecer tuberculosos. Los períodos de mayor virulencia de la enfermedad constituían para él momentos de lectura y escritura también intensas. El relato de las circunstancias personales es una de las que Barthes cultiva para deslizar en sus trabajos nociones que vinculan la lectura y la escritura con impulsos vitales.
Lea el siguiente texto que Barthes escribió en 1976 como prefacio para un libro ajeno, La civilización de l´escriture (La civilización de la escritura) de Roger Druet y Herman Grégoire, y señale cómo ese prólogo predispone al lector para leer la obra que se está presentando.
Escribir
Con frecuencia, me he preguntado por qué me gusta escribir (a mano, se entiende), a tal punto que, en muchas ocasiones, el placer de tener frente a mí (cual banco de carpintero) una bella hoja de papel y una buena pluma compensa, a mis ojos, el esfuerzo a menudo ingrato del trabajo intelectual : mientras reflexiono en lo que he de escribir (eso es lo que ahora ocurre), siento cómo mi mano actúa, gira, tacha o hace estallar la línea, y ensancha el espacio hasta el margen, construyendo así, a partir de trazos menudos y aparentemente funcionales (las letras), un espacio que es sencillamente el del arte: soy artista, no porque figuro un objeto, sino, más fundamentalmente, porque, en la escritura, mi cuerpo goza al trazar, al hender rítmicamente una superficie virgen (siendo lo virgen lo infinitamente posible).
Este placer debe ser antiguo: se ha encontrado, en las paredes de ciertas cavernas prehistóricas, series de incisiones regularmente espaciadas. ¿Era eso ya escritura? De ningún modo. Sin duda, esos trazos no querían decir nada; pero su ritmo denota una actividad consciente, probablemente mágica o, más ampliamente, simbólica: la huella, dominada, organizada, sublimada (no importa) de una pulsión. El deseo humano de hender (con el punzón, el cálamo, el estilete, la pluma) o de acariciar (con el pincel, el fieltro) ha atravesado sin duda muchos avatares que han ocultado el origen propiamente corporal de la escritura; pero basta con que, de vez en cuanto, un pintor (como hoy en día Masson o Twombly) incorpore formas gráficas a su obra, para que seamos conducidos a esta evidencia: escribir no es solamente una actividad técnica, sino también una práctica cultural de goce.
Pongo este motivo en primer lugar precisamente porque de ordinario se lo censura. Eso no quiere decir que la invención y el desarrollo de la escritura no los haya determinado el movimiento de la historia más imperiosa: la historia social y económica. Es sabido que, en el área mediterránea (por oposición al área asiática), la escritura nació de exigencias comerciales: el desarrollo de la agricultura y la necesidad de constituir reservas de grano obligaron a los hombres a inventar un medio de memorizar los objetos necesarios para toda comunidad que trate de dominar el tiempo de la conservación y el espacio de la distribución. Así nació, al menos entre nosotros, la escritura.
Por lo tanto, esa técnica era el esbozo arcaico de lo que hoy llamaríamos la planificación; a partir de ese momento y de una manera natural, se convirtió en un instrumento decisivo de poder o, si se prefiere, en un privilegio (en el sentido social del término); los técnicos de la escritura, notarios, escribas, sacerdotes, formaron una casta (cuando no una clase) adicta al príncipe (y éste velaba por ella). Durante mucho tiempo, la escritura fue un medio secreto: poseer la escritura designaba un lugar de separación, de dominio y de transmisión controlada, en suma, la vía de una iniciación: la escritura ha estado históricamente ligada a la división de clases, a sus luchas y (en Francia) a las conquistas de la democracia.
Hoy en día, en nuestros países al menos, todo el mundo escribe. Entonces, ¿la escritura ya no tiene historia? ¿Ya no tenemos nada que decir de ella? De ningún modo. Uno de los intereses del libro de Roger Druet es precisamente poner el acento en la mutación aún muy enigmática que se apodera de la escritura en cuanto ésta se mecaniza. Es demasiado pronto para decir qué compromete el hombre moderno de sí mismo en esta nueva escritura de la que la mano está ausente: la mano tal vez, pero de ningún modo el ojo. El cuerpo permanece ligado a la escritura a través de la visión que tiene de ella: hay una estética tipográfica. Útil es por lo tanto el libro que nos enseña a distanciar la simple lectura y nos da la idea de ver en la letra, a semejanza de los antiguos calígrafos, la proyección enigmática de nuestro propio cuerpo.
(Roland Barhes, Variaciones sobre la escritura, Buenos Aires, Paidós, 2003, pp. 157-159.)
1.1. Elija la mejor respuesta para las siguientes preguntas y justifique su elección:
a. ¿Quién es el autor de “Escribir”?
Roland Barhes
Roger Druet
Herman Grégoire
b. “Escribir” es
Una biografía de un profesor.
Un apartado de una enciclopedia.
Una presentación de un libro.
c. Para Barthes, la escritura comprende
Una hoja de papel y una pluma.
Un trabajo intelectual y uno manual.
Una pintura y una danza rítmica.
d. Él siente la escritura semejante a
Un banco de carpintero.
Un placer erótico.
Una actuación teatral.
e. Barthes entiende
...