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Taylorismo, Fordismo Y Administración Científica En La Industria Automotriz


Enviado por   •  21 de Septiembre de 2014  •  6.653 Palabras (27 Páginas)  •  976 Visitas

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Introducción

Ésta es una reflexión sobre Frederick Winslow

Taylor, fundador de la llamada “administración

científica”, a partir de una investigación

que realicé sobre la industria automotriz.

Relaciono al autor con Henry Ford, pues, además

de ser éste un continuador del proceso de racionalización

de la producción que inició Taylor,

la industria automotriz utilizó el taylorismo y el

fordismo como binomio inseparable e ineludible

en la gestión de la producción y el trabajo en ese

sector económico. Fue hasta los años ochenta

del siglo xx cuando, a decir de algunos autores,

entró en crisis el taylorismo y dio lugar a nuevas

formas más flexibles de administración del trabajo

y la producción. A partir de un recorrido de

Norteamérica a México, pretendo —histórica y

analíticamente— rescatar las características del

taylorismo y la continuidad de sus inquietudes

en los seguidores —directos e indirectos— de la

administración científica; dar un panorama de

la relación del taylorismo y el fordismo con la

gestión y control de la producción y el trabajo en

la industria automotriz y su pervivencia, a pesar

de las transformaciones que siguieron a la década

de los ochenta del siglo xx, años en los que

centraré mis reflexiones. Cierro el artículo con

algunas acotaciones sobre lo que vino después.

Friederick Winslow Taylor y sus aportaciones

Según Reinhard Bendix, para el ejercicio de la

autoridad en el proceso de producción, desempeñan

un papel fundamental la ideología en

general y las ideologías de la dirección en particular

(Bendix, 1966:2). Entre las segundas están

“todas las ideas sustentadas por o para aquellos

José Othón Quiroz Trejo

76 Núm. 38, Julio /

Diciembre 2010

que ejercen una autoridad en empresas económicas

y que tratan de explicar y de justificar esa

autoridad” (Bendix, 1966:2). Dentro de las ideologías

directorales —que surgen en las industrias

modernas—, el autor ubica al taylorismo, cuyo

origen en un contexto histórico, técnico-económico,

social y cultural, en el que la religión

tiene un papel importante en el imaginario social

del que abrevó Taylor. A partir de 1850, las

predicas de Samuel Smiles en Inglaterra sobre el

Evangelio de trabajo y de esperanza gozaron

de gran popularidad en eua durante el periodo de

su rápido crecimiento industrial. Smiles pregonaba

la necesidad de “usar el pensamiento para

desarrollar el carácter y así sobrevivir en un

medio donde sólo los más aptos triunfaban”

(Bendix, 1966:266). Las ideas con un cariz religioso

se fueron secularizando y reaparecieron en

el movimiento del “Nuevo pensamiento” (1895-

1915), “que deificaba al individuo, hacía de sus

capacidades mentales una emanación de Dios

y concebía el universo como una manifestación

de una esencia vaga, espiritualista y omnipresente”

(Bendix, 1966:271). Estas ideas, trasladadas

al terreno de la producción, generaban consignas

centradas en las cualidades mentales de los

individuos y sobre cómo usarlas para alcanzar

la cima. Ese imaginario impregnado de religiosidad

secularizada y del racionalismo moderno

influyó en las pesquisas que Taylor realizó en la

industria.

Por otro lado, durante los últimos años del

siglo xix y los primeros del xx, la siderurgia había

cobrado gran importancia en los países más

avanzados. Las fusiones con nuevas aleaciones

permitían la elaboración de aceros de mayor

maleabilidad y con nuevas propiedades. Estos

aceros posibilitaban la producción de complejos

bienes de capital y artículos de consumo duradero

que revolucionaron la industria metalmecánica.

La producción del acero todavía era realizada

por obreros con cierta calificación, trabajadores

cuyo oficio estorbaba el desarrollo del capital y a

los cuales había que sustituir, expropiándoles su

saber-hacer. La Amalgamated Association of Iron

and Steel Workers (aaisw), uno de los sindicatos

más viejos de Estados Unidos y el segundo en número

de afiliados dentro de la American Federation

of Labor, fue el blanco del empresario americano

personificado en Andrew Carnegie, quien

en 1892 decidió terminar con los trabajadores

calificados de su planta en Homestead. El 4 de

abril decía: “como la vasta mayoría de nuestros

empleados no están sindicalizados, la firma ha

decidido que la minoría (los obreros calificados

sindicalizados) debe dar su lugar a la mayoría.

Estos puestos, por lo tanto, serán necesariamente

no sindicalizados después de la expiración del

presente contrato” (Lens, 1974:74). Por aquellos

años, Friederik W. Taylor, nacido en 1856, realizaba

sus experimentos en los talleres de la Midvale

Company en busca de lo que, en aquella

época, se había convertido en la nueva piedra

filosofal de los empresarios: la reducción del

tiempo y de los movimientos de la producción

utilizados en la producción de cualquier mercancía:

the one best way taylorista. La coincidencia

de estos dos personajes en sus deseos de recomponer

el trabajo en la industria del acero, el uno

por la vía de la represión directa —desatando

una verdadera guerra contra los trabajadores de

Homestead— y el otro por la vía de la aplicación

de la racionalidad científica y la transformación

tecnológica al proceso de producción, era, entre

otras cosas, una respuesta empresarial ante los

desafíos de la clase obrera. El pensamiento y la

acción de Taylor —quien vio frustrada su carrera

de abogado por un problema físico, se convirtió

en aprendiz y acabó siendo ingeniero consultor

de industrias—, se sustentaron en una expansión

sin precedentes de la economía norteamericana,

que exigía la reestructuración de la clase obrera,

en particular la del sector de los acereros. Como

el Carnegie de aquellos años y el Ford en los

años posteriores, F. W. Taylor iba a cumplir su

papel de técnico al servicio del capital. Incluso

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